Los comisionistas de los puestos de venta de entradas de todos los estadios del mundo (en Europa las entradas se venden en distintos puntos de la ciudad) les pueden decir que las entradas que se venden a último momento, o que son dejadas por completo, son las de los tramos bajos, es decir, las primeras filas de gradas. Para observar bien un partido de fútbol es necesario dominar el campo de juego y por ello ocupar un lugar situado en el medio o parte superior de la tribuna para así abarcar con una mirada el conjunto, el campo de juego y, por consecuencia, todas las operaciones.
No injuriaremos a los Directores Técnicos diciendo que ellos ignoran esto. Sin embargo, ninguno de ellos, en nuestro conocimiento, busca ocupar la posición adecuadamente elevada que le permitirá la mejor visión del juego, condición indispensable a la crítica constructiva que él deberá formular luego para bien de su equipo. Por el contrario, el Director Técnico se instala en las cercanías de la línea de cal, pero a nivel del suelo, de modo que es un observador del juego aún peor que el espectador de las populares que está en lo alto.
¿Cómo explicar este hecho curioso? ¿Por la fuerza del hábito? ¿Por la negligencia? Los Directores Técnicos son en su mayoría gente consciente. No hay duda que ellos tratan de sacar de los partidos las mejores enseñanzas, puesto que del valor de tales enseñanzas dependen, al menos teóricamente, los resultados futuros.
A nuestro criterio, si los Directores Técnicos aceptan ser los espectadores peor ubicados, es debido a que ellos no desean ser considerados como espectadores. Por el contrario, ellos desean jugar un papel activo. ¿De qué naturaleza puede ser ese papel activo en un deporte en el que el reglamento no admite más que once jugadores por equipo? Aquel del consejo. Por el gesto, por la palabra, el Director Técnico puede operar en su equipo las permutas entre los jugadores, recordar las consignas o consejos formulados antes del partido, indicar el tiempo que falta para terminar, etcétera.
Pero es evidente que como resulta imposible establecer contactos directos y prolongados durante el juego (el mismo reglamento también se opone al fijarlo en el banco bajo la mirada del delegado) este rol de consejero es de una eficacia muy limitada durante el curso del evento. En caso de accidente, la presencia del kinesiólogo o del médico es mucho más justificada que la del Director Técnico. Y en cuanto a las disposiciones a adoptar para suplir un jugador lesionado, es indudable que ellas deben formar parte de las eventualidades previstas por un hombre serio previamente al partido. En todo caso, el capitán del equipo, voz cantante del Director Técnico sobre el terreno, debe ser capaz de tomar las cosas bajo su iniciativa, a menos que el brazalete con que su brazo está ornado no sirva más que para alimentar la vanidad de viejo jugador que tal vez sea…
¿POR QUE?
El espíritu del juego del fútbol impide pensar en todo caso que la presencia del Director Técnico a un costado del campo pueda tener una influencia feliz inmediata sobre el comportamiento de su equipo. A cada segundo de un partido, cualquiera que sea el sistema táctico adoptado, cualquiera que sea el plan particular ejecutado, para un partido determinado, por poderosa que sea la in-fluencia del Director Técnico sobre sus pupilos, por minuciosa que haya sido la preparación individual y colectiva del equipo, la iniciativa individual, la libertad individual del jugador es la que juega. Jamás un Director Técnico llegará a pensar en lugar de sus jugadores, a regular sus evoluciones. De ahí la inutilidad de los consejos, consignas u órdenes dados en el curso del partido.
Nosotros no dudamos que esta conclusión priva también en el fuero interior de todo Director Técnico. ¿Por qué entonces ellos no adoptan las disposiciones prácticas que se imponen? ¿Por qué quieren que estar aislados de un público que les puede ser hostil? Este aislamiento es tan relativo que el argumento carece de valor. ¿Por qué la posición fuera del lugar del público satisface su vanidad, les da más fuerza, les da la impresión de que juegan un rol auténticamente activo? No lo creemos.
EL RESPETO POR LAS APARIENCIAS
Nosotros creemos fundamentalmente que se trata de su parte de una concesión a ciertos prejuicios de los dirigentes y del gran público.
Para la gran parte de los dirigentes como para la mayoría de los aficionados al fútbol, el mérito no se mide por el trabajo efectuado realmente sino por las apariencias.
Un Director Técnico que a sus ojos exige en demasía a sus jugadores es un hombre serio, a menos que los resultados no demuestren que la multiplicación de las vueltas alrededor de la pista es un sistema de preparación nefasto. A la inversa, un Director Técnico que perfecciona inteligentemente a sus jugadores aparece ante sus ojos como un diletante. Albert Batteux sufrió hace algunos años las iras de un periodista porque, estando engripado, dirigía envuelto en un sobretodo la preparación del equipo francés. Como si al ponerse el buzo pudiera modificar las concepciones que habría de exponer ante sus hombres.
LA OBSERVACION EXACTA E INDISPENSABLE
Viene bien admitir que en el caso de un boxeador con el cráneo martillado por los golpes, los consejos lanzados desde un costado del ring durante el fuego de la lucha por un cerebro lúcido pueden determinar reflejos eficaces. Pero en el fútbol las dimensiones del campo, y la naturaleza misma del juego impiden al entrenador lanzar sus órdenes. Es durante los días que preceden al partido cuando el director técnico debe manifestar su eficacia, sin perjuicio de las medidas de orden práctico que pueda tomar durante el descanso del medio tiempo y que puede explicar a su gusto en la calma del vestuario.
Pero el trabajo fundamental de preparación previo al partido y la medida correctiva del medio tiempo no tendrán valor si ellos no descansan sobre una observación exacta del partido. Es por ello que interesa que el entrenador deje de ser el espectador peor ubicado en el campo de juego.
Publicado en la revista francesa Miroir du Football en noviembre de 1961