En 1967, al igual que en el actual torneo, Rosario Central era el puntero tras ganar sus cinco primeros partidos del Campeonato Nacional. En la sexta fecha le tocaba defender su invicto en Arroyito, ante un rival que no se preveía de demasiado riesgo: San Martín de Mendoza.
Sin embargo, ya desde el comienzo, la cosa se complicó. Los jugadores de Central atribuían parte del mérito de haber ganado cinco partidos al hilo a la cábala, implementada y cumplida rigurosamente, de ingresar al campo siempre después que su rival. En este caso, los mendocinos se empecinaron en salir en segundo término, para cumplir con candidez una gentileza que llevaban a cabo en todos los partidos del torneo: agasajar a cada jugador rival con una caja de vino mendocino. Los rosarinos, muy contrariados al tener que deponer su cábala y haciendo gala de una enorme descortesía, no aceptaron los vinos, dejando mal parados a los jugadores de San Martín, que tuvieron que amontonar las cajas a un costado del campo.
El partido se presentó bastante áspero y a los 30 minutos San Martín se puso en ventaja con gol de Valencia. A la salida del segundo tiempo empató Gennoni para el local, pero faltando veinte minutos otra vez Valencia puso en ventaja a los mendocinos.
Central se lanzó al ataque descuidando su defensa y estuvo varias veces a punto de recibir otro gol de contragolpe. Mientras tanto su hinchada -básicamente la muchachada del bombo del Tula– ubicada detrás su arquero Andrada, de espaldas al río, descontenta con el arbitraje de Bossolino, decidió que era menester entrar al campo de juego y fajarlo.
Hicieron un boquete en el alambrado y a manera de avanzada dos hinchas, el turco Espip y el Alemán se mimetizaron entre las posiciones que ocupaban los fotógrafos a esperar el momento oportuno para iniciar la operación. En ese momento, cuando iban 88 minutos, el destino los iba a poner frente a una encrucijada mayor: Valencia picó habilitado con todo el campo de Central disponible, sin defensores delante y sólo el arquero Andrada para oponer resistencia. El gato Andrada salió muy lejos y Valencia de gran reacción la tiró por arriba. La pelota viajó casi 40 metros en cámara lenta hacia el arco de Central; el tercer gol era inexorable, el juez Bossolino se disponía a marcar el centro del campo y Andrada regresaba al trote, resignado, a buscar la pelota para sacar del medio. En ese momento, el turco Espip dejó su posición de falso fotógrafo junto al palo izquierdo, entró a la cancha, interceptó con su diestra la pelota, y con dos o tres toque la llevó hasta fuera del área grande. Ya más tranquilo, después de haber sofocado el peligro, lo buscó a Bossolino para reclamarle por su mal arbitraje.
Los mendocinos no lo podían creer, Bossolino dio rápida intervención a la policía, que con unos cuantos disparos lacrimógenos frenó el intento de invasión de otros hinchas, e inexplicablemente decidió continuar con el partido. El gol no lo podía dar porque no había sido gol. Dio un pique en el lugar donde el entrometido había hecho contacto con la pelota y dos minutos después, dio por finalizado el insólito partido. Central perdió el invicto, pero el turco Espip entró en la galería de los ases de la OCAL.