“La ley de la selva”, dice uno. Pero no: en la selva no hay leyes. Acá, en el fútbol argentino, en la sociedad argentina hay leyes –la mayoría no escritas- que dan asco.
En este fútbol y en esta sociedad en la que nadie quiere dar ventajas ya no importa nada. Una persona, una sola persona (y miles de cómplices que miraban como si estuviera haciendo una travesura escolar) fue capaz de provocar semejante papelón. Un papelón que no hizo más que destapar la basura en la que estamos metidos.
Ya pasaron más de dos horas de la agresión a los jugadores de River en la manga antes de volver para el segundo tiempo y todavía hay doscientas personas en el campo. River intentó irse pero desde la platea llovieron proyectiles. Una platea en la que no se vio un policía. Porque, claro, cómo iban a pensar que les iban a tirar algo a los jugadores de River. ¡Inútiles! Eso sí, que no se te ocurra fumar e ir a la cancha con un encendedor. Y tampoco poner un cordón policial detrás de la manga del equipo visitante. Mil y pico de policías para esto. Nada nuevo. Y ojo que, por si la policía no se enteraba (que parece que nunca se entera de nada) había una bandera colgada del alambre que decía: “Si nos cagan otra vez , de La Boca no se va nadie”.
Una vez que esos mamarrachos de la Conmebol que se pasearon por el campo sin saber muy bien por qué y para qué y hablaban por teléfono con vaya a saber quién para decidir lo obvio; Benedetto, cronista de campo de juego, le “preguntó” a Ponzio: “Lo lógico era que se suspendiera el partido, pero tardaron mucho…”. Ponzio, todavía afectado por el gas, le puso algo de sensatez a una noche insensata: “Lo lógico sería que estas cosas no sucedieran. Pero lo generamos todos, eh”.
Como no existe la lógica en el fútbol de adentro mucho menos existe afuera. Ya ni nos acordamos que el presidente de River se metió en el campo para decirle al árbitro que así no se podía seguir jugando. ¿Así cómo? Con cuatro jugadores de River malheridos. Tal vez D’onofrio, conociendo a los suyos (porque los jugadores son lo más sano que tiene el fútbol), sospechó lo que podían hacer los otros.
Y lo que hicieron los otros, los de Boca, dejaron la imagen más triste de una noche tristísima. Recién cuarenta minutos después de la agresión se vio a un jugador de Boca (Osvaldo) acercarse a uno de River para ver cómo estaba. Antes, durante y después, Gago y Orión, por nombrar dos referentes, estuvieron más preocupados por cubrirse las bocas con las manos que por sus compañeros de profesión. ¿Qué cosas tan feas decían que tenían que taparse la boca? Formarse en la cancha cuando sus colegas todavía sufrían alguna merma física también habla de su nivel de solidaridad: cero. Ni que decir de cuando no quisieron escoltarlos a salir del campo de juego para que no les arrojaran cualquier barbaridad.
¿Qué pretendían los jugadores de Boca? ¿Que los de River se recuperaran milagrosamente y siguieran el partido? ¿Que cambiaran a los cuatro afectados y listo? ¿Y la pantomima de pararse como para empezar el segundo tiempo? Repugnante. ¿Querían demostrar que River había abandonado? No, no lo lograron. Y no son ningunos vivos. Ese saludo final, a la gente que suspendió el partido y que se quedó en la cancha con el único objetivo de agredir a River, los hizo cómplices. Y de ahí es difícil que se vuelva.