En febrero del año pasado debió realizarse una artroscopía en la rodilla derecha, después de perder en semifinales de Australia con Djokovic. Volvió en abril para jugar Montecarlo (perdió con Tsonga en cuartos) y Roma (perdió con Thiem en segunda ronda). Pero por un problema de espalda se bajó de Roland Garros y así rompió una serie de 65 participaciones consecutivas en torneos de Grand Slam. Una serie que había arrancado en… ¡1999! ¡El siglo pasado! Se sintió un poco mejor y se animó a su gira favorita: en el césped. En Stuttgart y en Halle cayó en semifinales con Thiem y Zverev, dos de los chicos que serán parte del recambio (cuando Roger los deje, si es que los deja…). En Wimbledon, también en semis, lo despidió Raonic.
Unos días más tarde anunciaba a través de un comunicado que su temporada 2016 se había terminado. Que necesitaba rehabilitarse de su rodilla y que los doctores le recomendaron parar si quería volver a jugar a su nivel. Aclaraba que seguía amando el tenis, la competición, los torneos y a los fans. Y anunciaba que estaba más motivado que nunca e iba a poner toda su energía para volver más saludable y en forma para jugar un “tenis agresivo” en el 2017.
En aquel momento, semejante declaración podía sonar a chamuyo para un tipo que supo ser el número 1 y para muchos el mejor de la historia pero que no ganaba un torneo desde 2015, en Basilea, su ciudad natal. Ningún chamuyo. Fue la pura verdad, aunque probablemente ni él supiera en el momento de escribir el comunicado que pasaría precisamente lo que estaba anunciando. O mucho más.
A fines del 2015, Federer, después de dos años, terminó su vínculo con Stefan Edberg y contrató a Iván Ljubicic. “Jugó contra muchos de los jugadores que todavía son mis rivales. Es la primera vez que pasa esto con un entrenador. Tiene la experiencia del Tour como jugador y como entrenador (Raonic fue su pupilo). Quiere ganar. Quiere hacer de mí un mejor jugador”, explicó el suizo. Una de las grandes armas del croata como jugador era el revés a una mano: estéticamente perfecto y agresivamente definitivo. Y exactamente así fue el revés que mostró Federer desde su regreso. Pero, por supuesto, no fue el revés lo único que mostró.
Básicamente, el tipo está desafiando al tiempo y a la velocidad. No les da tiempo a sus rivales para acomodarse porque no le da tiempo a la bola. La va a buscar. La ataca cuando está subiendo y deja boquiabiertos a todos con tiros ganadores de… sobrepique. El que jugó al tenis sabe lo difícil que es eso y el que no jugó lo puede imaginar. O puede leer lo que dijo Nadal después de perder la final de Miami: “Si cada vez que juega, Federer juega a este nivel, no hay mucho que hacer. Si sigue así será número uno, habrá que felicitarlo y ya está”.
Justamente lo dice Nadal, su clásico rival. Desde el 2004 se cruzaron 37 veces y el español ganó 23. Federer, en 13 años, nunca había podido ganarle tres partidos consecutivos al español. En el 2017, en tres meses, ya lo hizo tres veces: final de Australia, octavos de Indian Wells y final de Miami. Y no sólo eso: en lo que va del año tiene un record de 7 victorias y 0 derrotas contra los top 10. Si es por hablar de números también se puede decir que Roger suma 91 títulos (18 de Grand Slam y 26 de Master 1000), 139 finales y 1099 triunfos.
Pero a los números le faltan la sangre, la alegría y la pasión que está mostrando Federer en la cancha. Y ahí, quizás, esté la clave de este regreso inimaginado. Roger, a los 35 años, está jugando como un juvenil que quiere empezar a hacer historia cuando él ya es historia misma, está festejando cada partido y cada título como si fuera el primero, como si él fuera un chico. Su mujer, desde la tribuna, lo alienta y sufre cada punto como si fuera una nueva fan y no hubiera visto más de mil partidos de su marido.
Este arranque del 2017 (ganó el único Grand Slam y los dos Master 1000 que se jugaron) es igual al del… 2006. Federer no sólo está desafiando el tiempo físico, también al tiempo calendario. Está desafiando a la historia. Pero, sobre todo, se está desafiando a sí mismo. Y nosotros somos los privilegiados que podemos disfrutarlo.