St. Pauli no es un club común y corriente. Ya hemos hablado varias veces en este espacio acerca de su importancia en la comunidad, más allá del ámbito deportivo. Por eso, la mayoría de las veces que su nombre aparece en los medios internacionales no es por un golazo o un triunfo resonante, sino por una actitud que se escapa a la media y por eso merece ser destacada.
El pasado martes, el primer equipo visitó a Holstein Kiel por la séptima fecha de la segunda división alemana. Cuando los jugadores de St. Pauli hacían la entrada en calor dentro del campo de juego, un numeroso grupo de hinchas locales saltó a la cancha y se dirigió en dirección a la parcialidad visitante. Fue un golpe calculado, planeado. Los agresores iban vestidos de negro, encapuchados y armados con bengalas. Lo único que no planificaron fue la actitud de los futbolistas rivales, quienes salieron en defensa de sus hinchas. Lejos de asustarse con la invasión, el plantel de St. Pauli detuvo el avance de los barras. Y después ganó el partido.
El encono entre Holstein Kiel y St. Pauli tiene el mismo origen que todas las rivalidades del club de Hamburgo: la filiación política. Los hinchas de Kiel (una ciudad ubicada en el extremo norte de Alemania) tienen ideología de derecha, algo que enerva a la muchachada stpaulianer. Por eso, un choque entre hinchadas era algo que se podía esperar. Lo que hicieron los jugadores no era tan fácil de predecir.
Los futbolistas no utilizaron la violencia para detener a los hinchas, sino que se limitaron a tomarlos de un brazo o a impedirles el paso. Defendieron a sus compañeros de tribuna con inteligencia y decisión. Las imágenes son elocuentes y, más allá del lugar común del repudio a la violencia, emocionan por la reconocida lealtad de St. Pauli a sus ideales. De hecho, uno de los mejores momentos del día fue cuando el tunecino Sami Allagui le devolvió a la hinchada una bandera.