Durante los últimos días aparecieron varios artículos elogiosos centrados en la reconversión de Lionel Messi en este arranque de temporada con el Barcelona. Según la gran parte de los periodistas deportivos, el delantero centro o falso nueve ha mutado en enganche o algo similar: ya no es goleador y ahora es asistidor, juega para el equipo, ha evolucionado.

Por lo general se toma esta cualidad como algo positivo. Se dan grandes loas a Luis Enrique, que ha liberado al futbolista de una jaula opresiva de defensores rivales. Y se elogia a Messi. Él, se especula, resigna protagonismo individual para consagrarse al juego de equipo. Las estadísticas hacen mucho por ayudar a esta visión. De pronto el argentino tiene más asistencias que tantos anotados, con lo cual la deducción inmediata es que ha renunciado a ser una mezcla de Cruyff y Gerd Müller para transformarse en Bochini, porque les conviene a sus compañeros. De pronto es un mártir que hace mejores a los demás, les regala oportunidades que podrían ser suyas.

Para mí todo eso es una verdad a medias. O una mentirita piadosa para ocultar un hecho bastante más triste: Messi no es el que era. No es, al menos, la mejor versión de sí mismo. Y no lo es por alguna imposibilidad. No tengo claro cuál, pero me animaría a decir que es física. Digamos que se lo ve más ancho. Más pesado. Con otra masa muscular, quizá, más trabajado en gimnasio, con algunos kilos ganados aunque sean en fibra. Pero cuidado: eso no es necesariamente algo bueno. Lo mismo podría haber pasado con jugadores como Houseman y el Burrito Ortega: necesitan ser casi etéreos para ejercer el engaño, el freno y la confusión. Pisar el césped con la puntita del pie, y no con la planta.

Lo que parecería es que Messi está menos liviano. Está menos volador. Está menos veloz en el pique corto, y busca picar cada vez menos en corto. Está más retrasado en la cancha, es cierto, pero no porque le guste, sino porque perdió desequilibrio en su gambeta individual. Posiblemente también porque precisa otro aire. También tiene otra edad, y ha dejado atrás ese prodigio que muchas veces sucede solamente en la primera juventud: el alto nivel sin esfuerzo aparente.

Si tuviera que decirlo a lo bestia, diría que de pronto está más viejo, un poco gordo y sin explosión. Y que es un poco por costumbre que seguimos llamándolo el mejor jugador del mundo.

Messi no es el que era. No es, al menos, la mejor versión de sí mismo. Y no lo es por alguna imposibilidad. No tengo claro cuál, pero me animaría a decir que es física. Digamos que se lo ve más ancho. Más pesado. Con otra masa muscular, quizá, más trabajado en gimnasio, con algunos kilos ganados aunque sean en fibra.

¿Estoy exagerando? Por supuesto. Pero que valga la exageración para ilustrar un punto. La versión de Messi 2006, que apilaba muñequitos del Getafe para hacer un gol maradoniano, dista kilómetros de esta que vemos hoy. En el medio estuvo Pep Guardiola y un cambio de juego permanente que llevaron a Lionel a aprender y aplicar virtudes de manera progresiva pero constante. Siempre fue letal en velocidad con pelota dominada, pero cualquier partido de 2010, 2011 o 2012 arrojó como agregado maravillas increíbles, además de una apabullante incorporación de conceptos. De pronto, Messi aprendió a definir con más variantes –a picarla cada vez mejor, por caso, o a pegarle siempre al lado del palo-, a moverse mejor en el frente de ataque, a pasar en profundidad, a patear tiros libres, a pegarle con derecha igual que con izquierda, a cabecear.

La verdad, en 2013 y 2014 se lo vio mantener el primer nivel en base a gol, pero por lo pronto empezó a perder algunas de todas las extraordinarias características que venía adosando a su juego. Perdió un poquito de precisión con la derecha, empezó a tirar del lado de afuera del palo las que antes iban del lado de adentro, cabeceó menos, fue menos rápido, tuvo menos arranques en corto en zona de definición.

messimontaje

Sí mantuvo el gol. Sus números. Pero indiscutiblemente perdió terreno contra los únicos dos futbolistas que le pueden hacer sombra: Cristiano Ronaldo y su propia versión más juvenil.

Cuando planteé esta cuestión en la mesa de Un Caño se rieron profusamente, pero yo estoy convencido de que se trata de una merma que arranca en lo físico. Miren la foto que ilustra esta nota y díganme si ven la misma estampa en el etéreo jovencito que usa la camiseta número 18 de Argentina y el 10 de Barcelona que jugó esta misma semana contra Málaga. ¿No? Me parecía. La juventud está llena de virtudes que damos por sentadas. Una es la lozanía. ¿Que Leo tiene 27? Qué puedo decir. La vejez no tiene edad.

Messi ha perdido ese incontenible desborde con la pelota en los pies que lo convertía a él en un vehículo más rápido que cualquier defensor con pelota. Messi ha perdido gambeta. Messi, incluso, ha perdido gol. Sus números, esos números que lo defendían. Ahora mantiene el pase: engrosó la cantidad de asistencias y los periodistas se queden con la matemática de un cambio de puesto. Pero en realidad no genera una nueva virtud, mantiene su visión de cancha y su posibilidad de habilitar a un compañero. Ya sabía pasar, ya encontraba delanteros bien ubicados cuando debía retroceder en cancha y levantar la cabeza en vez de bajarla para esquivar rivales. Ahora, solamente, lo hace más seguido. Es un atributo que mantiene: no lo agrega. Y lo mantiene porque es el elemento de su repertorio que todavía puede explotar. Lo hace con una calidad espectacular porque es uno de los jugadores con mayor técnica y sensibilidad del planeta, algo que no va a cambiar la edad.

La verdad, en 2013 y 2014 se lo vio mantener el primer nivel en base a gol, pero por lo pronto empezó a perder algunas de todas las extraordinarias características que venía adosando a su juego. Perdió un poquito de precisión con la derecha, empezó a tirar del lado de afuera del palo las que antes iban del lado de adentro, cabeceó menos, fue menos rápido, tuvo menos arranques en corto en zona de definición.

Como le dije al compañero Damian Didonato (que aprovechó mi argumento para entretejer la respuesta perfecta en contrario a partir de su tibio fanatismo): Messi se está transformando en Iniesta. Pero claro, yo no lo digo como algo bueno, y mucho menos como una búsqueda del jugador. Es algo que está sucediendo muy a pesar de Messi.

El tema, por otra parte, es que Iniestas hay varios y Messi había uno solo. Ojo, los Iniestas son buenísimos jugadores, extraordinarios pensadores y gambeteadores en corto, poseedores del balón, dictadores del ritmo del partido. Pero no son el mejor. No son el número uno. No son tan determinantes como era ese desfachatado veloz que no perdía nunca un mano a mano, desparramaba piernas con una diagonal y metía un gol cada vez que apuntaba decentemente al arco.

La mejor definición de lo que le está pasando –o de lo que parece estar pasándole- a Lionel la encontré en el Paganismo ilustrado. Hace un par de años, Horacio Pagani describió al crack del Barcelona como un jugador “supersónico”. “Nunca vi algo igual, agarra la pelota y ¡uuuuhuhhuhuhu! ¡uhhhhhhhuhuhuhhh!”, describía el insuperable Horacio. Si no lo entendieron del todo, pueden verlo acá.

Messi tuvo un claro cambio dentro de las onomatpeyas de Pagani. No sucedió esta temporada, fue gradual. Pero ahora está más claro que nunca. Sencillamente, dejó de ser “¡uuuuhuhhuhuhu!” para pasar a ser “¡uop!”

Bueno, para mí, Messi tuvo un claro cambio dentro de las onomatopeyas de Pagani. No sucedió esta temporada, fue gradual. Pero ahora está más claro que nunca. Sencillamente, dejó de ser “¡uuuuhuhhuhuhu!” para pasar a ser “¡uop!”. Si alguna vez lo escucharon sabrán a lo que me refiero. Ese “¡uop!” normalmente señala la capacidad momentánea para ver lo que es difícil de ver y filtrar un toque para la diagonal de un compañero o para el pique de un delantero bien ubicado. Pagani lo usó muchísimo para describir a Riquelme, que no es particularmente un negado con la pelota. Insisto: “¡uop!” no es una mala versión. De hecho, Messi fue mucho más ¡uop! que ¡uuuuhuhhuhuhu! durante casi todo el Mundial, en especial en los partidos contra Suiza y contra Bélgica. Y no jugó mal. Sólo jugó distinto.

Pero claro, el ¡uuuuhuhhuhuhu! es bastante más impresionante. Y cuando sucede con regularidad y con naturalidad, terminamos pensando que durará para siempre. Cuidado: digo todo esto como un admirador ferviente de Lionel. Me negué a putearlo incluso en la final del mundo -que sirvió, por otra parte, para empezar a amasar estas líneas-. Y todo lo que sucede hoy es relativo a lo que sucedió antes con el mismo futbolista: más ancho comparado consigo mismo, no ancho en absoluto; menos explosivo contra su propia versión; menos veloz comparado con sus años previos; viejo como eufemismo de más limitado desde la reacción muscular.

Lamentablemente, y pese a todas esas aclaraciones, creo que estamos siendo testigos de un cambio epocal en el fútbol de Messi. Hablar de una mejoría resulta un para mí bastante engañoso. Al menos, claro, hasta que haga cinco goles en la fecha que viene y me cierre la boca como hace casi siempre.