“Ya era hora de que venciéramos a esos bastardos”, gritó con bronca Charlie Colombo apenas el ruido del silbato marcó el final del partido. Ese 29 de junio de 1950, en Belo Horizonte y contra todos los pronósticos, un equipo semi-amateur de Estados Unidos le ganó 1-0 a una Inglaterra repleta de consagrados, en una de las mayores sorpresas de la historia de los Mundiales. El film El juego de sus vidas, disponible en cualquier video club de barrio o en Internet, cuenta esa historia épica con la típica pompa hollywoodense, pero con varias escenas de juego muy bien compuestas.
Todo comienza en Saint Louis, la cuna de fútbol en Estados Unidos. La base de ese histórico plantel vivía y jugaba en The Hill, el barrio italiano de la ciudad. Frank Borghi, chofer de una funeraria y condecorado veterano de guerra, era el arquero. Gino Pariani, obrero portuario, el inside derecho. Frank Wallace, un camionero que desembarcó en Normandía y fue prisionero de los alemanes, el wing derecho. Colombo era el brutal centro half, un verdadero carnicero que trabajaba en un frigorífico y al que apodaban Guantes porque jugaba con los mitones que usaba en la fábrica. Los cuatro, más Robert Annis, quien fue suplente, coincidían en el Saint Louis Simpkins-Ford, un equipo bancado por el dueño de un local de repuestos para autos.
Harry Keough fue el sexto hombre que aportó la ciudad. Era fullback derecho y repartía el correo. Tras varias pruebas, el equipo se completó con futbolistas de un puñado de clubes del Este del país. Entre ellos, Walter Bahr, un profesor de educación física que era half izquierdo, John Souza, un mecánico y habilidoso inside izquierdo, y otro Souza, Ed, wing izquierdo, que no era pariente pero sí descendiente de portugueses. Todo el plantel jugaba en algún equipo, pero ninguno se ganaba la vida con el fútbol. Trabajar de otra cosa era una necesidad. El llamado a la Selección les garantizó 100 dólares por semana, pero debían lavarse su propia ropa. Era una suma considerable, el doble de lo que ganaba Bahr en Filadelfia, por ejemplo.
Unos días antes de ir a Brasil, se sumaron el escocés Ed McIllveny, half derecho, el belga Joe Maca, fullback izquierdo y decorador de interiores, y el haitiano Joe Gaetjens, centro forward que estudiaba contabilidad en la Universidad de Columbia y lavaba copas en un bar de Harlem. La preparación fue fugaz. Se juntaron en Nueva York y apenas se probaron ante un
combinado de la Premier inglesa. Perdieron sólo por 1-0, pero la película agiganta la caída para subrayar las diferencias de nivel. Los números habrían sido suficientes para lograrlo. Estados Unidos llegó a la Copa con siete derrotas seguidas, dos goles a favor y cuarenta y cinco en contra. Inglaterra se presentó a su primer Mundial con veintitrés triunfos en los últimos treinta partidos. Para la prensa global eran “Los reyes del fútbol”, además de sus creadores.
El presupuesto limitado de 13 millones de dólares (para producir el film Avatar se gastaron cerca de 300) hizo que el director David Anspaugh, realizador de clásicos deportivos como Hoosiers, con Gene Hackman y Dennis Hopper, se quedara con las ganas de desarrollar las complejas vidas de los protagonistas. Sin embargo, se puso una meta ambiciosa: “hacer la mejor película de fútbol de la historia”.
Aunque no lo logró, montó un film donde el juego se representa fielmente, con gran trabajo de ambientación, vestuario y fotografía. El secreto de esas escenas futboleras, en las que no hubo dobles, está en las actuaciones. En parte, esto se consiguió gracias a las dos semanas de práctica que los actores tuvieron con Eric Wynalda y John Harkes, ex jugadores de Estados Unidos en los 90.
También ayudó la selección del elenco, tras más de 6.000 audiciones en nueve meses. Gerard Butler –Leonidas en 300– se luce en el papel de Borghi. El escocés muestra agilidad en sus atajadas y borra de la historia del cine el triste estereotipo de arquero que Stallone instaló en Escape a la victoria. Wes Bentley, el chico misterioso de Belleza Americana, se destaca como Bahr. Gavin Rossdale, el cantante de la banda grunge Bush, cumple a la perfección el rol de malo que el guión le dio a Sir Stanley Mortensen, el centro-delantero inglés. Frío, fino y altivo, dentro y fuera de la cancha, dan ganas de tenerlo de rival para castigarlo.
El film también acierta al captar la atmósfera del barrio ítalo-estadounidense y el clima de posguerra. Los jóvenes soldados que vuelven para formar sus familias, el baby boom, las comunidades extranjeras que buscan reafirmar la nacionalidad adoptada… Pero amparado en el dramatismo, y basado en la premisa de que la realidad no es suficiente para Hollywood, el guión altera los hechos y agranda los rasgos de los protagonistas, caricaturizándolos.
Algunas situaciones se comprenden, pero decir que el debut fue ante Inglaterra, cuando fue un 1-3 ante España, o que Gaetjens era un negro fanático del vudú, cuando era mestizo (padre alemán, madre haitiana) y católico, parece innecesario.
Lo peor del film es su triunfalismo chauvinista y militar. La idea subyace siempre y se concentra en la escena más lamentable de todas: un general le entrega al plantel las camisetas blancas con puños azules y una banda roja, de fondo ondean las barras y las estrellas, y se habla de la Guerra de Corea. Miren si será patriótica la película, filmada en 2003 y estrenada en 2005 en apenas diez salas, que se editó en DVD el 11 de septiembre de 2006. Sí, para el quinto aniversario del atentado contra las Torres Gemelas.
La batalla final es el clímax. En la primera jugada, los europeos ya hacen revolcar a Borghi, quien siempre reconoció haberse preparado “para no recibir más de cinco o seis goles”. Los postes y el arquero mantienen como pueden el 0-0. Pero a los 37 minutos pasa lo imposible.
Bahr recibe en mitad de cancha y patea cruzado. Gaetjens se tira de palomita, cambia la trayectoria de la pelota y descoloca a Bert Williams, el uno inglés, para marcar el gol histórico. Estados Unidos defiende el triunfo con los once. Estaban tan metidos atrás que “no se podía ver el arco”, recuerda Williams. En el final, algo que falta en el film, Mortensen escapa y tiene la chance de igualar. Colombo salva la victoria con “un tacle de fútbol americano”, como recuerda Keough. “Si su mamá hubiera estado en el otro equipo –explica–, probablemente le habría pegado también”.
La prensa británica agrandó la caída diciendo que el equipo yanqui era “el más extraño de la historia” y que sus jugadores habían llegado al partido “en el temprano estado de felicidad que da una resaca”. Varios diarios pensaron que el resultado era un error de tipeo y publicaron
que había salido 10-1. En Estados Unidos nadie le dio importancia o lo creyó posible. Cuando al presidente de la Federación le leyeron el telegrama, dijo “¿a quién diablos creés que le estás tomando el pelo?”, y llamó a Inglaterra para confirmar la noticia. A los pocos días, Estados
Unidos cayó 2-5 ante Chile y quedó eliminado del Mundial, algo que por supuesto la película no relata.
El cine rescató del olvido a esos veinteañeros, extranjeros e hijos de inmigrantes, pero la fama y el reconocimiento masivo recién los alcanzó, a los pocos que quedan vivos, este año, cuando Estados Unidos e Inglaterra volvieron a enfrentarse. Hace sesenta años todo fue muy diferente. “Cuando nos fuimos, en el aeropuerto no había nadie; y cuando volvimos, tampoco”, lamenta Bahr. “Apenas estaba mi mujer -agrega- y la esposa de uno de los jugadores de Saint Louis, que fue hasta ahí sólo para regañarlo por haber tardado tanto en volver”.