En agosto de 1970, Racing -que venía de una intrascendente campaña en el Metropolitano- empezaba su preparación, con alguna expectativa, para afrontar el torneo Nacional. En ese tiempo, la programación de una “pretemporada” entre dos torneos a mitad de año, era todavía una novedad. No había certeza alguna sobre cuál era el método de entrenamiento más eficaz para mantener en forma a un plantel trajinado, a punto de iniciar una nueva competencia, a esa altura de la temporada.
Juan Eulogio Urriolabeitía, -el DT de La Academia- entrecerró los ojitos. No entendió bien lo que le estaba pidiendo su preparador físico:
“…hay que conseguir veinte neumáticos viejos para entrenar…”
Ruben Ignacio Solé, el responsable del rendimiento atlético del plantel, tenía 24 años y era prácticamente un debutante en el mundo del fútbol. Pero estaba convencido de las bondades de su revolucionario método de los neumáticos:
“Son el complemento ideal para que el plantel mantenga su resistencia y su elasticidad a esta altura del año, ahora no es conveniente insistir con trabajos de fuerza”, aseguraba.
La revista El Gráfico registró la novedad: “…Colocados a la manera de inmensos y pesados collares, lanzándolos por el aire como si fuesen simples aros de mimbre, haciéndolos rodar de un lado al otro de la cancha, los neumáticos se transformaron rápidamente en elementos comunes de todas las prácticas.”
Los jugadores, por fortuna para el profe, se lo tomaron con humor. Si Perfumo, Basile, entre otros referentes pesados de ese plantel, se hubieran mostrado aunque sea un poco fastidiosos en esos días, la innovadora idea de los neumáticos, estimamos, no hubiese llegado muy lejos.
En el Nacional, Racing no pudo subir la vara y terminó, una vez más, a mitad de tabla en su zona. El entrenador Urriolabeitía que sólo estuvo unos meses en club, partió, y con él, su joven preparador físico. Las cosas no anduvieron sobre ruedas para ellos, pero al menos sumaron una página pintoresca al delirante fútbol argentino de los años setenta.