Hubo un día en el que un pueblo salió a las calles para festejar un partido suspendido. Eso fue lo que celebró todo Albania en las últimas horas: el hecho que de que se haya interrumpido por incidentes el encuentro que su Selección jugó ante Serbia en Belgrado por las Eliminatorias para la Euro. Para los albaneses no importó el resultado, ni el rendimiento de su equipo, ni siquiera el fracaso del rival. Lo que valoraron fue un hecho puntual que se convirtió en un símbolo patriótico. Porque, aunque tampoco es cuestión de salir a justificar la violencia, sí se puede apreciar el intento de poner de manifiesto una verdad.
Iban 41 minutos del primer tiempo cuando un dron (especie de robot volador) apareció por sobre el campo de juego con una bandera de la Gran Albania. Entonces, el jugador serbio Stefan Mitrovic tomó la insignia y la quitó de la vista de los ya alterados hinchas locales. Esa acción desató la ira de los futbolistas visitantes, que enseguida fueron a pelear con Mitrovic por la “ofensa”. La batalla campal comenzó casi de forma natural. Piñas entre los jugadores, bengalas en las tribunas e invasión de campo por parte de los espectadores. El árbitro inglés Martin Atkinson no pudo hacer otra cosa que suspender el juego por los incidentes.
La UEFA había calificado este enfrentamiento como “de alto riesgo”, ya que era el primer cruce entre estas dos Selecciones en casi cincuenta años. Por lo general, siempre se intenta que dos países enfrentados políticamente no coincidan en un mismo grupo de Eliminatorias, pero esta vez no lo tuvieron en cuenta. Algo similar había ocurrido en la clasificación para el Mundial de Sudáfrica 2010, cuando chocaron Turquía y Armenia, también con consecuencias esperables.
Lo sucedido en Belgrado no es algo sin precedentes ni mucho menos, aunque la forma sí es novedosa. Desde que se convirtió en el hecho social más trascendente del planeta, el fútbol ha sido utilizado por gobiernos y organizaciones políticas en todos los sentidos posibles. Algunas veces con motivos nobles y otras por razones nefastas. Los radicales albaneses no hicieron más que poner de manifiesto un ideal por el que batallan desde hace muchos años. Los serbios reaccionaron de la forma esperada y este simple acto de “rebeldía” podría tensionar aún más una relación que venía mejorando en los últimos años.
Lo ocurrido en el estadio Estrella Roja puede marcar un punto de inflexión en el vínculo entre Tirana y Belgrado. Se da -no de forma inocente- a poco más de una semana de la primera visita de un primer ministro albano a Serbia en 68 años. Edi Rama iba a viajar la próxima semana, pero “el ataque del dron” puso en duda esa excursión. Incluso, el principal sospechoso de haber manejado el artefacto desde la tribuna es Olsi Rama, el hermano del mandatario, quien hasta fue interrogado por las autoridades. Hoy, después de este partido, la tensión entre estas dos naciones está en su punto más alto desde la independencia de Kosovo.
Los conflictos en la región de los balcanes existen desde antes de la creación del primer Reino de Yugoslavia y llegan hasta nuestros días. La principal razón es la gran cantidad de etnias que pueblan el territorio. Ese es, justamente, el motivo de la disputa entre Albania y Serbia. El concepto de la “Gran Albania” es muy antiguo y reúne los ideales de varios grupos de nacionalistas albaneses, quienes reclaman como propios territorios de Macedonia, Montenegro y Serbia. La demanda más conocida es la de Kosovo, que proclamó su independencia hace dos años pero no fue aceptada por Serbia. De hecho, siete de los jugadores de la Selección de Albania nacieron en Kosovo, lo que demuestra la mayoría albanesa que hay en esa región.
En la actualidad, Albania vive un buen momento politico porque la Unión Europea confirmó en junio su candidatura para ingresar no antes de 2020, algo que Serbia ve todavía muy lejano. Tras el incidente, el ministro de Asuntos Exteriores serbio, Ivica Dacic, calificó el vuelo del dron como una “provocación política” y pidió la intervención de la UEFA y, sobre todo, de la UE.
Según informó el diario español El País, la amenaza de la Gran Albania movió en febrero de 2013 al Departamento de Estado norteamericano a pedir a los principales líderes albaneses que no atizaran los discursos “inflamatorios” en la campaña de las elecciones de junio, que devolvieron el poder a los socialistas de Rama. El partido nacionalista Alianza Rojinegra (ARN) tuvo poca aceptación en las urnas, pero sus puestas en escena han reavivado un sentimiento que muchos creían ya enterrado. El centenario de la independencia y la lucha de los kosovares han aportado para la causa.
Por eso, tanto los futbolistas como Olsi Rama fueron recibidos como verdaderos héroes nacionales. Miles de jóvenes salieron a las calles para celebrar lo sucedido en Belgrado y allí se quedaron para agasajar a los protagonistas. Los medios también se sumaron a la euforia popular y se encargaron de destacar la presencia de la bandera nacional en pleno estadio adversario y de criticar la actitud de hinchas y jugadores serbios. “Serbia-Albania, la batalla por la bandera. Los símbolos albaneses bajan del cielo y enloquecen a los hinchas” fue uno de los titulares de un diario de Tirana.
Aunque muchos en Albania estaban seguros de que recibirían los puntos en juego, la UEFA anunció que “se han abierto procedimientos contra la Federación de Fútbol de Albania por negarse a jugar y por exhibir una pancarta ilícita”, al mismo tiempo que también podría sancionar a la Federación de Serbia por el el encendido y lanzamiento de bengalas y proyectiles, los disturbios generados, la invasión de campo de sus aficionados, organización insuficiente y el uso de un puntero láser. Sí, ahora llegará el momento de las sanciones y de pensar en el resultado del partido, aunque esta frase de un hincha albanés recogida por la agencia EFE es elocuente: “No nos importa si nos clasificamos o no. Nos basta vencer a Serbia”.
Un dron, el hermano de un primer ministro, una bandera, ideales, hinchas enloquecidos y un partido de fútbol inconcluso. El siglo XXI ya tiene una de esas historias que nos encanta contar.