Roque Bordonave hacía su debut como técnico. Designado quince minutos antes del partido, sin que nadie supiese de sus antecedentes, les daba la charla técnica a sus jugadores. Y así nacía la leyenda. “Carliotti, vos tirate más atrás, y hace un pulling sobre el tetraenganche. Sordo, te quiero haciendo media sombra y metiéndote de libero lateral wingderechizado carrileroide, buscando el desborde, la desmarca, el destoque, el descórner y la alambicación de la diagonalización de las paralelas. ¿Ekoy?”.
Bordonave decía “ekoy” en lugar de okey. No le salía. Sin embargo, los jugadores entendían que diciendo ekoy quería decir okey. Más de una vez quiso decir okey pero dijo knockout.
Lo que no entendían los jugadores eran esas indicaciones técnicas que Bordonave les daba mientras llenaba el pizarrón de líneas, flechitas y circulitos en donde ponía nombres como Wilkinson, un jugador que hacía tres años se había ido del club. O Verónica Castro.
“Veronica Castro es una actriz mexicana. No juega en el equipo con el que vamos a enfrentarnos”, le dijo respetuosamente Girolatti, hábil wing-foward centroinzquierderecho, mientras trataba de encontrar algo de sentido en lo que el locuaz técnico anotaba en el pizarrón.
“Escucheme, Cantelmi”, lo paró en seco Bordonave. “Soy Girolatti”. “Ekoy. Pongámosle que usted es Girolatti. Pero usted es Cantelmi. Y yo pongo Verónica Castro porque soy el técnico. Y sé de qué hablo. Y sé porque sé de fútbol. Entonces, si pongo Verónica Castro, usted no me lo cuestiona. Si pongo Verónica Castro, ustedes me obedecen. Y la marcan. Y no le dejan espacios, ni huecos, ni agujeros, ni andariveles, ni zócalos. Porque tenemos que sorprenderlos, ¿ekoy? Porque quiero los diez primeros minutos plantear un 4-3-3, después los quiero en 4-4-2, después en un 2-1-8, después en un 4-9-11-2-34-2-3-7 y así sucesivamente. ¿Ekoy?”. Los jugadores iban mareándose con la charla, perdiéndose entre la nebulosa que Bordonave armaba en el aire con sus palabras.
La charla técnica del debut de Bordonave como DT terminó y la escuadra de Victoriano Arenas salió a enfrentar al Club Atlético Atletic (antes llamado Deportivo Sporting), por los octavos de final de la Copa Quindimil, un extraño torneo que, en 1997, sorprendió a todos los habitantes de Lanús, ya que se trataba de un octogonal de cinco equipos.
“Lo único que pido es que me hagan caso. Que busquen los relevos somatizando los cambios de posiciones, reteniendo la pelota en términos socráticos, buscando el armado de la sinopsis”, les dijo Bordonave saliendo del túnel. Los jugadores, que no habían entendido absolutamente nada, le dijeron que sí. ¿Qué era lo que iban a hacer? ¿De qué manera se enfrentarían al equipo contrario después de las incoherencias y los divagues de Bordonave?
Los jugadores estaban desorientados, como de costumbre, con la mente en blanco. Todo el estadio quedó sorprendido cuando Bordonave saco un megáfono y empezó a darle, a todo
volumen, indicaciones a su equipo.
“¡Carnevaro! ¡Pasásela a Trimarco, que esta a tu derecha!”, gritó. Por efecto de la obnubilación en la que había quedado por la charla técnica y ante la sorpresa de escuchar la voz del técnico por un megáfono, Canevaro obedeció la orden como un robot y le pasó la pelota a Trimarco.
“¡Trimarco, salí para la derecha, no tanto, no tanto! Empezá a correr. ¡Guarda que viene uno! Amagale a izquierda, cortate dos pasos y dásela a media altura a González”. Eso fue exactamente lo que ocurrió. “¡González! Tirate al lateral y cambiá de frente con un pelotazo a Garmendia. ¡Garmendia, empezá a correr que González ya esta tirando el pelotazo!” Toda la complejidad de la charla previa se había convertido en una indicación segundo a segundo. Bordonave iba diciendo a cada jugador lo que debía hacer en cada instante.
“¡Trimarco! Pisala, un poco menos… Esperá. No te mandes, tocá para atrás. Los jugadores eran como un metegol humano, una serie de cuerpos sin mente manejados por las indicaciones de Bordonave que, megáfono en mano, dejaba atrás ese técnico complejo e inentendible para dar paso a éste, un increíble director que marcaba con precisión milimétrica cada movimiento de su equipo. En el primer tiempo, Arenas ya iba ganando 4-0. Los contrarios habían tocado la pelota una vez en un autogol, por un error de Zuckerini, quien no le hizo caso a Bordonave y, sin querer, la tiró afuera.
Y allí, decíamos, comenzó la leyenda de Roque Bordonave, apodado director técnico que maneja al equipo con su palabra o El técnico que les lima la cabeza a los jugadores para que después respondan a la mínima indicación que se les dé desde el banco y otras tantas maneras más que remiten exactamente a lo mismo: la maravilla de un entrenador que mueve a sus jugadores con la palabra.
¿Es necesario contar lo que ocurrió en el segundo tiempo, cuando Bordonave se quedó sin pilas en el megáfono? Por supuesto.
Porque fue increíble.