Su imagen llama la atención casi tanto como su nombre. Flaco al extremo, alto, casi rubio, de apariencia frágil pero firme y con una velocidad de otro deporte. Jürgen Damm es un futbolista particular, moderno pero también de otra época. En las finales de la Copa Libertadores contra River fue el mejor de Tigres y su presencia alcanzó para inquietar a la defensa más sólida del continente.
Antes de las semifinales, el equipo de Monterrey gastó más de treinta millones de dólares en la contratación de cuatro nombres de peso: André-Pierre Gignac, Javier Aquino, Ikechukwu Uche y Damm, quien se destacó como el mejor de los refuerzos. El jugador de 22 años le costó unos siete millones de dólares y respondió como se esperaba: aportó vértigo, velocidad y desborde en los cuatro partidos de la Libertadores.
Damm es un wing derecho de los de antes. No sólo por decisión del entrenador, sino por características propias. Llegó para desmentir aquella teoría que habla de la “muerte de los wines”. Cuando aparece un futbolista rápido, con capacidad para ganar en el mano a mano e inteligencia para desbordar, hay que darle la confianza para que cumpla una función que de ninguna manera está obsoleta. Si los wines están en extinción es porque los quisieron matar.
En el encuentro del Monumental fue el único capaz de generarle preocupación a River. Con pelota dominada, es imparable incluso para defensores veloces y fuertes como Leonel Vangioni y Ramiro Funes Mori. Al lateral le ganó en varias oportunidades y una gran acción individual terminó en una de las opciones más claras del visitante, a pesar de la mala definición de Aquino.
“No me pesó jugar en un estadio lleno, porque es un sueño llegar a una final, jugar frente a un equipo histórico y en ese sentido estuve muy tranquilo”, afirmó tras la derrota 3-0 y no son sólo palabras, es una realidad. Con sólo 22 años de edad, se la bancó mucho más que la mayoría de sus compañeros y, mientras Tigres estuvo en partido, fue la principal amenaza. En Buenos Aires, se recibió de jugador internacional.
Damm es tan mexicano como Chespirito y es jarocho como el Pirata De la Fuente. Nació en Veracruz en 1992 y sus padres también crecieron en esa patria. Su abuelo, como él mismo lo describe, es “un alemán de ultranza, siempre está atento a la selección teutona”. Por él lleva ese nombre y su doble nacionalidad. De todas maneras, jamás dudó en representar al Seleccionado azteca.
Debutó a los 18 años en Estudiantes Tecos, tras sufrir bastante en las divisiones inferiores. Atlas y Chivas le cerraron las puertas y estuvo a punto de dejar el fútbol, pero el apoyo de su familia lo sostuvo: “Una vez le dije a mi mamá que ya no quería jugar. Pensé mejor en dedicarme al estudio, en terminar mi carrera profesional como administrador de empresas, eso pasó por mi mente. El soporte y el apoyo de mi familia me hicieron recapacitar y seguir”.
Se destacó apenas comenzó su carrera en primera división. Estuvo a prueba en Manchester United y no se quedó por cuestiones administrativas. En 2013 pasó a Pachuca y allí creció más todavía. Chelsea lo fue a buscar pero el club mexicano rechazó la oferta, algo que no pudo repetir cuando Tigres puso una fortuna sobre la mesa.
El dato que lo hizo “famoso” en todo el mundo es incomprobable. La FIFA lo nombró como “el segundo jugador más rápido del planeta” detrás de Gareth Bale. Según el organismo, Damm alcanza una velocidad con pelota dominada de 35.23 kilómetros por hora, mientras que el galés llega a 36.9 km/h. En ese ránking, Cristiano está quinto y Messi séptimo. El mexicano dijo que no tiene secretos: “la velocidad no se adquiere ni se trabaja, es congénita, ya la traes, así que no hago un trabajo especial”.
Es imposible saber cuál será su techo, pero lo que ya se puede afirmar es que reverdeció el juego de wines, algo que celebramos desde este espacio.