Su nombre es Álvaro Reyes. Tiene 90 años. Es chileno. Médico de Colo Colo. Comunista por ideología y por afiliación al PC. Y en su larga vida acumuló vida. Atendió a Salvador Allende. Refugió a su secretaria durante el golpe del ’73. Fue secuestrado. Encarcelado. Torturado. En medio de su reclusión, lo visitó en el penal la selección de Chile que iba a viajar al Mundial ’74. Decidió no irse nunca del país. Siguió trabajando. Hasta ayer, casi. Hasta los 90.
Hace medio siglo trabaja en el fútbol. Pasó por la U de Chile, Unión Española y la Selección. Y recién esta semana, en un homenaje que le hizo el club a esa edad de envidia, lo descubrimos porque –por fin- las páginas deportivas se dignaron a contar su historia. Resultó que era una gran historia.
Una declaración resume su longevidad: “Mantenerse activo intelectualmente es mucho más importante que el físico, porque ¿qué hace uno con el físico si estás con Alzheimer?”. Dice que quizás lo único que le faltó fue escribir un libro, pese a que su propia vida le da material para redactarlo. “Debo reconocerlo, me dio algo de flojera”, asegura.
Tres veces a la semana pasa las mañanas como jefe médico de las inferiores de Colo Colo. “Ya no puedo correr en la cancha a atender a nadie. Me cuesta caminar, porque con los años uno pierde muchísima masa muscular, pero a mi oficina van todos los chicos con algún problema físico y yo los diagnostico, ordeno los exámenes, les hago el seguimiento. Y seguiré haciéndolo mientras pueda, me encanta, aunque debo reconocer que en el momento de salir del primer equipo tuve un sentimiento de pérdida”, cuenta.
La edad le impide ir al estadio a ver a Colo Colo. “Ya no estoy en condiciones de asistir. Me cuesta mucho caminar y estar dos horas sentado de manera incomoda me resulta imposible. A veces veo partidos en televisión, pero también me ocupan otras cosas”.
Este señor con pinta de Bilbo Bolsón lleva una vida tranquila en el barrio de La Reina y cultiva otros intereses. “Buen lector, auditor habitual de música folclórica latinoamericana y clásica, con Beethoven como favorito, luce una impresionante cantidad de discos de todo tipo y naturaleza”, relata en este artículo del diario La Tercera un periodista que visitó su casa, literalmente pintada de rojo.
Reyes milita en el Partido Comunista desde 1954. Y después de convivir 50 años con futbolistas, llegó a un diagnóstico sociológico: “Salvo excepciones mínimas, el futbolista no es, lamentablemente, consciente de su condición de clase; si les hablas de asuntos laborales, poco les interesa. Están muy bien remunerados, la mayoría. Imagínese que entran a jugar fútbol y casi de inmediato tienen auto y casa, bienes que para un trabajador común son el fruto de toda una vida de esfuerzo”.
LA VIDA ES UNA MONEDA
Un año antes del golpe militar que derrocó a Salvador Allende, a Reyes le tocaron la puerta para que fuera a atender al entonces presidente. “Cuando fui a verlo, a La Moneda, fue porque él llamó a la Posta Central (hospital de urgencia y asistencia publica de Santiago) para decir que le mandaran un médico porque se había torcido una rodilla. Y el médico jefe me llamó a mí y me dijo: ‘Anda tú a ver’. Sabían cómo yo pensaba.”, recordó en esta entrevista con el sitio oficial de Colo Colo.
¿Qué tal Allende? “Un hombre de una tremenda personalidad, muy sencillo, muy corriente, pero se notaba su peso intelectual y su personalidad, fuerte. Cuando llegamos a La Moneda, él había almorzado y sagradamente dormía una siesta de 20 a 30 minutos todos los días. Y no se podía hablar nada porque estaba durmiendo la siesta el compañero. Así que tuve que esperar a que se recuperara de la siesta para atenderlo. Y lo vi durmiendo… ¡si dormía en un sillón, en cualquier parte! No se retiraba para eso. El resto se retiraba para que él durmiera”.
Aquella circunstancia le permitió conocer a Miria Contreras, La Payita, secretaria privada y supuesta amante de Allende. “Atendí al presidente, le coloqué una rodillera de yeso, porque tenía un esguince de ligamento medial y después la Paya me invitó a almorzar”.
Esa invitación marcaria el destino de Reyes. Apenas se había producido el alzamiento militar, La Payita busco a Reyes para solicitarle ayuda. El médico la ocultó en el hospital, la hizo pasar por una paciente, la enyesó hasta la cintura y la mandó a la casa de su pareja, que vivía cerca. Pocos días después, La Payita se refugió en la Embajada de Suecia. En pocas palabras, le salvó la vida.
Consecuencia: Reyes fue detenido y torturado. Estuvo once meses privado de libertad, en el estadio Nacional y, la mayor parte, en la antigua Penitenciaría de Santiago. Cuando lo liberaron, lo volvieron a encarcelar.
Sigue el relato del terror.
“Me sometieron a interrogatorios y torturas. Me vendaron la vista, custodiado por dos conscriptos me llevaron al lugar de interrogatorio. Me preguntaron detalles de la Payita y gente de la UP de la Asistencia Pública. Fueron por lo menos unas dos, tres horas sometido a interrogatorio”.
“Fueron momentos muy duros, en una celda para dos que ocupábamos seis. Y nos turnábamos para dormir dos en unas banquetas y el resto en el suelo”.
“Lo primero que me hicieron para debilitarme fue hacer flexiones de rodillas. No era un chiquillo, tenía 44 años, pero buen estado físico. Me hicieron hacer unas 100 flexiones. Al día siguiente no podía caminar. Me trataba de parar y se me doblaban las rodillas”.
“Ese fue el inicio de la tortura. Después me zambulleron de cabeza en un tonel con agua, el submarino que le llaman, varias veces”.
“Luego me aplicaron corriente. Primero me hicieron tomar unos cables y luego me enrollaron en los genitales un cable eléctrico. Pensé: ‘Voy a gritar’.”
“Me tenían amarrado en una silla metálica, vendado… Gritaba. Por debajo de la venda veo un pie que se levanta y me dan una patada en el pecho. De repente un tipo me pone una pistola en la cabeza, me pide que no haga ruido, ni una palabra… Entra una persona y era la jefa de personal de la Asistencia Pública. Yo estaba desnudo, vendado. Ella –se notaba- también entró vendada. No sabía que estaba yo… Por eso el gallo me dijo que me callara. Le preguntaron sobre mí. Ella respondió. Debe haber estado más asustada que yo”.
Los peores meses de su vida incluyen el momento más emotivo de todos. Un lujoso bus se detuvo frente a la Penitenciería y bajó un grupo de personas que solicitó ver al “doctor Reyes”. Era la selección chilena, que un par de horas después partiría al Mundial de Alemania 1974. “Fue una sorpresa absoluta. El grupo lo encabezaban los más izquierdosos, con Caszely y el Pollo Véliz. Me regalaron un banderín firmado. Esas cosas lo reconfortan a uno, le dan sentido a lo que haces”. Ese mismo año, lo visitaron dirigentes de Unión Española. “Me regalaron un televisor Antú para ver el Mundial”.
La semana pasada Colo Colo decidió homenajearlo y darle su nombre a la clínica del estadio Monumental. “Lo llevamos engañado”, relata Graciela, su mujer. “Le dije que se arreglara bien, porque íbamos al cumpleaños de una amiga muy pirula. Cuando llegó al estadio comenzó a sospechar que algo raro pasaba. Le decían que sólo le iban a hacer un regalo hasta que el presidente de Blanco y Negro apareció y le explicó de que se trataba”. Reyes se conmovió.
Su nombre seguirá en esa cancha incluso cuando él se vaya. Ojalá falten muchos años más.