El último fin de semana, Cobresal -ese equipo que cuenta con un estadio desmedido en el que cabe tres veces la población de la ciudad en la que juegan; ese conjunto que tuvo entre sus filas a uno de los 33 mineros atrapados bajo tierra en 2010; ese puñado de muchachos que reivindicó el espíritu del delantero más célebre que supo vestir esa camiseta, Iván Zamorano- gritó campeón en Chile por primera vez en su historia.
En un país donde las portadas se las llevan los grandes escándalos de corrupción que envuelven a ricos empresarios e históricos políticos, la noticia de un equipo humilde que termina por coronarse campeón de primera división es un bálsamo de alegría entre tanta muerte y desolación, en una zona donde hace pocas semanas fallecieron más de treinta personas a manos de las inundaciones que las fuertes lluvias generaron en un área totalmente desértica.
Cobresal, un club fundado en 1979 al alero de la mayor compañía minera del mundo, Codelco, hoy por hoy uno de los últimos orgullos estatales de un Chile republicano que parece estar siendo desmantelado poco a poco, se consagró por encima de Universidad Católica y Colo Colo, dos de los más grandes equipos del país, en la recta final. Es el triunfo de la humildad, del esfuerzo y del llamado “temple minero”.
Chile cuenta con un monarca que en medio del torneo tuvo que abandonar su casa, el estadio El Cobre (no podía llamarse de otra manera), y trasladarse a Santiago, porque en El Salvador no había agua potable ni luz eléctrica luego del temporal que destruyó la región de Atacama en la mayor tragedia que ha vivido la zona en su historia.
Es un campeón sin parangón en la historia profesional del fútbol en Chile. Se trata de un club pobre, con aspiraciones módicas, que se armó este semestre sin mayor desafío que el de mantener la categoría, como casi todas las temporadas. Así lo declaró Dalcio Giovanoli cuando arribó a la tienda minera en enero. Dalcio (qué nombre) es un argentino de 51 años que ya dirigió 22 equipos en 5 países, y pudo campeonar recién el último domingo. Se trata de un tipo raro, de esos que ya no se ven. Que reniega del bielsismo en un medio donde todos quieren (o dicen) parecerse al Loco, porque eso vende.
El ex DT de Belgrano, Chacarita y Ferro se hizo fuerte con una base prácticamente ignota, que incluyó al arquero Nicolás Peric, hombre de 36 años que formó parte del proceso de Eliminatoria que depositó a Chile en el Mundial de Brasil 2014, y que funcionó como el principal vocero de un conflicto por los premios cuando los jugadores de la Roja quisieron dividir el dinero según la cantidad de minutos o partidos disputados. Justo antes de ser campeón en el torneo local, Peric se plantó y dijo que no jugaría de nuevo en la Selección. “No me gustan los métodos de Sampaoli y hay varios compañeros que no podrían mirarme a los ojos”, aseguró.
Un par de días más tarde, levantó la copa junto al delantero Matías Donoso –que marcó 9 goles en los 19 partidos del torneo- y el veterano capitán Johan Fuentes, las tres máximas figuras de un conjunto sin nombres de primer cartel.
Cobresal es un un club de fábula. Es allí donde explotó un flaquísimo y esmirriado nueve que años más tarde daría que hablar: Iván Zamorano. En 1987 marcó 13 goles en 15 partidos para que este club conociera la gloria en la Copa Chile, tras vencer 2-0 a Colo Colo en la final con un gol de su autoría. Un club que puede darse el lujo de haber tenido en sus filas al trigoleador del fútbol chileno y posterior campeón de América con Colo Colo, Rubén Martínez. Un equipo donde brilló a punta de tiros libres y disparos de media distancia el minero número 27 de aquel drama nacional televisado para el mundo: Franklin Lobos.
Cobresal es un un club de fábula. Es allí donde explotó un flaquísimo y esmirriado nueve que años más tarde daría que hablar: Iván Zamorano. En 1987 marcó 13 goles en 15 partidos para que este club conociera la gloria en la Copa Chile, tras vencer 2-0 a Colo Colo en la final con un gol de su autoría.
Un club sin símiles que en el campo internacional ostenta el único invicto de la Copa Libertadores. Fue en 1986 frente a los equipos colombianos América, de Falcioni y Gareca, y Deportivo Cali, del Pibe Valderrama, planteles de lujo cortesía de los capos de la droga en los locos años ’80. Cobresal hizo de local en la misma cancha donde el último domingo levantó la copa tras vencer al descendido Barnechea (“el equipo sin hinchas”, llamado en algún momento también “Barnechelsea” por su vistoso juego, pero eso da para otra nota), ese estadio que por las excéntricas exigencias de la Conmebol fue construido para 20 mil espectadores en una ciudad donde viven apenas ocho mil personas, todas o casi todas vinculadas a Codelco y la mina El Salvador.
Pero Cobresal puede desaparecer. Codelco, su principal benefactor, anunció hace poco que su mina en El Salvador ya no es rentable, menos ahora con la caída del precio del cobre, por lo que, a partir de 2016 dejará de inyectar dineros al equipo verde y naranja, quizás una de los últimos refugios para entretenerse en el campamento minero. El futuro del campeón es incierto.
Quién sabe si, con esta reciente copa y la promesa de una nueva Copa Libertadores en 2016, que puede ser la última que se viva en la altura del campamento minero, el cobre vuelva a cotizarse y el Campeón de la Humildad “reverdezca” laureles en medio del desierto más árido del mundo. No vendría mal un milagro más de Cobresal en un país donde ya nadie confía en nada.