Un día después del bombardeo del palacio de La Moneda y la muerte de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, el embajador Gustaf Harald Edelstam abrió las puertas de la embajada sueca en Santiago de Chile para que entraran los disidentes políticos a los que el general Augusto Pinochet quería eliminar. Edelstam llamó después al primer ministro socialdemócrata Olof Palme para comunicarle su decisión. Palme aprobó la medida y miles de chilenos pudieron salvarse de la persecución, las detenciones y, en muchos casos, la muerte. Suecia fue, para muchos, su punto de fuga de un futuro incierto, clubes como Los Copihues, su lugar de agregación en la sociedad que les abrió los brazos.
La escuela Fitttjaskolan Botkyrka Norra de Estocolmo se encuentra en una zona de grandes árboles, en el extrarradio de la ciudad. Junto a ella hay un pabellón deportivo y varias canchas de baloncesto y fútbol exteriores, totalmente cubiertas por la nieve gran parte del año. En los bajos de la escuela se encuentra la sede del club Los Copihues. Fundado en 1976 por exiliados políticos, es el más antiguo de los numerosos clubes deportivos de la comunidad chilena en Suecia. La sede es un antiguo refugio que tenía la escuela para los alumnos en caso de que hubiera una guerra nuclear. Un recuerdo de la guerra fría. Luis Ruiño es el actual presidente del club; para él, Los Copihues es una familia: “Este club nació por tres amigos chilenos que se juntaron aquí, en Estocolmo, y organizaron una institución que se llama Los Copihues, que es una flor típica que sólo existe en Chile. Desde ahí hasta el día de hoy, hace 38 años que llevamos de pie y han pasado muchas generaciones. De hecho, yo llevo aquí más de 25 años, jugué en las inferiores, después llegué al primer equipo y ahora estoy a la cabeza como presidente”, dice con orgullo.
Fundado en 1976 por exiliados políticos, es el más antiguo de los numerosos clubes deportivos de la comunidad chilena en Suecia. La sede es un antiguo refugio que tenía la escuela para los alumnos en caso de que hubiera una guerra nuclear. Un recuerdo de la guerra fría
Ruiño ronda los cuarenta y lleva tatuado el escudo del Real Madrid en el brazo. Cada vez que puede hace gala del equipo de sus amores. No es el único, en Estocolmo muchos chilenos de su generación son seguidores del club de la Castellana: “En parte porque allí jugó Iván Zamorano, y se dice que su familia estaba relacionada con el Partido Comunista”, cuenta con amplia sonrisa de satisfacción. Aquí la política no es un asunto menor. En la sede de Los Copihues, junto a los banderines de los equipos de la liga chilena de fútbol, cuelgan retratos de Víctor Jara, Salvador Allende y Violeta Parra. También de las alineaciones pasadas de unos equipos donde cada jugador tiene una historia detrás. La historia en muchos casos del exilio, de la salida de un país que creían que prometía un tiempo de vida diferente, pero que se vio aplastado por la bota militar de una dictadura opresiva que cercenó la voluntad de un futuro mejor
La memoria es parte importante de esta comunidad de cerca de 50.000 chilenos, que viven en un país de diez millones de habitantes. Luis Romero, Rocky o Romerito, dirige desde hace trece años Radio Bahía, la emisora latina más importante de Estocolmo, desde donde narra los resultados y las noticias de los equipos latinoamericanos de fútbol que hay en Suecia, la mayoría de origen chileno. Cuando Romerito habla del exilio en Suecia, hay dos palabras que se repiten con cierta frecuencia, “solidaridad” y “agradecimiento”.
Cuenta Romerito con voz pausada desde el estudio de radio donde emite: “Hay cerca de treinta organizaciones deportivas latinoamericanas, solamente en Estocolmo, acreditadas en la Federación de Fútbol Sueco, desde octava división hasta cuarta”. La decoración aquí también está plagada de símbolos: “Víctor Jara es una persona universal, podría decirle que ya no pertenece solo a los chilenos, porque su música, su canto, ha sido traducida a diferentes idiomas, como Violeta Parra, que es la reina y la madre del folclore chileno. Víctor Jara fue detenido, torturado, le cortaron sus manos, fue baleado y, después de muerto, lo tiraron cerca de una línea férrea, donde lo encontraron unas mujeres. Él es un hombre que pertenece al mundo entero y su música sigue siendo tan actual ahora como entonces”. Lo dice, antes de señalar con voz quebrada: “Aquí nos tenemos a nosotros, y el fútbol es un espacio donde vivimos no solo para el recuerdo, también para la emoción y el disfrute”.
Lautaro, Pacífico, Los Pumas, Cóndores de Los Andes, Oriental FC, Club O’Higgins son algunos de los nombres de los equipos chilenos de fútbol en Suecia. Heredados por la segunda y tercera generación de chilenos nacidos en el país nórdico. Los que llegaron primero con las maletas a medio hacer y sin hablar el idioma del país que les acogía crearon unas estructuras que han logrado mantenerse en el tiempo. Gerardo Marluenda es defensa de Los Copihues; para él, lo más importante “es que yo aquí me relaciono con puros chilenos, el club es chileno, y tenemos costumbres chilenas. Esto me acerca a mi país, por eso estoy en Los Copihues; si no, estaría jugando en un club sueco que terminas un partido y cada uno se va para su casa, pero aquí no, aquí después del partido hay una cervecita, sus pedacitos de carne y eso significa sentirme más cerca de mi país, sentirme más cercano a mi gente”.
“Aquí nos tenemos a nosotros, y el fútbol es un espacio donde vivimos no solo para el recuerdo, también para la emoción y el disfrute”.
‘EL MESSI CHILENO’
Para jugadores como Gerardo, la referencia actual, más que Zamorano, es el jugador del Barça Alexis. La política ya no es tan determinante para elegir un jugador y su equipo. En cierta medida los jóvenes han borrado unas referencias de afinidad que pertenecen más al pasado que al presente. Una lógica que representan jugadores como David Pérez Dybeck, al que algunos medios han bautizado como “el Messi chileno”, canterano del IF Brommapojkarna, una de las escuelas más prestigiosas del fútbol en Suecia, de padre chileno y madre sueca, nieto de exiliados, y que con solo nueve años suena en la órbita de La Masía. O el lateral del Malmö FF Miiko Albornoz, nacido en Suecia, también de padre chileno, y convocado recientemente por la selección absoluta de Chile. Para los más mayores, los primeros que llegaron, el héroe futbolístico es Carlos Humberto Caszely, su foto en blanco y negro también cuelga de una de las paredes de Los Copihues. El jugador del Colo Colo, el referente del fútbol chileno de la década de los setenta y ochenta, de convicciones comunistas, negó en una ocasión el saludo a Pinochet y fue apartado de la selección por su pública disidencia. Caszely también jugó en el Levante y el Espanyol. Su bigote y su pelo rizado fueron durante mucho tiempo sinónimo del fútbol que no pierde la dignidad ni olvida las injusticias.
El Club Los Copihues juega en la 4ª División de la liga de fútbol de Estocolmo, durante el largo invierno se entrena dentro del pabellón que hay junto a la escuela Fitttjaskolan Botkyrka Norra y los partidos se celebran en campos de césped artificial con calefacción subterránea. Claudio Jorquera es el utillero de Los Copihues, el encargado de tener el material disponible y de recordar a los muchachos el sentido de la camiseta que defienden. Él es uno de los más veteranos: “El problema es que aquí hace mucho frío, hay canchas que están a la temperatura por la calefacción del suelo, el cuerpo humano no está acostumbrado a este clima. En julio se organiza un campeonato, con clubes latinoamericanos, que dura dos semanas y ahí aprovechamos para tener el contacto con otra gente latina que viene de todas partes. Se organiza una fiesta tremenda”. Al torneo se le conoce como la Copa Chile, y es referencia en el calendario. Una oportunidad anual para verse todos juntos y disfrutar de un torneo que genera mucha expectación.
Para Felipe Barberi, delantero de Los Copihues, la sociabilidad que se genera alrededor del club y de los eventos que organizan es fundamental para poder vivir en un país tan distinto al que tuvieron que abandonar. Barberi apenas lleva dos años en Suecia, y todavía no domina el idioma. Es uno de los recién llegados, que han encontrado en el país nórdico unas garantías sociales y una calidad de vida que no tenía en su país de origen. A Barberi le sorprende todavía la fuerza de la comunidad chilena. “Es como una familia. Si uno va a la sede, están padres con hijos o los abuelitos con los nietos. Los viernes y sábados, se juntan en la sede a jugar cartas o la brisca. El día del partido las familias van a apoyarnos y luego se organiza una buena fiesta donde las mujeres hacen empanadas y comida chilena, bailamos y suena música de nuestro país”. A Barberi le gustaría llegar a profesional, pero sabe que es un camino muy difícil. Por lo pronto se consuela siendo la referencia del equipo, el delantero bajito, habilidoso en el regate y con mucha explosividad: “Esa es mi característica principal en el campo, la velocidad y el manejo, algo que los suecos, por su envergadura, no tienen”, señala con media sonrisa.
ADULTOS CONTRA NIÑOS
El sábado tienen partido. A primera hora de la tarde la oscuridad ha cubierto el cielo y la nieve inunda los alrededores de la cancha. Toca enfrentarse contra uno de los primeros de su categoría, un equipo compuesto solo por suecos que les sacan varias cabezas. Visto desde la perspectiva del espectador de media distancia parece un partido de adultos contra niños. Al final el marcador es de 4-1 para los suecos. “Pero peleamos hasta el último segundo”, dice Luis Araya, Lucho, el entrenador, sin abandonar el buen tono, para añadir: “Tenemos un equipo bastante habilidoso en cuanto a la técnica, pero nosotros, los chilenos, somos medio flojos en lo que se refiere al estado físico, por eso que jugamos corto. Estos suecos nos ganaron por físico y por el frío, tenemos que seguir trabajando, tenemos un grupo humano que en su totalidad son amigos más que nada y eso es lo que nos hace más fuertes”. Tras el partido intercambian abrazos con el otro equipo, se percibía buen ambiente. En uno de los fondos del campo, una gran pancarta señala: “Ger rasismen rött kort!” (“Tarjeta roja al racismo”). Hace años, ante algunos casos de violencia en el fútbol base, al uruguayo Wladimir Kotovich, miembro de la Federación Sueca de Fútbol, el ayuntamiento de la ciudad le encargó un plan para acabar con algunos casos de racismo que se habían producido en este tipo de competiciones. “Fue muy sencillo”, señala, “mezclé todos los equipos, de chicos y chicas y de distintos países durante una temporada”, así, asegura, se acabó con el problema. Lo cierto es que eso es lo que parece. De los tres árbitros que han saltado al campo en el partido de Los Copihues, uno es de origen iraquí, otro pakistaní y al tercero Lucho no lo identifica, “pero obviamente no es sueco”. La diversidad cultural de Suecia y las políticas de integración de los inmigrantes en el país son un ejemplo en una Europa marcada por derivas que caminan en sentido contrario.
Después del encuentro hay fiesta en el antiguo refugio nuclear. Wilson lleva desde el principio en el club, ahora tiene 67 años, anda por todo el local atento a los detalles. Su hospitalidad es exquisita: “Aquí dentro nos sentimos como en nuestro país, como si nada hubiera pasado, incluso hay noches que podría pensarse que no perdimos ninguna batalla, que seguimos en la brecha, que no estamos a miles de kilómetros de nuestra tierra”. Al final de la velada, una de las cantantes, que se ha subido al escenario entre piropos y vivas a Chile, pide brindar “por las tristezas y las alegrías”. El personal levanta una copa cargada de significado entre las cuatro paredes del antiguo refugio de guerra. Fuera, la nieve cubre el paisaje, un pequeño grupo fuma unos cigarrillos apurados por el frío. Una de las asistentes resume sus sensaciones: “Para mí Los Copihues es mi añoranza. En Suecia tendré muchas comodidades, me he adaptado a la sociedad, tengo mi trabajo y todo, pero no lo cambio por mi Chile”, y reafirma con los ojos vidriosos: “Chile es único, era y es nuestra casa”. Para ellos, el fútbol mitiga, en parte, la melancolía.