El fútbol es un misterio discursivo tan enorme que permite a un periodista decir que un jugador “hizo fútbol” y que haya del otro lado una multitud de muchachos que sencillamente se dedican a asentir: han entendido.
La multiplicidad de códigos compartidos es tal que ni siquiera nos paramos a pensar lo que nos van arrojando. ¿Cómo se hace fútbol? No sabemos, pero -así, sin más- incorporamos frases y les adosamos el significado que imaginamos por contexto. Entonces se convierte en algo normal que alguien “se entrene diferenciado”, que se juege el “alargamiento” y haya una “revisación” médica. O a que el tiempo, contra toda lógica, sea “recuperado”. Quizá los términos existan, pero deben admitir que son inusuales y que podrían reemplazarse por otros más comunes, como alargue y revisión, sin ir más lejos. O tiempo agregado o tiempo compensatorio.
O naturalizamos que un equipo entrene pelota parada. Si se piensa literalmente, esa es una práctica que puede llegar a ser muy divertida para televisar: una pelota, parada. Y listo.
Y nos acostumbramos a algunas incorrecciones insoportables, como que alguien “piense de que” o que algo “tenga que ver por”, como dice Benedetto, o que se arranque una frase con un infinitivo como en cada conferencia de prensa enmascarándola como pregunta: “Sí, Patón, preguntarte cuándo volvería…”.
Evidentemente, aparece un universo paralelo en el que ciertas reglas son aceptadas porque han persistido en el tiempo. Sumado a eso, parece ser que el periodismo deportivo argentino se volvió un poco perezoso. Descansa en lugares comunes para evitar el pensamiento. Ya hablamos de esto alguna vez cuando repasamos la decadencia de los apodos futboleros en el país. El más escandaloso ejemplo de este sistema es la frase “un gol de otro partido”.
Madre santísima. Sálvanos.
Saltemos la convención. Está claro que entendemos, pero ¿cómo un gol va a ser de otro partido? Un gol es un gol, sucede en un partido determinado y es fundamental para el desarrollo de ese juego. Todo lo que sucedió antes en esa cancha precede y afecta directamente a la gestación de ese gol, a la posibilidad de su existencia. Decir que es de otro partido no es solamente una irrealidad (como si siguieran 0-0 y el marcador cambiara en un juego distinto, no en éste), es además una manera de borrar una porción del encuentro para hacerla coincidir con las expectativas propias del comentarista, y con lo que venía sucediendo hasta el momento.
No, viejo. Así no va. Hay que celebrar la singularidad, no hacerla desaparecer. Fue una jugada tan extraordinaria que cambió el partido. Hagámosla propia, entonces, disfrutémosla. No la echemos para afuera. Analicemos cómo llegamos hasta ahí, y cómo se generó un sobresalto mayúsculo en medio de un trámite que ofrecía pocos. Hablemos de ese partido y no de otro.
En realidad, decir que un gol es “de otro partido” es casi tan obtuso como narrar por radio un tanto y calificarlo de “indescriptible”, en vez de describirlo. Si a usted le deslizan que un gol fue “de otro partido”, tenga la seguridad de que atrás de ese calificativo hay una persona que prefirió el atajo dialéctico a la lectura de la historia inmediata, a la forma de pensar un modo para definir las situaciones únicas que llevaron a la consecución de ese gol.
Casi tan exasperante como eso es cuando después del gol un comentarista anuncia: “Ahora empieza otro partido”.
Bueno. Ahora sí que estamos listos.
Si empieza otro partido, apagá éste que es un embole y empecemos a ver el otro. De nuevo: ¿cómo un gol, que cambia el partido, que lo acomoda de una determinada manera, va a hacer que empiece OTRO partido? No, amigos. Sigue el mismo, no cambien de canal buscando otro. Sólo es justificable decir que empieza otro partido cuando efectivamente EMPIEZA OTRO PARTIDO. Es decir: estamos mirando Vélez-Arsenal y arranca Rosario Central-Sarmiento. En caso contrario, el fastidio hacia el autor de la frase está plenamente justificado.
Hablando de eso, evitemos también la nefasta costumbre de decir que “estamos como al principio”, cuando llega el empate en un partido cualquiera. Disculpen ustedes, pero un encuentro que está 2-1, después de 50 minutos, con un expulsado y varios cambios ya hechos, no queda como al principio cuando el perdedor parcial llega al empate. Al principio estaban 0-0. Y eran 11 por lado, y estaban todos descansados. Así que salvo que haya un DeLorean involucrado, no me vengan a mentir a mí: NO ESTAMOS COMO AL PRINCIPIO. La mayúscula es relevante. No lo estamos. Estamos de una manera distinta. Ahora explicame cómo llegamos a estar de esta manera. Y no me digas que cachurra montó la burra, que es una cuestión distinta pero también me hace calentar.
Eviten decir que una pelota que dio en el palo tras superar al arquero “era gol”. ¿Cómo va a ser gol, amigos, si dio en el palo? No era gol. Era palo. Y fue palo.
Esta vagancia generalizada a la hora de describir situaciones particulares y momentos de cada uno de los partidos llama la atención, porque achata la percepción y nos hace sentir que miramos juegos estancados y en serie en contra de una tendencia que tienen los relatores, el mal de querer imponer un toque personal a toda costa y de insuflar emoción fingida incluso cuando no existe, contra la repetida súplica de que se dediquen sólo a relatar.
Acá va una proposición, relatores, comentaristas. Si quieren darle un toque personal a sus intervenciones, eviten las frases hechas. Piensen bien antes de decir “volumen de juego”, por ejemplo. ¿Qué es el volumen de juego, exactamente? Sólo puedo imaginarme a una banda de pibes de cuarto grado despuntando el vicio del fútbol en un recreo y gritando a todo pulmón mientras se da el partido, y una maestra retobada diciendo que están hablando demasiado fuerte, y pidiendo por favor que bajen un poco el volumen de juego.
O bien eviten decir que una pelota que dio en el palo tras superar al arquero “era gol”. ¿Cómo va a ser gol, amigos, si dio en el palo? No era gol. Era palo. Y fue palo.
He aquí una idea que puede prosperar. Tratemos de ser un poco más exigentes con nosotros mismos. Y menos cientificistas, también. No hablo de decir palabras como “repentización” o la tan de moda “control orientado”. Hablo solamente de ser un poquito más pensante a la hora de elegir frases calificativas. Y de simplificar.
Es sólo una sugerencia, pero si un jugador está lesionado, digan más o menos qué le duele y cuánto tiempo va a estar sin jugar. “Anda mal de la pierna izquierda, tiene para veinte días”, por caso. Quizá sea yo, pero me importa muy poco el sóleo, el recto anterior, la pubialgia o el martillo ligamentoso de la contritis del pato. “Parece una contractura pero podría ser un desgarro leve. Tiene para 10 sesiones de kinesio y se lo cubre la obra social”.
Es como dice Dolina, describiendo un juego que en algún momento intentaron imponer desde las transmisiones de Fútbol Para Todos:
Pregunta: “¿Cuántos jugadores vistieron las camisetas de Banfield y de Colón?”
Respuesta: “A mí qué me importa”.
Esta es una noción que habría que aplicar con más certidumbre. Walter Nelson hace la pregunta sonsa de “¿lo digo o no lo digo?”, y muchas veces es preferible no decir. Groucho Marx responde con una máxima lujosa hasta el detalle: “Es mejor quedarse callado y parecer tonto que hablar y no dejar ninguna duda”.