Más que una historia real, parece uno de los fantásticos cuentos del recordado Osvaldo Soriano o del querido Negro Fontanarrosa. Sin embargo, el día existió. Un 22 de junio y con 36.242 testigos, se jugaba la 27ª fecha del Metropolitano 75, torneo que en sus finales vería a River campeón luego de romper un maleficio de 18 años sin títulos.
El Palacio Tomás A. Ducó era el escenario de uno de los partidos más esperados. Las mareas blancas y rojas de los hinchas de Huracán y River copaban las calles de Parque Patricios. La avenida Amancio Alcorta era un desfiladero de gente que se apuraba a ingresar. En aquellos años, se llegaba temprano para ver a la Tercera. River estaba puntero con 39 puntos. Huracán mantenía la base de los jugadores que había conseguido el título en el 73 y luchaba arriba, sexto, con 31 unidades. Luego sería el subcampeón.
La Voz del estadio anunciaba por los altoparlantes las formaciones de los equipos, de corrido; del 1 al 11, como era antes. Nada de estos raros números modernos que hoy sisan los jugadores en sus espaldas. Los relatores de radio confirmaban: “Huracán, el local, formará con Cejas; Chabay, Paolino, Fanesi y Carrascosa; Brindisi, Russo y Larrosa, Houuuuuuuuuuuuuuseman, Avallay y Scalise. Su técnico, Delem. River, la visita, jugará con Fillol; Comelles, Perfumo, Ártico, Héctor Osvaldo López; Juan José López, Raimondo, Alonso; Bareiro, Morete y Sabella. El técnico, Don Ángel Labruna. El árbitro será el señor Luis Pestarino”.
La noche anterior, nada había transcurrido con normalidad en la concentración que Huracán tenía en el estadio. El Loco René Orlando Houseman no había dormido con el resto de sus compañeros. Había pedido permiso para irse “un rato” al cumpleaños de su hijo Diego. Cumplía un año y quería estar ahí.
No era la primera ni sería la última vez que abandonaría una concentración. Sin embargo, aquel partido frente a River quedará guardado en los libros del fútbol argentino. Fue el día en que Houseman le marcó un gol a River jugando borracho…
Un dirigente de Huracán, de apellido De Santis, era el encargado de buscarlo cada vez que el Loco partía. Menos aquella noche. El brasileño Delem había resuelto que sus stoppers serían dos compañeros de equipo. Houseman recuerda perfectamente ese día.
“¡Cómo no me voy a acordar! Es como si fuera hoy. Era el cumpleaños de mi hijo. Festejé hasta las 10 de la noche, hora en que me vinieron a buscar para ir a concentrarme. Pero como era muy temprano, les dije ‘dejenmé hasta la una’, y me dejaron. Y a la una en punto me vinieron a buscar de nuevo. Me fui, pero acusé que había dejado las llaves del auto en la casa. Así que les dije que se quedaran tranquilos, que yo ya volvía a la concentración… Pero volví, sí, a las 11 de la mañana, totalmente en pedo. Si hasta casi me meaba encima”.
Muchas botellas fueron las compañeras de aquella noche, algunas de whisky y otras de vino. “El whisky era JB y el vino era Suter etiqueta marrón”, nos aclara. Llegó solito y por sus propios medios a la concentración. No había dormido ni un minuto. Faltaban pocas horas para el partido.
El portón de entrada de la concentración fue testigo involuntario de su llegada. El auto de Houseman, un Peugeot 504 TN, blanco y celeste, y con el Loco al volante, chocó al ingresar al estacionamiento. Por suerte, no fue grave. Ya en la habitación, sus compañeros intentaron ayudarlo. Varias duchas frías y muchas tazas de café fueron los remedios sanadores. Mientras tanto, los dirigentes debatían si era conveniente que jugara. A todo esto, el Loco había conseguido dormir una hora. Con la mirada perdida, tenía una idea clara: de ninguna manera se perdería un partido tan importante. Los jugadores presionaban.
Querían que jugase. A René se le perdonaba todo por-que era querido, y además resultaba una pieza clave en el equipo. Finalmente, Delem tomó la decisión de incluirlo. Cuando fue a verlo y le preguntó si se sentía bien y tenía ganas de jugar, el Loco contestó: “Por supuesto. Yo juego hasta en una pierna”. Igualmente, René nos aclara que “fue el único partido que jugué de este modo, después nunca más, y como consejo no le recomiendo a nadie jugar en esas condiciones”.
“Pero volví, sí, a las 11 de la mañana, totalmente en pedo. Si hasta casi me meaba encima.” Muchas botellas fueron las compañeras de aquella noche, algunas de whisky y otras de vino. “El whisky era JB y el vino era Suter etiqueta marrón”, nos aclara Houseman.
Al día siguiente, las crónicas del encuentro hablaron del pobre empate, 1 a 1. Un partido aburrido, chato y con muy pocas situaciones de gol. La igualdad había dejado un mejor sabor para la gente de Nuñez porque llegó a dos minutos del cierre. El gol millonario fue obra de la zurda del Beto Alonso (la pelota se desviaría en el botín derecho de Paolino, defensor de Huracán, antes de ingresar).
Houseman —decían— no había tenido un buen partido. Sin la velocidad y la endiablada gambeta de otras tardes. Hasta que llegó el minuto 41 del segundo tiempo. Fue un gol al estilo Houseman, a pura gambeta, a puro desequilibrio, a pura emoción.
Con el 7 de siempre en la espalda, por el andarivel derecho pero en esta ocasión más en posición de 8 que de 7, recibió un pase de Russo. Con la pelota en su poder, encaró en diagonal de derecha a izquierda. Pasó entre Perfumo y Ártico gracias a un exquisito toque largo. Quedó mano a mano con Fillol y, ante la desesperada salida del Pato, lo eludió y, ya con el arco libre, la tocó suavemente con su pierna derecha. Era el 1 a 0. Era un brindis con la red. Era la locura de todo Parque Patricios. Era otra de las genialidades del gran Loco Houseman…
René quedó tirado en el piso, muerto de risa, por varios segundos. Sus compañeros lo abrazaban, Delem sonreía, la gente deliraba. Cual hombre que se retira luego de haber pasado la noche con la mujer más linda del boliche, y pensando que no hay más nada por inventar, el Loco, haciéndose el lesionado, pidió el cambio. Ingresó Ríos. Una memorable ovación lo acompañaría en sus últimos pasos del campo de juego: “Y chupe, chupe, chupe y no deje de chupar, el Loco es lo más grande del fútbol nacional”.
La crónica de la revista Goles describió la jugada de la siguiente manera: “Minuto ochenta y seis. Cuando todo está para el cero. Pero Russo se encuentra con la pelota por la mitad de la cancha. Levanta la cabeza y busca alrededor para el desahogo. Hasta que Houseman, picando lo estimula para la entrega. Allí está René cuando recibe y domina en completa soledad… Y, entonces, se siente Houseman. Empiezan a cantar los pájaros. Ya no cuenta nada más que Houseman, la pelota y Fillol, mientras Héctor López mira al juez de raya y Ártico lo imita. El Pato queda inutilizado en el piso. Y René se va con los pájaros. Se va, se va, hasta que canten el final de ese golazo a lo René”.
Por su parte, la revista El Gráfico también le dedicaría varias líneas al gol y calificaría su actuación con 6 puntos. Sin embargo, ni una ni otra crónica nada diría del estado en el que había jugado. Ni la gente presente ni el periodismo se habían dado cuenta. Pero fue él mismo quien reveló días después, en un entrenamiento, lo sucedido: “Y se enteraron porque yo mismo lo conté. En esa misma semana, les dije a algunos periodistas amigos que cubrían el entrenamiento de Huracán cómo había sido todo. Al principio, ninguno me creyó”.
El Loco siempre fue un jugador mimado por sus compañeros. Todos sabían de sus escapadas de la concentración. Él se preocupaba por aclarar “siempre con el permiso del técnico”. Delem, el entrenador que aún conserva el dejo portugués recuerda: “Nosotros le dábamos permiso para salir. Siempre iba con algún compañero, porque entre ellos se cuidaban. Era un plantel muy maduro. Además Houseman siempre me cumplió en el campo de juego a pesar que le daba ciertas libertades, y eso para mí era muy importante”.
Los jugadores eran concientes de que no había sido una noche más para Houseman. Omar Larrosa, compañero en Huracán y en la Selección confirma que el Loco había llegado horas antes del partido, aunque él no vio el momento del arribo. “Me llamó mucho la atención que se duchó muchas veces antes de comenzar el partido. Ahí me enteré lo que había pasado. El Loco era un jugador bárbaro. Y como persona también, un fenómeno. Él jugaba cuando tenía la pelota en los pies. No era la clase de jugador que corría sin la pelota. No era uno de esos que iba y venía. Él se desmarcaba y encaraba para adelante y después andá a agarrarlo.”
Otro de los amigos era Jorge Carrascosa. Se conocieron en 1973 y hasta el día de hoy se siguen viendo. “Desembocamos los dos en el Huracán del 73, un equipo realmente inolvidable, en el cual él fue un protagonista excluyente”. El ex capitán señala que sólo René podría haber jugado en ese estado. “Es un lujo que sólo él se pudo haber dado y tomándolo con todo el humor del caso; por ejemplo, no lo podría haber hecho yo. Lo podía hacer un jugador con las condiciones especiales que tenía René.”
Houseman no recuerda si los jugadores de River advirtieron el detalle: “Algunos me veían con los ojitos obnubilados y yo escuchaba los gritos: ‘Vamos que el Loco no puede, vamos, vamos’. El técnico me quería sacar, pero yo le decía ‘aguánteme un poco más’.” Días despues el Pato Fillol declararía: “Me parece terrorífico que eso haya pasado. No habla bien de Houseman ni del cuerpo técnico”
¿Y los rivales? Houseman no recuerda si los jugadores de River advirtieron el detalle: “Algunos me veían con los ojitos obnubilados y yo escuchaba los gritos: ‘Vamos que el Loco no puede, vamos, vamos’. El técnico me quería sacar, pero yo le decía ‘aguánteme un poco más’.” Días después de conocida la anécdota, el Pato Fillol declararía: “Me parece terrorífico que eso haya pasado. No habla bien de Houseman ni del cuerpo técnico”.
Juan José Lopez, estrella del River 75 dice: “Sabes lo que pasa, es que el Loco parecía que siempre jugaba borracho. Nunca sabías para qué lado te iba a encarar. Iba para acá, para allá. Fue un jugador sensacional”.
¿Y el árbitro Luis Pestarino? Houseman tampoco sabe si se enteró. Pero por las dudas, también lo eludió en el partido, a ver si se daba cuenta… “Pasaba lejos del referí. Si yo me ponía a hablar, ponía en pedo al rival y al árbitro del aliento que tenía”.