“Mista Sampaoli, Mista Sampaoli”. Me cansé de escuchar los golpes a la puerta y los gritos de Gog y Magog . “Ma sí”, pensé, “demasiado raro estar vivo después de haber hibernado unas décadas, ¿qué más da morir a manos del sistema por el que luché como tantos otros?”.
Abrí la puerta y, para mi sorpresa, Gog y Magog no irrumpieron con violencia. Sonrientes y con una botella de vodka en la mano, me abrazaron y me besaron como si fuera un tío simpático al que quisieran mucho. “Selfy, selfy… Fotografiya, fotografiya”, decían entusiastas mientras me tomaban por los hombros y apuntaban hacia los tres, sosteniéndolos en el aire con el brazo en alto, los dispositivos computarizados que hubieran hecho las delicias de James Bond, y que mis amigos en Buenos Aires se empeñan en llamar teléfonos.
Después de tomar unos traguitos con Gogovitch y Magogovitch, los camaradas se fueron, dejándome perplejo y un tanto achispado. No logro entender este nuevo estilo de la KGB, de modos corteses y confusiones teóricas. Los tipos repetían “Selfie-selfie” sin ruborizarse, una clara alusión psicoanalítica que, en mis tiempos, le hubiera costado un pasaje de ida a Siberia por desviacionismo burgués a cualquier funcionario del estado socialista.
Supongo que el registro fototelemático que hicieron ya ha de estar en la base de datos del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), modernamente conocido como KGB. No importa ya, me arriesgaré de todos modos.
Parto hacia Nizhny Novgorod, 400 kilómetros por tren, para ver el partido el que Argentina enfrentará a la avanzada imperialista en Europa del Este, la filofascista Croacia, escindida de Yugoslavia, en una guerra civil en el que el heroico pueblo serbio ha de haber resistido contra la desigual conflagración fascio-imperialista.
Voy en busca de mi doble. Del hombre en el que me doblaron, en realidad. ¿Qué habrá pasado, extrañas fuerzas de la historia a las que invoco? ¿Quién soy realmente? ¿Por qué este experimento en el que devine duplicado de un entrenador santafesino? ¿Me habrán neuroprogramado para cometer un magnicidio? ¿Seré yo quien abata al príncipe saudita para desencadenar la III Guerra?
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No sé con cuánta intensidad habrán cambiado algunas costumbres en las formas en las que los públicos argentinos vivencian su pasión por el fútbol… Sí sé que hay algunas verdades de potrero que han de seguir vigentes. Con el rostro que porto, seré una víctima fácil y segura de la bronca nacional, pero, al menos, el Sampaoli éste ya no será el enemigo público número 1, Willy Caballero se ha convertido por derecho propio en el Moacir Barbosa argentino.
Mientras las dudas siguen multiplicándose dentro de mí, he decidido postergar la búsqueda de la charla con mi sosías, no creo que el hombre esté con ánimo para encontrarse con un espejo móvil.
Los fascistas croatas han desatado una juerga monumental en Nizhny Novgorod sin que sus habitantes amaguen siquiera reaccionar, en una muestra contundente de que la diplomacia paralela del reino de Joao Havelange sigue exhibiendo incólume su poder.
Acepto, pues, caballeroso, el brindis que me propone un muchachito de la patria de Tito. ¡A la salud de Caballero, caballeros!