Las mejores sorpresas de la vida, últimamente, son las bandas soporte. Uno va una noche cualquiera a un lugar más o menos oscuro a ver a un músico o a un grupo y, mientras espera, escucha, soporta la mayoría de las veces, a los que tocan antes. No tiene expectativas sobre ellos, generalmente ni sabe quienes son. Por eso, cuando suenan bien, o cuando algo los destaca, algo transforma en memorable la situación, el efecto se magnifica.
Tardé una fracción de segundo, cuando llegué, en darme cuenta que el tipo que estaba arriba del escenario, cantando, era Daniel Osvaldo. No me lo reveló la voz grave, rugiente, con la que blusea. Fue la silueta recortada contra las luces, la pose, el sombrero con pluma, la ropa apretada y, ya más cerca, los anteojos, los mil collares, los anillos, los tatuajes.
Es la imagen del Dani Stone que dominó su paso por Boca, su última etapa como futbolista profesional. Más rockero consagrado que pantalones cortos y camiseta azul y oro. Algo impuesto, un poco, por el periodismo deportivo de la minucia y por el de espectáculos de los escándalos. Pero también una figura que el propio Osvaldo mostró con naturalidad, el rockstar que emergía de él.
Barrio Viejo, la banda de Daniel Osvaldo, se formó a fines del año pasado. El domingo Sebastián Vignolo los nombró durante la victoria de River ante Tigre. Muchos de ustedes quizás ya los conozcan, puede que yo también haya escuchado de ellos alguna vez, pero no lo recuerdo. Llevan meses de pequeños conciertos, estuvieron en el último Cosquín Rock y fueron teloneros de La 25 en Atlanta. Todos datos que descubrí en la web luego de verlos por primera vez el sábado, cuando esperaba para escuchar a la banda que suelo seguir.
La mayoría de las treinta y pico de personas que arrancamos viendo el recital, creo, no tenían la menor idea de quién era el flaco que al cantar tiende a perfilarse para la derecha, como cuando definía dentro del área. Ni que surgió en Huracán, ni que jugó una década en Europa, ni que fue el 9 de la selección de Italia, ni que se retiró en Boca con 30 años, cuando le rescindieron el contrato. Nada. Había cierto consenso en que era un pibe fachero y ya.
Entre tema y tema, o durante algún solo de guitarra, Osvaldo dejaba el centro de la escena. En uno de los laterales del escenario aprovechaba para tomar un trago y para darle unas cuantas pitadas a un cigarrillo. Flashback a ese vestuario del estadio Centenario donde se terminó su carrera de futbolista. Pero, ¿por qué se esconde? Es de rockstar fumar y beber frente al público. ¿No querrá ahora hacerse el profesional, no?
El lugar comenzó a llenarse, lentamente. La nueva audiencia pareció reconocerlo un poco más. Un pibe, probablemente esclavizado a un trabajo que detesta, le gritó risueño: “Volvé a entrenar, loco”. Osvaldo seguía raspando el micrófono con su voz, fraseando las canciones de la banda y, a veces, desenfundando su Air Guitar para retar a duelo a los violeros. Una chica alemana pidió pena de muerte por ese gesto ñoño de origen finlandés.
Se iba terminando el recital y yo seguía dándole vuelta a la misma idea. Me fascinaba ver de cerca a un futbolista profesional, en especial con la trayectoria de Osvaldo, que renunció al negocio de la pelota para seguir una vocación, en este caso musical. Alguien que dejó de hacer algo que hace muy bien, y por lo que le pagan mucho mejor, para hacer algo que puede que nunca llegue a hacer tan bien, ni a cobrar tanto, pero que es lo que realmente le gusta hacer. Es insólito, contracultural.
“Cuando digo que estoy harto, todos me miran mal”, canta Osvaldo. Parece que es por otra cosa, pero podría ser sobre su vida como futbolista. Me acuerdo de Tevez, obvio. Había que entender que tanta plata china no se podía rechazar. Pienso en todos los que vivimos cada día haciendo algo que no nos gusta porque da más plata que hacer lo que nos hace felices. Algunos puede elegir y otros no, dinero necesitamos todos. El tema es cuánto. Dejo que ustedes lo juzguen: como futbolista, como cantante o como persona. Yo quiero ser amigo de los Dani Stone que hay en el mundo.
Daniel Osvaldo lanza su último grito de la noche. Agradece al público con todo el barrio que lleva encima y, antes de irse, dice: “Quédense que ahora viene Electric Child, una banda del carajo”. Confirmado, Osvaldo está en el camino correcto. Habría que escucharlo más.