De no ocurrir con cierta frecuencia episodios increíbles como el que definió la final de la Copa de Campeones de Europa en 1986, seguramente el fútbol no nos rompería la cabeza de la manera en que lo hace.
Barcelona había llegado por segunda vez en su historia a la final continental. Era un trofeo que se le negaba y que brillaba por su ausencia en las vitrinas del Camp Nou, contrastando con las seis (cinco consecutivas con Di Stéfano) que ostentaba el Real Madrid hasta ese entonces.
Los catalanes habían disputado su primera final en Berna, en 1961, ante el Benfica. Y tuvieron algo de mala suerte aquella tarde: un remate bajo de Kubala pegó en la base del poste derecho del arquero luso, la pelota recorrió todo lo largo de la línea de gol, pegó contra el otro poste y un defensor la sacó al córner. Dos pelotas más se estrellaron en los postes cuadrados del arco portugués. Benfica ganó 3 a 2 y según la leyenda a partir de ese día los postes pasaron a ser obligatoriamente redondos.
Barcelona tardó 25 años en volver a jugar una final, pero para la de 1986, en apariencia, los catalanes tenían todo a la mano para conjurar el maleficio. El rival, Steaua Bucarest, era un equipo considerablemente más débil; jugar en el Sánchez Pizjuán de Sevilla añadía otra ventaja ya que 45.000 catalanes coparían el estadio. Un trámite. Sin embargo la fiesta no fue tal. Tras un destemplado 0 a 0, en el tramo final del tiempo reglamentario, el entrenador Venables sacó a Schuster del campo y el alemán se enojó tanto que se fue derecho a su casa. Pasado el alargue el empate en cero persistió y fueron a los penales.
La serie empezó con los rumanos en la ejecución, pateó Mihail Majearu y el arquero vasco, Urruti, atajó; por Barcelona pateó Alexanko, bastante anunciado a la derecha del arquero Helmuth Duckadam, que voló hacia ese lado y despejó. Del segundo penal para Steaua se encargó Lázló Bönöli y otra vez Urruti contuvo el disparo. El público deliraba. Ángel Pedraza tampoco pudo abrir el marcador, Duckadam voló abajo contra su palo derecho y desvió el remate. Al fin en el tercer intento Steaua (Lacatus) se puso 1 a 0. Barcelona no pudo empatar, una vez más Duckadam, se quedó con el remate del tercer penal que ejecutó Pichi Alonso. La cosa se empezaba a poner fea para los locales, Gavril Balint embocó el cuarto para los rumanos: 2 a 0 y Marcos, finalmente, tampoco pudo doblegar con su disparo al arquero Duckadam, que volando hacia su izquierda atajó su cuarto penal y dio el triunfo al Steaua. Por primera vez un equipo el bloque comunista se quedaba con la Copa de Campeones de Europa.
Helmuth Duckadam, obviamente, fue elegido el jugador del año en Rumania, pero hacia el fin de esa temporada una misteriosa lesión lo alejó de las canchas por tres años. Corrió la leyenda urbana de que el régimen de Ceaucescu, se había ensañado con el arquero, que no habría querido donar al estado un automóvil Mercedes Benz que le habría regalado el presidente de Real Madrid, en agradecimiento por haber privado al Barcelona de obtener la Copa. Y que lo habrían torturado al punto de fracturarle las manos. El festival del condicional, diría un compañero…
Duckadam siempre negó esa historia y aclaró que el gobierno rumano lo premió por su hazaña con 200 dólares y un auto de la marca nacional Dacia. De todos modos la relación del arquero con las autoridades no era buena y decidió emigrar a Estados Unidos. La pasó mal, llegó a vender los guantes que usó en la final de los cuatro penales para sofocar sus urgencias económicas. Tras la caída del régimen de Nicolae Ceaucescu regresó a Rumania, donde con toda justicia se lo considera un prócer. Hoy es el presidente honorario del Steaua Bucarest.