Final de la Eurocopa 1976 entre Alemania Federal y Checoslovaquia, definición por penales después de un vibrante 2-2. Todos convirtieron su disparo hasta que el alemán Uli Hoeness envió el cuarto tiro de su equipo por encima del travesaño. Entonces, le llegó el turno al checoslovaco Antonín Panenka, quien hasta ese momento era un ignoto futbolista del Bohemians, un equipo mediano de Praga.

Esta modesta Selección de Europa del este necesitaba un gol para derrotar al campeón del mundo, que tenía en sus filas a futbolistas como Beckenbauer, Muller o Vogts. Panenka caminó despacio hasta el punto penal, apoyó el balón en el círculo de cal, miró al arquero Sepp Maier y entró en la leyenda del fútbol mundial.

Ya todo el mundo sabe lo que significa patear un penal “a lo Panenka”. Bien, esa fábula nació aquel 20 de junio de 1976 en Belgrado. El mediocampista checo engañó a Maier y, en lugar de rematar con fuerza a alguno de los palos, tocó la pelota con suavidad al medio del arco, a una velocidad de 1 kilómetro por hora. Esa Euro fue el primer campeonato importante que se definió por tiros desde el punto penal y, como tal, era necesario ese final artístico.

Tiempo después, Panenka contó el origen de su proeza: “Yo solía practicar penales con el arquero de Bohemians, Zdenek Hruska. Nos quedábamos después del entrenamiento y apostábamos chocolates y cervezas. Para mi desgracia, él era muy bueno y por lo general yo perdía. Pero una noche me puse a pensar cómo podía engañarlo y me di cuenta de que el arquero siempre espera para tirarse hasta justo antes que el jugador patee, para intentar adivinar adónde va la pelota. Patear despacio al medio era la solución”.

Después de esa noche, Panenka “picó” por primera vez su remate en una práctica y le ganó la primera de muchas cervezas a su sorprendido compañero: “el único problema fue que empecé a aumentar de peso por todo lo que gané”. Antes de la Euro, puso en práctica su técnica en algunos amistosos y en la Liga checoslovaca. Siempre funcionó de maravilla, por eso entendió que también debía utilizarla si le tocaba enfrentar alguna definición en el torneo europeo.

En Belgrado, el destino jugó para Checoslovaquia, como recuerda el héroe de esta historia: “Fue pura casualidad, la oportunidad llegó en la final, después de que Alemania empatara en el último minuto. Además, me tocó rematar el último penal cuando justo antes Hoeness había fallado el suyo. Fue la voluntad de Dios, porque yo estaba totalmente seguro de que si pateaba de esa manera iba a marcar el gol para ser los campeones de Europa”.