El origen humilde de Zlatan Ibrahimovic suele aparecer en cualquier perfil sobre el goleador sueco. La suya también, aunque nórdica, es una historia de movilidad social ascendente atrás de una pelota. Esas historias que creemos tan nuestras pero que pasan en todo el mundo.
En todo el mundo, cada día, 805 millones de personas tienen hambre. Miren a su alrededor, una de cada nueve personas. Hasta Zlatan lo sabe. Hombres y mujeres que el negocio del fútbol nunca podrá salvar, aunque le importaran, porque el negocio del fútbol es para esos pocos, hombres claro, que llegan a los grandes clubes de las grandes ligas. Y para nadie más.
Zlatan, uno de los escasos jugadores con ideas propias, hizo su aporte en 2015 para darle visibilidad a esta problemática. Como parte de una campaña del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, lanzada en febrero del año pasado, Ibra se tatuó el torso y los brazos con los nombres de aquellos “campeones silenciosos”, le hizo un gol a Caen en la Liga francesa y lo festejó ante los ojos electrónicos del mundo mostrando en su piel las cicatrices de los que no tienen para comer.
La campaña fue elegida ahora como una de las ideas más inspiradoras de 2015, junto a otros anuncios como este de la Fundación Favaloro. La propuesta es simple. El hambre, ese asesino olvidado que afecta a más personas que el sida, la malaria y la tuberculosis juntos, puede erradicarse en poco tiempo. No se necesita ningún desarrollo científico, ningún invento mágico. Solo nuestra decisión. Ya se producen alimento para toda la población mundial, hay que asegurarse de que cada persona lo reciba.
Depende de todos. De los gobiernos, de las empresas, de cada uno de nosotros y, también, de las grandes estrellas del fútbol que, como Ibra, pueden inspirar a muchos a cambiar esta situación cuanto antes.