La camiseta de la URSS está entre las imágenes más iconográficas de los mundiales de la década del 80. Entre esas fascinantes remeras rojas con la sigla CCCP en el pecho, se destacaba otra muy diferente; ese buzo y pantalón amarillos –que a veces eran azul claro– vestían a una figura desgarbada de cabello negro, que fue uno de los emblemas de los últimos destellos de calidad del fútbol de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Con su metro 89 de altura, Rinat Dasáyev –también transliterado como Dasaev o Dassaev- fue uno de los rostros de esa Unión Soviética multicultural que animó los mundiales de 1982, 1986 y 1990, así como la Euro 88.
De etnia tártara, nació el 13 de junio de 1957 en la provincia de Astracán, ubicada en la Rusia meridional. En esos territorios, donde el Río Volga desemboca en el Mar Caspio, dio sus primeros pasos hasta llegar a convertirse en los años 80 en el mejor arquero del fútbol soviético.
Durante su carrera llevó con soltura el peso de ser el heredero de Lev Yashin. Y aunque no pudo lograr un título con su selección como La araña negra, lo hizo bastante bien: fue elegido como el mejor arquero del mundo en 1988 por la no siempre confiable IFFHS (sigla en inglés de la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol). De su lado hay que decir que ya venía desde el Mundial de España 1982 haciendo méritos para lograr ese reconocimiento, al menos desde el mundo del fútbol.
En esos años de Guerra Fría desde Occidente lo apodaron Telón de Acero. Además, Dasáyev es el protagonista del fotograma final de ese espléndido gol de Marco Van Basten en una definición continental, cuando ese manotazo estéril suyo no alcanzó a desviar la volea del crack holandés. “Todos los goles me dolían, lo que sucede es que se exageraba todo cuando me marcaban, hacerle un gol a Dasáyev era algo grandioso”, declaró para quien quisiera oír.
A principios de 1980 se hizo con la titularidad en su selección, luego de salir campeón de la Primera División Soviética con el Spartak de Moscú aventajando por poco al gran rival de aquellos años: el Dínamo de Kiev. Tendría buenas actuaciones en partidos amistosos, como en esa histórica victoria por 2-1 frente a Brasil en el Maracaná (que fue la última derrota de ese sublime equipo hasta el 3 a 2 frente a Italia, dos años después en la Copa del Mundo en España). También atajaría en los Juegos Olímpicos de Moscú de ese mismo año, donde obtendría la medalla de bronce.
Con un par de espléndidas intervenciones frente al prodigioso Brasil de Telé Santana, su debut en el Mundial 82 no pasó inadvertido. A pesar de sufrir los golazos de Sócrates y Eder en el triunfo por 2-1 de la Verdeamarelha, el N°1 soviético demostró muchas de las condiciones de las que haría gala durante toda su trayectoria: estupenda capacidad para cortar centros, excepcionales reflejos, gran visión periférica y lucidez en la toma de decisiones. No obstante, él destacaba su destreza para efectuar precisos saques de arco con su brazo derecho, incluso hasta mitad de cancha: “Lanzaba contraataques con la mano. Elegía el objetivo y enviaba la pelota lo más rápido posible, sin demoras”. Como uno de esos tipos –mitad hombre, mitad máquina soviética- en un film norteamericano de los 80.
Durante el resto del mundial tuvo tapadas fenomenales, como aquella –a lo Pato Fillol-, en la que desvió con la punta de los dedos el cabezazo de pique al suelo del escocés Jordan, una de las mejores atajadas de los mundiales transmitidos “en color”. Luego de esas voladas que evitaban un seguro gol, el Gato tártaro se quedaba dando vueltas en el pasto, aunque privilegiaba la sobriedad en cada acción.
Sin embargo, esa selección se quedó a un paso de las semifinales de aquella cita, lugar que ocupó la Polonia de Boniek y Lato por mejor diferencia de gol. Le quedaría la satisfacción personal de ser elegido el mejor arquero del torneo junto al capitán azzurro Dino Zoff.
Para 1986 volvió a ser titular en su selección, comandada por el mejor director técnico en la historia de la extinta Unión Soviética, el Coronel Valeri Lobanovski, un viejo zorro de la táctica y la estrategia que dirigió durante muchos años al Dínamo de Kiev y con el que venía de aplastar, semanas antes del debut mundialista, al Atlético de Madrid con un 3-0 en la final de la Recopa europea. De ese equipo saldría la base del plantel soviético.
El estreno no pudo ser mejor: 6-0 a Hungría. Dasáyev jugó con problemas estomacales, aun así tuvo una destacada performance. También tapó pelotas clave –en especial una a Jean Pierre Papin que en cada repetición parecería que iba a ser gol- en el empate en un tanto con la Francia de Platini. Por último, la URSS clasificó primera del grupo al imponerse a la ignota Canadá.
México 1986 fue un mundial de goles espectaculares. En los octavos de final los esperaba Bélgica, guiada por un joven Scifo. El partido en el Estadio León de la ciudad homónima no podía defraudar. Belanov –que había sido elegido mejor futbolista europeo ese año- adelantó a la Unión Soviética con un golazo electrizante que auguraba una jornada favorable.
Una hora más tarde, luego del empate belga –obra de Scifo- y el 2-1 de Belanov, el juez de línea, el español Sánchez Arminio, levantó la bandera para señalar posición adelantada a Ceulemans cuando iba a señalar el 2-2. En vez de mantenerla alzada al producirse el tanto, la bajó inexplicablemente y el árbitro sueco Erik Fredriksson lo dio por válido frente al desconcierto de Dasáyev y sus compañeros.
Más allá de los errores arbitrales, la defensa soviética tuvo una tarde olvidable. El mismo Dasáyev se enojó con sus zagueros en el tercer y cuarto tanto de Bélgica. Al final fue 4-3 para los Diablos Rojos. Y aunque su labor no fue sobresaliente, tampoco fue el responsable principal de esa eliminación, que sería –según sus propias palabras- el peor episodio de su carrera: “El ambiente en el vestuario era de silencio. Nadie hablaba. Me dormí como a las 5 de la mañana”.
Muchos años más tarde dirá: “El fútbol actual tiene como principal objetivo conseguir los tres puntos y cuando yo jugaba, lo principal era el espectáculo. Eso de defender un resultado no existía tan descaradamente”. Ese Bélgica-URSS fue uno de los mejores partidos en la historia de los mundiales.
Visitó la Argentina en el verano marplatense de 1987 junto al Spartak, que jugó un amistoso frente a River, que venía de ser campeón intercontinental. Luego del empate en un gol, la revista El Gráfico lo entrevistó. Todavía continuaba enojado con Fredriksson: “Teníamos esperanzas y además bastante confianza para llegar a la final. No sabía que nos iba a eliminar un arbitraje”.
En 1988 la cita fue en Alemania, sede de la Eurocopa. Dasáyev acudió como capitán de su selección. Lobanovski le tuvo confianza. Mantuvo el arco en cero en varios cruces de las eliminatorias para el torneo, como ese 2-0 a Francia que retiró a Platini de las competencias internacionales. Ya en el certamen, el inicio no fue arrollador. Pero era un conjunto mucho más temible y su arquero casi una muralla: 1-0 a la Holanda de Gullit, Van Basten y Rijkaard; 1-1 con Irlanda y 3-1 a Inglaterra.
Clasificó como primera de la zona y Dasáyev fue fundamental tapando remates espectaculares en esos tres partidos. Contra la selección dirigida por Rinus Michels, el N° 1 soviético evitó el gol en dos oportunidades: frente a Gullit y Koeman. Ya en la semifinal, contra una Italia que tenía nombres como Baresi, Maldini y Vialli, le atajó estupendamente un cabezazo a Giannini. 2-0 para la URSS. Y otra vez apareció Holanda enfrente, verdugo de Alemania Occidental, 1ue estaba a meses de unificarse con la República Democrática Alemana, y la que derrotó por 2-1.
Después de 28 años, la URSS volvía a la definición de una Eurocopa, como en 1960 cuando superó 2-0 a Yugoslavia en la primera edición del torneo. Como cuando Yashin levantó la copa en el Parque de los Príncipes. Otra vez un arquero soviético como capitán en una final continental.
Desgraciadamente ese 25 de junio el martillo de la realidad golpeó en forma de dos goles. Primero Gullit con un gran testazo. Y en la segunda etapa Van Basten con esa volea imposible, uno de los mejores goles en la carrera del centrodelantero. Para Dasáyev fue su segunda mayor tristeza en el fútbol.
Pocos meses después fue el primer futbolista soviético que paradójicamente traspasó la Cortina de Hierro. Dejó el Spartak para ir al fútbol español. Y le abrió la puerta a otras figuras de la época como Sergei Aleinikov y Oleksandr Zavarov, que pasaron a la Juventus, en tanto que Alekséi Mijailichenko fue trasferido a la Sampdoria.
Fue todo un acontecimiento su llegada al Sevilla. Era la apuesta ambiciosa del presidente del club, Luis Cuervas. Más de tres mil andaluces fueron a recibirlo al aeropuerto. Tiempo después contará que le costó mucho adaptarse: “No sabía con lo que me iba a encontrar. Llegué a un país muy distinto al nuestro, otro idioma, otra vida… ¡Qué difícil fue para mí!”. Los hinchas comenzarían a llamarlo “Rafaé”.
En una de las negociaciones más difíciles de la década, el Sevilla abonó el dinero de la transferencia al Estado Soviético. “Para aquellos tiempos –explica Dasáyev- los 2 millones de dólares que ofreció el Sevilla eran mucho. (Pero) No los recibí yo, sino el Estado. Yo recibí muy poco de aquella cantidad. Cobraba bien y al final nos pagaron el veinte por ciento de esa cifra”.
Pero se venía la Copa del Mundo de Italia y no quedaban dudas de que la URSS, en la que sería su última aparición en una fase final, podía llegar lejos. Se perfilaba como el rival más complicado del grupo B para la selección argentina. Además, había un antecedente: en marzo de 1988, durante el Torneo de las Cuatro Naciones disputado en Viena, el equipo capitaneado por Dasáyev vapuleó 4-2 al conjunto de Diego, que esa tarde le marcó un gol. Por otro lado, se había reforzado con el plantel soviético que obtuvo la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Seúl 88, frente al Brasil de Romario y Bebeto.
Sin embargo, en el debut mundialista frente a Rumania, Dasáyev –que arrastraba una lesión en su rodilla- no estaba en el mismo nivel de dos años antes. Luego del 2-0 a favor de la selección donde jugaba Hagi, perdió la titularidad. En el primer tanto del encuentro, marcado por Lacatus, dio la sensación de que podría haber hecho algo más para evitarlo.
En el segundo match Dasáyev ni siquiera fue al banco. En un choque de necesitados, casi definitorio por la permanencia en el mundial, la Unión Soviética quedaba prácticamente eliminada al perder por el mismo resultado con la Argentina, en aquella noche napolitana de los goles de Troglio y Burruchaga. Y a pesar de la goleada contra Camerún, se tuvieron que tomar el avión de regreso. Rinat volvería a Sevilla con su buzo amarillo, donde ya le estaban buscando reemplazante.
Esa selección encontró su final. Además había caído el Muro de Berlín. Luego comenzó la disolución de la Unión Soviética. Italia 90 marcó también el comienzo del declive a nivel internacional de Dasáyev. De todas formas, ya en su primera temporada en España tuvo actuaciones irregulares y hasta se hizo un increíble gol en contra en un partido contra el Logroñés. En su segundo año, el DT Vicente Cantatore ya no quería contar con él, pero el presidente Cuervas no entendía de razones futbolísticas e impuso su voluntad: Dasáyev seguiría como titular. Durante esos 3 años en el Sevilla no llegó a demostrar los pergaminos que lo precedían, probablemente por la lesión crónica en la rodilla.
Dasáyev no era de esos tipos que se desenvolvían con una extraordinaria espontaneidad, pero su buena disposición y medida simpatía lo ayudan en una ciudad con tanta “movida”. Llevó una vida despreocupada y bulliciosa, tanto que una noche de octubre de 1990 cayó con su auto al foso de cinco metros de profundidad que circunda la antigua “Real Fábrica de Tabacos de Sevilla”, sede actual de la Universidad de Sevilla.
Nueve meses después volvería a repetir la hazaña en el mismo lugar, tras otra madrugada de copas, fracturándose unos dedos. Las malas lenguas dijeron que fueron hasta tres. “¿Accidente? Sí, pero sólo una vez. Ya sé que se dice eso en Sevilla, pero es mentira. No sé si fueron los periodistas o no sé quiénes”, pretendió aclarar en una entrevista, aunque años después reconoció que fueron dos derrapes y por “casualidad” en el mismo lugar. En tanto la edición del Diario ABC, del 7 de julio de 1991, informó que el soviético, según fuentes policiales, “presentaba signos de estar bebido”.
Pocos días después, en un artículo de El País, se anunció que el jugador quedaba desvinculado del club: “Dassaev se quedó sin empleo, sin coche y sin habilidad en las manos, su instrumento de trabajo. Ahora debe cambiar de vivienda –no tiene dinero para pagar las 150.000 pesetas que abonaba el Sevilla por el chalet donde vive– y encontrar algún equipo en el que seguir jugando”. Además, se estaba separando de su primera esposa –rusa–, quien se quedó en España junto a sus dos hijas.
Se hablaba que podía seguir en el Porto, pero el mejor arquero de la Unión Soviética desde la época de Yashin tenía los días contados, así como su país, a causa de la introducción de la Perestroika, que paradójicamente le había permitido salir. Puso una casa de deportes en la ciudad andaluza, pero le fue mal en el negocio. Y volvió a un país desmembrado a causa de sus propios errores y a la estrategia geopolítica de la Casa Blanca.
En Moscú continuaron sus problemas con el alcohol y fue ilocalizable por un buen tiempo. Al final se repuso, como aquel personaje de El disparo, el cuento del poeta ruso Aleksandr Pushkin, que reflexiona luego de tanto licor y noches de juerga: “Tenía miedo de convertirme en un borracho, para olvidar penas. La soledad era más soportable”.
Un día, cuando el deporte ya era manejado por millonarios oligarcas en Rusia, comenzó a entrenar a los arqueros de las divisiones inferiores del Spartak, el club donde desarrolló casi toda su carrera y en el que ganó cinco ligas soviéticas. Hoy continúa realizando la misma labor. Y pudo rehacer su vida personal con su nueva mujer, una sevillana con la que tuvo otros cuatro hijos: “Gracias a ella, mis amigos y familiares pude salir de una depresión importante”.
En 2017, cuando cumplió 60 años, profirió en una entrevista dijo sobre las diferencias entre su generación y los jugadores rusos de la actualidad: “Jugábamos por el amor al fútbol y por la gloria de la Unión Soviética”.
Fue el segundo futbolista con más presencias en su selección, con 91 partidos.
Un mito.
Se dice que fue –quizás con razón- el último guardián de la Cortina de Hierro.