Queríamos escucharlo.

Aquel 22 de febrero de 1981, nadie ignoraba –entre los periodistas– que se venían tiempos distintos. Los patéticos relatos de José María Muñoz y sus imitadores eran algo así como “el realismo nacionalista”. Todo patriotismo, todo oficialismo, todo oscuridad. Cero vanguardia, cero libertades, cero poesía, cero imaginación.

VH aviso 81 350Descubrir al otro relator, el que venía de Uruguay, con fama de “enemigo” nuestro, era una obligación para los jóvenes cronistas que asomábamos a una prensa que parecía extraída de la edad de piedra.

El relato (Boca-Talleres) nos llegaba con un sabor misterioso. No sólo era la voz, también huían las frases hechas. No sólo era la voz, también se encontraban por primera vez lenguaje y literatura. No sólo era la voz, también las metáforas parecían inagotables. No sólo era la voz, también la alegría recobraba su coraje.

De pronto, un gol de Brindisi (Boca ganaría 4 a 1, con dos goles del ex Huracán). La radio traía un gol. No lo veíamos a Brindisi. Sólo arribaban palabras y palabras del relator uruguayo. Palabras que, de pronto, nos concedieron la imagen que no estaba en nuestras retinas. Brindisi y sus brazos en alto en esa extraña posición de ángel que tomaba. Brindisi y la búsqueda de una tribuna enloquecida, porque era un Boca distinto, era el Boca de Diego Maradona, por primera vez.

Entre Brindisi y la gente, el alambre. Una escena propicia para el reflejo talentoso. Y Víctor Hugo invoca la letra de una canción, “a desalambrar, a desalambrar”. El joven cronista no entiende. No sabe de Viglietti. No sabe de la canción prohibida. Un redactor con más años, y troyana militancia comunista, desasna: “este tipo es un capo, está relatando con canciones censuradas de Viglietti”.

Pasaron treinta años. El relator es compañero después de haber sido colega; pasaron algunos momentos desgarrados, pero muchos más al lado del mismo fuego y la misma vereda, peleando por libertades, justicias, vientos de igualdad.

Quizás cuando nos crucemos con él podamos buscar, entre los abrazos por sus treinta años, la mejor manera de agradecerle el bendito día en que vino a desalambrarnos.

Publicada en UN CAÑO #34 – Marzo 2011