En Julio de 1980, mientras en Buenos Aires se disputaba el Torneo Metropolitano, el River de Labruna  -a punto de consagrarse tricampeón argentino- se preparaba para volar entre semana a Nueva York a jugar un amistoso frente al Cosmos de Beckenbauer, Chinaglia, Neeskens y Romerito.

El partido, en el que se pondría en juego la Copa Aerolíneas Argentinas y por el que River Plate embolsaría 50.000 dólares además de cierto prestigio internacional, corrió hasta último momento riesgo de no disputarse.

En la mañana del lunes 29 -el mismo día en que el equipo embarcaba a Estados Unidos- los pesos pesados del plantel reunidos en el Monumental con los dirigentes, no llegaron a un acuerdo en la cifra de los premios y los viáticos que pretendían y en lugar de abordar todos juntos  el micro que los llevara a Ezeiza, cada jugador se subió a su auto importado y se fue a su casa.

Los astros de aquel equipo -Fillol, Passarella, Alonso, Merlo, Jota Jota, Tarantini y Luque, entre otros- fastidiosos por naturaleza, estaban más envalentonados que nunca y se plantaban todo el tiempo con sus exigencias profesionalistas. En este caso pedían 1.040 dólares por cabeza para jugar. El presidente Aragón Cabrera ofrecía 570.

Los rumores del conflicto llegaron hasta las oficinas de los directivos del Cosmos, que advirtieron a sus colegas de River que de no concretarse el match, se les demandaría en un juzgado de Nueva York (¿sería el de Griesa?) por 500.000 dólares en concepto de daños y perjuicios.

Aragón, mientras se tragaba un sapo poniendo cara de qué rico, se comunicó con los delegados de los rebeldes y les dijo OK, cuenten con los 1.040; nos vemos en Ezeiza, turros.

alonso flecha smallEl equipo llegó a Nueva York la noche anterior al día del partido con apenas tiempo para reconocer el Giant’s Stadium. El piso era de césped sintético, lo que dio a los jugadores la oportunidad de entablar otra negociación. La del calzado con el que jugarían. La firma Pony ofreció gratuitamente sus botines, pero los jugadores pidieron 2.000 dólares por cabeza para usarlos. Pony no aceptó un acuerdo colectivo, por lo tanto algunos jugadores negociaron por su cuenta, otros aceptaron la oferta original y otros reclamaron a sus sponsors habituales –Puma, Adidas– botines especiales para esa superficie.

Como casi siempre, la nota la dio el Beto Alonso: le pidió al utilero que le alcanzara sus viejas zapatillas Flecha, las que usaba para entrenar. Aquellas azules, con puntera de goma; esa goma dentada que se ponía amarilla con el uso y que sacaba ampollas. Esas de lona, que a las dos patadas perdían los oxidados ojalillos de metal y entonces se complicaba pasarle los cordones o desatarlas.

Calzando esas zapatillas jugó el Beto sobre el astroturf sintético del Giant’s Stadium de New York, contra el Cosmos que había sido de Pelé y en ese entonces era de Beckenbauer.

Y esas desvencijadas zapatillas Flecha fueron por esa noche, una flor del potrero en el fangal del capitalismo.