¿Alguien podría imaginar a Javier Mascherano diciéndole a la cámara qué bien le sienta encender un Marlboro cuando la concentración se pone tediosa? ¿Podría haber confesado
Rolando Schiavi, favorecido por su aire de rocker desgarbado y ligeramente libertino, que un pitillo en el entretiempo era lo mejor para distenderse durante su época en Boca?
Es improbable.
Pero alguna vez el cigarrillo, antes que un peligro social, fue un atributo de distinción (digamos, la herramienta indispensable del langa), entre otras proyecciones simbólicas que acaso les debemos a los héroes del celuloide, es decir a la industria de un país que ahora, entre otras guerras, libra una especialmente enconada contra el tabaco.
La marca Caravanas juntó en un afiche superclásico a Adolfo Pedernera, de River, y al español Severino Varela que usaba boina blanca y fumaba rubios. Porque a la hora de echar humo en los comerciales, en la Argentina no se acudía a recios galanes a lo Bogart: quienes promocionaban el placer sensual del cigarrillo eran los deportistas.
En ese entonces, decíamos, los futbolistas, iconos siempre, promocionaban sin pudores –ni prohibiciones legales- el placer de fumarse un pucho. Aquí vemos a René Pontoni, exquisito delantero del San Lorenzo de los años 40 y a Américo Tesorieri, arquero del Boca amateur, recomendando un Caravanas como quien aconseja un botín aerodinámico o un brebaje más eficaz y saludable para reponer sales minerales.
La misma marca juntó en un afiche superclásico a Adolfo Pedernera, de River, y al español Severino Varela que usaba boina blanca y fumaba rubios. Porque a la hora de echar humo en los comerciales, en la Argentina no se acudía a recios galanes a lo Bogart: quienes promocionaban el placer sensual del cigarrillo eran los deportistas.
Viriles precursores de la saga ilustre –y más glamorosa- protagonizada por Claudia Sánchez y el Nono Pugliese (menores de 35, preeguntarle a papá), quienes esparcieron el humo por le mundo entero.