Entre cliente y cliente, en un coqueto buffet de abogados del centro porteño, Rafael Bielsa se le hinchan las mejillas al rojo vivo cuando explica su amor incondicional por Newell’s. Pisó por primera vez su cancha cuando tenía once años, de la mano del tío Pocho, en una época que recuerda que en la platea se fumaba unos cigarritos con olor a tabaco mezclado con chocolate que dice sentir en el aire ahora mismo; o cómo logra escuchar el sonido de la chapa del Alumni cada vez que cambiaba el marcador, o el “chaaa” de un pelotazo magistral contra las redes que antes estaban flojas.

Su equipo se enfrentó contra Independiente, que le ganó 3 a 1 y, el pequeño Bielsa ilustrado, que repetía de memoria las formaciones de todos los equipos, supo temprano que con el fútbol también se sufre: en ese partido, Newell’s se fue al descenso y los hinchas, sentados en los tablones de madera, se agarraban la cabeza y lloraban.

–Ese primer día entendió que el fútbol es más bien sufrimiento.
–Como el amor. Yo asocio al fútbol con el amor. El fútbol es esquivo: es imposible derogar el azar y es extraordinariamente injusto. En algunos partidos he tenido diálogos permanentes con Dios: “este partido no lo podemos perder, escúchame Dios… Ya perdimos el partido anterior, éste lo tenemos que ganar, Dios; no podés permitir que volvamos a perder, no hagas esto, Dios”. Y perdíamos. Entonces me invadía un enojo metafísico, religioso. “Dios, dame una buena explicación de por qué perdimos, si en el equilibrio universal cósmico nos tocaba ganar a nosotros”. El fútbol es como un Aleph, en el rectángulo de juego está la vida.

–Si hace un recorrido por su vida futbolera y pone en una balanza las alegrías y las tristezas, ¿qué saldo le da?
–Siempre es felicidad, porque aunque haya habido un solo momento feliz, me hubiese pasado la vida recordando ese instante.

–Las personas nos separamos de parejas, modificamos ideas políticas, religión, amigos y el país donde vivimos. ¿Me explica por qué no se cambia de club?
–El amor por los colores es más fuerte.

En algunos partidos he tenido diálogos permanentes con Dios: “este partido no lo podemos perder, escúchame Dios… Ya perdimos el partido anterior, éste lo tenemos que ganar, Dios; no podés permitir que volvamos a perder, no hagas esto, Dios”. Y perdíamos. Entonces me invadía un enojo metafísico, religioso. “Dios, dame una buena explicación de por qué perdimos, si en el equilibrio universal cósmico nos tocaba ganar a nosotros”.

–No me alcanza.
–Cuando te separás de una pareja es porque considerás que la convivencia es imposible; cuando te exiliás o te vas a vivir afuera, sentís que el país te expulsa. Pero, en cambio, el fútbol es siempre la promesa de una nueva oportunidad. La frase que dice “en el fútbol hay revancha todos los domingos” es cierta. El fútbol nunca te echa, aunque tu equipo se vaya a la B. Si desciende, lo querés más, porque es cuando más te necesita. Pero el fútbol siempre te necesita. Por eso me niego a considerar a los epifenómenos del fútbol: porque rompen esta magia. No importa que tu equipo se vaya a la B, porque al final del día quedan once jugadores que tienen puesta tu camiseta. El fútbol no te pide que seas alto y de ojos celestes, ni que tengas plata, ni un auto importado. El fútbol te pide que le des la vida, en el sentido de que estés presente, como piden las mascotas, y eso es maravilloso.

bielsa 1–¿Qué gracia tiene para usted que veintidós tipos corran detrás de una pelota?
–Nací en el barrio Abasto, de Rosario, y jugaba a la pelota con mis amigos en las veredas de empedrado grueso, y el pasto crecía entre los adoquines. En ese momento, la calle Mitre iba de norte a sur, y por ahí pasaban los carros que venían del mercado. Era una época en la que te regalaban el perejil en las verdulerías. Los tipos que manejaban los carros les decían piropos a las mucamas y nosotros nos poníamos colorados. El fútbol tiene, entonces, la gracia de los colores brillantes de mi infancia. Proust decía que la patria es el lenguaje, es la infancia. Bueno, para mí veintidós tipos corriendo detrás de una pelota son mi infancia, mi lenguaje y mi patria.

–Es un relato conmovedor, pero no me convence si bajamos a la realidad del fútbol, que básicamente es un buen negocio de unos pocos.
–Es un universo al que le tengo un desprecio militante. La FIFA, la AFA, los transfers, los derechos federativos, los económicos, llevar a un chico de 15 años a Europa. Todo eso no entra en mi relación con el fútbol, es la sombra de la caverna de Platón. Cuando veo un partido (veo poco porque sólo sigo en primer lugar a Newell’s, en segundo a la Selección Argentina y en tercero a los equipos que dirige mi hermano Marcelo) siempre son veinte tipos que corren detrás de una pelota y dos que tienen que evitar que se meta en el arco.

–¿Cómo hace para aislarse de todo lo demás que configura al fútbol?
–Cando miro fútbol me hago mi propia película. El sábado pasado vi Newell’s-Lanús y era el Newell’s-Lanús del 67. Aquel día que vi, por primera vez, cómo un marcador de punta de Lanús que se llamaba Ávalos sacó un tiro en la línea de chilena. Y lo veo ahora. Cuando veo una pared en el área chica, los veo a Silva y a Acosta, los Albañiles. En vez de ver partidos de fútbol, leo relatos que son partidos de fútbol.

–Desde hace años intento ver un partido entero y no lo logro. ¿No es un espectáculo aburrido el fútbol de hoy?
–Puede ser, pero tengo que hacer una distinción: un partido de Newell’s nunca me aburre, aunque sea un partido aburrido. Ni hablar cuando jugamos con Central. En una época siempre empatábamos 0 a 0, o 1 a 1. Siempre prefiero el 0 a 0, porque es la declaración de la abyección y tiene algo de sinceridad. El 1 a 1 es un pacto tramposo, una mentira que me hacía sentir estafado. El 0 a 0, al menos, dejaba la sensación de que los dos estábamos en el horno, que éramos dos equipos horribles y que mejor era no sacarse los puntos. Ahora, sacando a Newell’s, el juego hoy está empezando a ser un juego distinto pero que seguimos llamando fútbol.

El fútbol tiene la gracia de los colores brillantes de mi infancia. Proust decía que la patria es el lenguaje, es la infancia. Bueno, para mí veintidós tipos corriendo detrás de una pelota son mi infancia, mi lenguaje y mi patria.

–Amplíe el concepto.
–Hay una imagen que tengo grabada en la retina: cuando el Mono Obberti la tenía dominada en tres cuartos de cancha, era gol. El tipo, zurdo, arrancaba, movía la cintura, pasaba a un par de jugadores, gambeteaba al arquero y era gol. Esto pasaba porque había tiempo para pensar y había lugar para el malabarismo. Ahora los espacios se achicaron y la velocidad creció. La condición física empató a la condición natural, que por suerte no ha desaparecido, como lo demuestra un Messi. Pero, claro, en la década del 60 había quince como Messi, y hoy es él solo. Me acuerdo de Cerqueiro, un jugador que había venido de Atlanta y hacía una jugada que no se la vi hacer nunca más a nadie. Se llamaba la bicicleta. Ahora, es cuando pasás la pierna por arriba de la pelota. En ese momento –Bielsa se para, trajeado, en medio de la oficina y grafica la jugada–, el tipo apretaba la pelota entre el taco de un botín y la capellada del otro, le pasaba por arriba la pelota al marcador y la buscaba por afuera. Hoy se perdieron el tiempo y el espacio para pensar una jugada así. Igualmente, la dirección en la que está yendo el fútbol tiene un límite. ¿A cuánta velocidad más podés ir sin chocar con la ergonomía?

–¿Cómo explica su pasión por el fútbol con las atrocidades que se cometieron en su nombre, como en la última dictadura militar?
–Un año antes de ese Mundial me habían secuestrado. Por eso para mí el Mundial no existió. Lo viví inundado de tragedia, así que no puedo hablar de eso como un momento epifánico. Cuando pasan los goles de Kempes, no tienen ninguna significación para mí, los veo en blanco y negro aunque sean en color. Los militares no sólo cometieron delitos atroces: también escondieron la consigna de acabar con el país fabril que generaba obreros que se sindicalizaban y refutaban al orden. Esa fue la tragedia.

bielsa2–¿No se siente incómodo con el hecho de que en cada fecha se reedite la noción de ganadores y perdedores?
–La contradicción en la que entro, siempre dejando a Newell’s de lado, es que en Argentina la derrota es sinónimo de humillación. Nosotros no tenemos la categoría de la derrota digna, y eso me fastidia, porque se excluye el elemento de la justicia. Se pierden partidos injustamente, habiendo sido nobles. No conozco otro país del mundo en el que, en la cancha, se insulte a un jugador diciéndole fracasado, que no es lo mismo que loser en inglés. El loser es un perdedor diferente al fracasado, que se asocia más a lo profesional. Eso implica que para este país la derrota es sinónimo de fracaso, y eso no es así. De la derrota se aprende, como esa frase que algunos atribuyen a Octavio y otros a viejos pescadores portugueses: “Navegar es preciso, vivir no es preciso”. Jugar al fútbol es preciso, ganar no es preciso. El individuo se forja más en el traspié que en la victoria, que es embriagadora, burbujeante, en el sentido de que te saca los sentidos. De la derrota, si no caés en la melancolía, se aprende más.

–¿De dónde viene ese exitismo?
–La Argentina tiene un sedimento que sobrevive, relacionado con la síntesis del “granero del mundo”. La noción de que somos un país condenado al éxito, como dijo el sociólogo Helio Jaguaribe, es una enorme estupidez que pone la responsabilidad fuera de uno. La retórica de “mientras los argentinos dormimos, la Argentina crece”, “la Argentina es como un corcho, la hundimos pero siempre sale a flote”, o “nos salvamos con una cosecha”, no sirve. En esa promesa inaugural de la generación del 80 se produjo una trampa que lavó la enseñanza de nuestros abuelos inmigrantes: que para hacer la América había que laburar. Esto no es un valor para el argentino promedio, su valor pasa por lo brillante, no por lo opaco pero duradero. En el colegio, los tenaces nunca son admirados por sus compañeros, que admiran a los espontáneos, a los vivos. De ahí viene nuestro exitismo.

Soy como todos los hinchas: desaforado, arbitrario, apasionado, injusto en la crítica y en el amor, porque uno a veces se enamora de algunos jugadores más de lo que debería, les perdona cosas que no debería o le disimula claudicaciones. Y, también, soy injusto porque a veces uno castiga a jugadores que no se lo merecen.

–¿Perdona todo en la cancha?
–No perdono todo, salvo a los de Newell’s. A mí me dolió mucho la eliminación de la Argentina en el Mundial de Corea-Japón por Marcelo. Pero, más aún, porque hubiese sido un triunfo especial. Hay triunfos que validan ciertos valores y otros que validan contravalores. Si vos salís campeón del mundo envenenando a Branco con un bidón, ese triunfo (te repito, dejemos de lado a Newell’s) le enseña a la Argentina que hay que ser tramposo para ganar. Si Argentina hubiese ganado ese torneo, el mensaje colectivo hubiese sido que se puede ser honesto, trabajador y, además, salir campeón, que para el argentino, que siempre prefiere el atajo, hubiese sido un mensaje valioso. Pero estos análisis los hago porque no me obnubilo con la pasión. Si hasta me dolió que Central se fuese a la B.

–No le creo.
–¡Te lo juro! Yo le quiero ganar a Central en el minuto noventa con un gol con la mano. Pero un torneo sin clásico es un torneo amputado.

–Me suena raro porque, mire, mi marido, que es de River, se pone más contento cuando pierde Boca que cuando gana River.
–Yo siempre le quería ganar a Central y me envenenaba de cama cuando perdíamos. Cuando Central se fue a la B, pensé “pucha, este año no tenemos clásico”. Me llamó un amigo de Newell’s chocho de la vida y le dije “pero vos sos un pelotudo, qué gracia tiene no tener clásico”.

–¿Qué tipo de hincha es usted?
–Soy típico y siempre voy a la popular, nunca a la platea.

bielsa3–¿Incluso cuando era funcionario?
–Siendo canciller, fui a un partido en la cancha de Chacarita y tuve un encuentro con el que era el jefe de la barra brava de Newell’s, Pimpi Caminos, que ahora murió. Me llamó y me preguntó: “¿qué estás haciendo acá?”. Le contesté que estaba viendo a Newell’s, como él. Yo estaba con mi hijo y me dice: “¿Y para nosotros, qué hay?”. “¡Cómo que qué hay, no estoy haciendo política, estoy viendo al equipo!”. Ganamos 2 a 1 ese partido. Soy como todos los hinchas: desaforado, arbitrario, apasionado, injusto en la crítica y en el amor, porque uno a veces se enamora de algunos jugadores más de lo que debería, les perdona cosas que no debería o le disimula claudicaciones. Y, también, soy injusto porque a veces uno castiga a jugadores que no se lo merecen.

–¿No encontró una manera de ser más racional?
–Es difícil. Además, hay otro problema, y es que se está perdiendo la categoría del ídolo. Américo Rubén Gallego, cuando era titular en la Selección, no lo era en Newell’s. Los jugadores se quedaban cinco o seis años en tu equipo, así que tenías tiempo de hacerlo tu ídolo. La fugacidad hace que jueguen un torneo y después sean transferidos. No hay tiempo material para amarlos. Hoy, no existe en Newell’s un ídolo como el Tata Martino. Esto no lo permiten las sombras del fútbol-negocio que yo detesto. Pero en la cancha grito, me apasiono, me vuelvo loco cuando erramos un gol, me asusto, me entusiasmo exageradamente, voy a la cancha con miedo… La cancha está para eso, incluso para agarrarse a piñas.

–¿Le pasó?
–Puf, si me habré agarrado a trompadas… Una vez estaba en la cancha de Independiente con mi hijo, que tendría siete años, y nos afanaron una bandera. Salí corriendo a rescatarla y dejé al chico solo en la mitad de la popular. Recién cuando rescaté la bandera me di cuenta de que mi hijo había quedado anclado en Avellaneda. Pobrecito, se asustó. Pero no me arrepiento, porque esas son las mejores cosas que tiene el fútbol, el poder excederte sin culpas.

–Es bastante arbitrario que una persona sea hincha de un club y no de otro.
–A mí la primera camiseta que me regalaron fue la de Newell’s. Me la dio el tío Pocho, hermano de mi viejo. Si te la regala alguien querido, la simpatía por los colores remite a quien te la regaló. Después, por una cuestión de territorialidad: mi segunda casa y la de mis abuelos estaban frente al Parque de la Independencia. Ser de Newell’s es una referencia afectiva, porque los colores rojo y negro evocan el coraje, la traición, la pequeñez, la grandeza, la condición humana… Y están los episodios que viví fuera del país. Yo extrañaba a la patria, pero sobre todo extrañaba a los colores del equipo. Cuando viví en Barcelona exiliado, o cuando me fui a estudiar a Roma, hice cosas que hasta me cuesta explicar. Mirá, yo iba a buscar a personas abominables al aeropuerto de Barcelona, para llevarlas al hotel y preguntarles si tenían un diario argentino para ver si encontraba una foto de Newell´s. Cuando me decían que no, te juro, les preguntaba “¿y los zapatos, no los envolviste con papel de diario”? Me he visto esperando que me trajeran cuatro páginas de diario y luego alisarlas mientras rogaba que tuviesen una foto de Newell’s. También la llamaba a mi vieja y le pedía que ponga en el teléfono cinco minutitos de un Newell’s-San Lorenzo.

–Por lo menos no le da vergüenza contarlo.
–Hice otra peor. En 1987, cuando salimos campeones con Yudica, no se escuchaban en Buenos Aires las radios AM de Rosario. Entonces, agarraba el auto, me iba a Aeroparque, subía el coche a la vereda apuntando a Rosario y pescaba una radio. Un día que jugábamos con Gimnasia, a tres partidos de terminar el torneo, ganamos 1 a 0 con gol de cabeza de Balbo. Había sudestada, yo tenía un Escort con capota retráctil de tela y el viento sacudía el auto con una furia que parecía que iba a salir volando. La sensación era de estar en una lanchita en el medio del río, con una sudestada. Me quedé escuchando todo el partido firmetex. Yo, que me convertí en un híper consumista de la tecnología –tengo Facebook y uso Twitter–, extraño los esfuerzos que había que hacer para escuchar algo del equipo. Era una forma de demostrar el amor por el club y la camiseta. Una forma de demostrar que tan hincha era yo de Newell’s.

–Fue ministro de Relaciones Exteriores. ¿Se colocaba el hincha dentro de su tarea?
–Estábamos reunidos en Italia con un ministro; al lado mío estaba mi jefe de Gabinete, y le pasé un papelito que decía “averiguame cómo salió Newell’s”. Fue y me trajo el resultado: perdimos 1 a 0.

–¿Solucionamos algún problema de índole internacional?
–No, creamos problemas por el mal humor.


*Publicado originalmente en el número 29 de Un Caño. Septiembre de 2010.