No sabemos si es verdad, pero la historia es hermosa.
Resulta que en 1995 Zaragoza recibió en su cancha al Chelsea por la semifinal de la Recopa de Europa. Era el partido de ida en un momento en que los hooligans todavía eran hooligans y metían un miedo respetable, sobre todo cuando viajaban a hacer desmanes de visitantes. Ese día, en la Romareda, había unos 3 mil hinchas del equipo inglés, todavía un equipo mediano en la era pre Abramovich.
La cuestión es que había habido incidentes antes de empezar el partido, en los alrededores del estadio, y se había preparado un fuerte dispositivo policial para intentar controlarlos.
El juego resultó absolutamente favorable para el local, que ganaba 3-0 con dos goles del argentino Juan Esnáider a pocos minutos del final. Ante la goleada en contra, los muchachos visitantes arrancaron con los disturbios adentro del campo.
La policía intervino y empezó a cargar contra los aficionados ingleses, y desde las tribunas del estadio, los españoles comenzaron a corear un cantito que fue habitual –gracias a un DT argentino- en los estadios de la península durante la década del ’90: “Písalo, písalo, písalo”.
Acá abrimos un paréntesis. El grito de guerra nació cuando Carlos Salvador Bilardo fue entrenador del Sevilla. En una escena archiconocida en este momento, el Doctor se indignó con un médico de su equipo que había decidido atender a un rival del Deportivo La Coruña que había recibido una patada en la cara. El entrenador insultó, empezó a los gritos y la cámara lo tomó cuando le recomendaba al hombre de su cuerpo técnico la mejor manera de asistir al contrincante: “Los de colorado son los nuestros. ¿Cómo vas a atender al otro? ¿Qué carajo me importa el otro? Pisalo, pisalo. Es contrario. Pisalo”. La frase, con la leve diferencia del acento en la “i” a partir de la persona “tu”, se extendió a los estadios y se convirtió en un canto común cuando había algún jugador rival en el piso.
O bien, como en ese día de 1995, cuando la policía embestía contra los fanáticos de Chelsea y estos iban cayendo al suelo. Se puede escuchar la arenga de la hinchada del Zaragoza alrededor del minuto 5:40 de este vídeo.
Al parecer, la prensa inglesa y los aficionados británicos que estaban en las gradas –ajenos a los incidentes- se emocionaron por semejante gesto de humanidad y pacifismo. Al punto que al día siguiente, un diario inglés destacó la entereza moral y la racionalidad extrema de los muchachos de Zaragoza, que en medio de la paliza policial, pedían calma al grito de “Peace and love, peace and love”. Paz y amor. Por fonética, algo similar a lo que podría ser el “Pí-sa-lo”.
Al parecer, la prensa inglesa y los aficionados británicos que estaban en las gradas –ajenos a los incidentes- se emocionaron por semejante gesto de humanidad y pacifismo. Al punto que al día siguiente, un diario inglés destacó la entereza moral y la racionalidad extrema de los muchachos de Zaragoza, que en medio de la paliza policial, pedían calma al grito de “Peace and love, peace and love”. Paz y amor. Por fonética, algo similar a lo que podría ser el “Pí-sa-lo”.
Hay algunos que discuten esta versión, relatada en tono de comedia varios años después por algún periodista en el programa Punto Pelota.
A nosotros nos parece dudoso, pero hay otros ejemplos de sorderas circunstanciales. Uno es el que vivieron en carne propia periodistas de esta redacción de Un Caño hace ya unos 25 años. Por ejemplo: un viejo periodista de Clarín, Guillermo Quintana (Quintanita para los amigos), publicó a fines de los 80 que la tribuna de San Lorenzo felicitaba a Walter Perazzo con un cantito/homenaje que decía: “Walter Gómez, Walter Gómez”, recordando al uruguayo que brilló en River en la década del 50. En realidad festejaban sus tantos al grito de “el Walter gol, el Walter gol”. Quintanita era tanguero, nostálgico e hincha de Independiente. Evidentemente el subconsciente fue más fuerte. Cuentan Hamilton y Caravario que lo verduguearon a Quintanita con ese error hasta el día de su prematura muerte, allá por fines de 1990.
Un fallido menos bestial sufrió nuestro amigo Daniel Arcucci, que en lugar de “escuchen esto, escuchen esto, saluden a Bochini en el día del maestro”, pensó que un estadio entero de Independiente cantaba un poético “escuche el eco”. La anécdota es de Fabián Mauri.
En fin, puede pasar. Todo el relato de la prensa inglesa (sin especificidad de fecha, ni nombre de periódico que supuestamente ingresó en la confusión) en general nos parece tan dudoso como incomprobable.
Y es rigurosamente cierto: no sabemos si es verdad. Pero la historia es hermosa.