“Ayer vi ganar a los argentinos”, titulaba Roberto Arlt (o algún editor del diario El Mundo) su primera crónica futbolera. Mejor dicho, no era su primera nota sobre el tema sino la primera vez que veía un partido de fútbol, curiosidad que el genial autor de Los siete locos destaca en el párrafo inicial.
El título simple, informativo, refleja bien la distancia y el entusiasmo del lego. Eso quiero creer. Y por eso lo tomé para referirme al Wolfsburgo, club muy menor en la gran góndola europea con el que me encontré de casualidad a la vuelta de un zapping y que recomiendo vivamente. En sus partidos hay casi siempre muchos goles y un juego abierto e imperfecto. Velocidad, buen pie y una voluntad que desconoce el desánimo. Vienen de clavar un 5 a 3 ante el Werder Bremen luego de ir 2-3 y también pasearon al Bayern Munich de Guardiola y toda su pompa, 4 a 1. En un torneo donde la superioridad del eterno campeón aburre, el inesperado Wolfsburgo, oriundo de la ciudad sede de la Volkswagen, se acomodó segundo y sólo perdió un partido de los últimos 18.
No hay revoluciones tácticas que develar ni genios que catapultar a la cima del mercado. De hecho, el centro de gravedad del equipo es Kevin de Bruyne, el colorado belga que vimos durante el último Mundial sin que nos arrancara demasiados elogios. Bueno, el tipo acá la rompe.
No sé si el entrenador Dieter Hecking (mucho gusto) es el responsable de la actitud festiva del equipo, de su búsqueda de la belleza accesible, de la liviandad necesaria para enfrentar cada partido como una aventura divertida. No hay revoluciones tácticas que develar ni genios que catapultar a la cima del mercado.
De hecho, el centro de gravedad del equipo es Kevin de Bruyne, el colorado belga que vimos durante el último Mundial sin que nos arrancara demasiados elogios. Bueno, el tipo acá la rompe. El otro destape es el nueve, el holandés Bas Dost, hasta hace poco suplente y hoy un artillero infalible. Metió 14 goles en 10 partidos y los estadígrafos dicen que eso lo convierte en el promedio más alto de Europa. Es decir que ante Dost, algo así como el Bou de los Países Bajos, empalidecen Cristiano y Messi, por nombrar dos tanques.
Pero no se trata de eso. Del Balón de Oro y las alfombras rojas. El Wolfsburgo recupera la vibración de un fútbol incierto, del golpe por golpe, el río revuelto. Y despliega la abundancia del humilde, hecha de una autoestima poderosa y del desafío constante a las restricciones propias y del sistema.
El Wolfsburgo se lleva mal con la imposibilidad. No puedo decir mucho más porque lo he visto, con enorme placer, apenas un par de veces. De todos modos, un análisis reduciría su fútbol caudaloso (como la interpretación, según Susan Sontag, reduce las obras, las sustituye). Mejor dejarse llevar. Entregarse al gozo, sin pretender teorías, sin conspirar contra la excitación del fútbol puro. Yo pienso hacerlo.