Para Roberto Laucha Loscertales, el fútbol y la política fueron dos grandes pasiones. Jugaba de once en el tiempo en que los wines transitaban casi sobre la raya de cal de los laterales. Una corrida hasta el borde mismo de la línea del córner, dos o tres adversarios en el camino, cabeza levantada, centro atrás y medio gol asegurado.

El habilidoso Laucha Loscertales iba y venía por el lateral de la izquierda. Era tan zurdo para pegarle a la pelota como para expresar sus ideas. Jugaba en Independiente de General Pico, un club fundado por Roberto Petit de Meurville, un maestro que a los 22 años construyó un puente entre la educación y el deporte bajo el lema mens sana in corpore sano.

En sus comienzos, el club era conocido como Los Coloraditos. Del deporte, Loscertales saltó tempranamente a la política. Fue a estudiar ingeniería mecánica a La Plata, epicentro de la movilización estudiantil, donde la revolución y el Hombre Nuevo se palpaban en las calles y se construía día a día.

El Laucha había iniciado y terminado su carrera futbolística en Independiente. Jugador de baby fútbol del club, después de las inferiores logró debutar en Primera, a los 16 años. Cuando salió campeón, tenía 17. “El último partido lo ganamos tres a cero en Realicó; el Laucha hizo el tercero. Se gambeteó a varios, incluso hasta el arquero… ¡Qué golazo!”, recordó Horacio Benéitez, uno de sus compañeros en aquel equipo. “Fue un alumno brillante desde la primaria hasta la secundaria, y lo mismo en la Universidad. Inteligente, muy buen compañero, solidario. Era una luz con la pelota en los pies… Todavía lloramos su muerte”, dijo Benéitez.

Roberto Loscertales era trotskista. Participó en diversas manifestaciones obreras, y en 1968 estuvo en la huelga que realizaron los petroleros contra la dictadura de Onganía. A fines de los ’60, la unidad obrera-estudiantil parecía el camino para desterrar la dictadura. El Cordobazo de mayo del ‘69 fogueó aún más los anhelos juveniles de Loscertales. Allí comenzó a militar en el PST.

Vivía en Tolosa, en una casa a la que los militantes trotskistas locales llamaban La Mansión, sede de reuniones de largos y profundos debates ideológicos. El Laucha era muy conocido en La Plata como dirigente estudiantil. En el ‘73 dejó la universidad.

Firme en sus convicciones y con la estrategia del partido, una agrupación de clase, se proletarizó. Comenzó a trabajar de obrero y militante en una fábrica en Ensenada, Propulsora Siderúrgica, una planta moderna, de alta tecnología, del grupo Techint. Se recibió de ingeniero mecánico y siguió como obrero calificado.

Un dirigente natural que llegó a ser delegado en la fábrica. En 1975 ya se había convertido en un dirigente histórico de La Plata y empezó a tener mucho peso en el movimiento obrero.

Entonces, la Triple A lo puso en su mira. En el anochecer del 4 de septiembre de 1975, cinco militantes del Partido Socialista de los Trabajadores viajaban en un Renault Gordini. Además de Loscertales, que tenía 31 años, iban en el coche Adriana Zaldúa, compañera de Roberto, quien trabajaba en Obras Públicas, militante del partido y activista muy reconocida en la facultad de Arquitectura; Hugo Frigerio, delegado del ministerio de Obras Públicas; Ana María Guzner, activista de los no-docentes de La Plata; y Lidia Agostini, odontóloga y cuñada de Frigerio, recién ingresada en el partido.

En el anochecer del 4 de septiembre de 1975, cinco militantes del Partido Socialista de los Trabajadores viajaban en un Renault Gordini. Entre ellos, Roberto Loscertales.En el auto llevaban dinero recaudado en la Universidad de La Plata para donarlo al fondo de huelga de los trabajadores de Petroquímica Sudamericana, en conflicto con la empresa. En pleno centro platense, cerca de la Catedral, un comando de la Triple A los secuestró y los trasladó a la seccional policial de la calle 56 entre 13 y 14. Fue el comienzo del fin. El 6 de setiembre los diarios titularon “Aparecieron cinco cadáveres en La Plata”

En el auto llevaban dinero recaudado en la Universidad de La Plata para donarlo al fondo de huelga de los trabajadores de Petroquímica Sudamericana, en conflicto con la empresa. En pleno centro platense, cerca de la Catedral, un comando de la Triple A los secuestró y los trasladó a la seccional policial de la calle 56 entre 13 y 14. Fue el comienzo del fin.

El 6 de setiembre los diarios titularon “Aparecieron cinco cadáveres en La Plata”. Dos días antes, Loscertales había estado en General Pico visitando a su familia y a algunos amigos. Llegó junto con Adriana Zaldúa, y por la noche fueron con el periodista Armando Zapata a Santa Rosa en un Fiat 600. Allí se reunió con cuadros pampeanos del PST. Fue el último viaje del Laucha a La Pampa. Loscertales había comentado que días antes había zafado de un procedimiento de la policía platense. Sus movimientos estaban vigilados, y el cerco sobre los militantes sociales en la capital bonaerense se estrechaba cada vez más.

Algunos testimonios aseguran que Loscertales no llevaba documentos. Que fue detenido y llevado a una comisaría, donde lo golpearon brutalmente. Inmediatamente, lo trasladaron junto con sus cuatro compañeros a La Balandra, un descampado de Berisso, y los acribillaron a balazos. Menos Ana María Guzner, que quedó afuera, los demás estaban dentro del auto.

Cuando se reconocieron los cuerpos, Adriana tenía las marcas de 79 balas de itakas.

Mientras tanto, en la madrugada del 5 de setiembre, sus compañeros comenzaron a temer lo peor, cuando les avisaron que no habían ido a dormir. Allí comenzó la búsqueda.

Por la tarde, fueron informados de la aparición de los cinco cadáveres. El día 5, por la mañana, enterados de las desapariciones, los militantes del PST realizaron una asamblea en la sede del partido, en pleno centro de La Plata, a dos cuadras de la plaza San Martín. De allí salieron Oscar Lucatti, que trabajaba en Obras Públicas; Dicky Povedano, dirigente de Previsión Social; y Patricia Claverie, una estudiante y militante de la juventud. Llevaban volantes pidiendo la aparición de sus compañeros.

A media cuadra de allí, en 8 entre 54 y 55, los interceptó un auto delante de numerosas personas. En pocos minutos desaparecieron. Los encontraron algunas horas más tarde, en las afueras de La Plata, con las manos atadas atrás, metodología típica de las ejecuciones de la Triple A, y acribillados a balazos.

A pesar del miedo y las balas, los compañeros de los caídos en La Masacre de La Plata realizaron el velatorio. Participaron trabajadores de Petroquímica Sudamericana y del ministerio de Obras Públicas. Estos últimos sostuvieron un paro de 72 horas para presionar por el esclarecimiento de los asesinatos.

Al Laucha lo golpearon tanto, que “no se lo pudo velar con el cajón abierto, porque tenía destrozada la cara”, diría un compañero de esos años. Su cuerpo fue trasladado a General Pico, donde poco después se realizó el sepelio en el cementerio local, a poca distancia de la cancha del club Independiente, donde había dejado su talento como futbolista amateur en aquel fútbol que se jugaba por la camiseta, en su caso por la roja, el color que también eligió para hacer política.

Lo asesinaron mientras transitaba por uno de los caminos que recorría habitualmente: el de la solidaridad. Ese día, el Laucha hizo su última corrida por el lateral izquierdo de su ejemplar militancia.

Ilusos los que creen que arrancando una flor, muere la primavera.

Fuentes: Datos suministrados por amigos y compañeros de Roberto Loscertales y extraídos de un reportaje en la página web de “Socialismo o Barbarie”. Colaboró el periodista pampeano Armando Zapata.


Esta nota fue publicada originalmente en el número 37 de Un Caño, en mayo de 2011.