En la esquina de Freire y Zabala había un baldío grandote, sin alambrado y lleno de gorriones. Allí, la casaca verde del club Roma reunía todos los domingos por la mañana a la purretada del barrio. Pantaloncito rotoso, cigarrillos H.P. o Dólar, pernipelados y gritones que queríamos ser cracks…
También estaba, recién estrenados los largos, con primeras afeitadas y tabaco fuerte, Américo Molteni, a quien ya se le caían las lágrimas, bramaba y se arrancaba los pelos cuando se le hacía un gol.
A pocas cuadras del mismo lugar –la quinta de Lanatti–, en Elcano y Superí, tenía su canchita de yuyo pateado Defensores de la Capital, que también jugaba como el Roma en una liga independiente.
Los arcos se levantaban en uno de los límites del verde del entonces famoso Club Atlético Belgrano, en cuyo equipo, Jorge y Juan Brown, Watson Hutton y un arquero que ahora se me escapa el nombre, nos hacía morder el alambrado para ver como atropellaban a los once de Quilmes, donde aún reverdecía en algunos jugadores el nombre del tradicional Alumni.
Bueno, lo cierto es que la irrespetuosa y gritona chiquilinada rotosa del barrio no sabía de pronto en qué lugar debía hacer el correspondiente desgaste de nervios y energía en la jornada futbolera.
Además, para completar el cuadro angustioso que se nos presentaba a los gurrumines que le llevábamos los tamangos a Molteni, estaba Balmaceda, aquel que fuera un dibujante de la gambeta porteña en la delantera de Platense.
Todo se confabulaba contra el entusiasmo dominguero cuando Rácing cruzaba los charcos de Avellaneda para enfrentarse con los Calamares de Núñez.
El recuerdo resulta ahora un poético y mágico mosaico de imágenes cinematográficas. Salen a relucir de la memoria, nuevecitos como cobre de dos centavos, los nombres de Marcovecchio, Croce, Perinetti, Ochoita, Zabaleta, Reyes, Olazar y Castagnola .
Imposible dar fechas. No sé ahora si confundo los años, ni me interesa tampoco. La memoria junta las camisetas, los nombres y el lugar del baldío y las canchas de las primeras.
Recuerdo también que, algunos domingos por la mañana, jugaban en un campito pelado de La Paternal, juntito mismo a las vías y la estación ferroviaria, dos equipos de instituciones bancarias, en los que se alistaban los mismos jugadores de River Plate y de Racing. Tengo un vago recuerdo de El Chueco, Ameal, de Isola y de Chiappe…
¡Lindo aquello! ¿No?
Nos colábamos en el tranvía 88, que ya tampoco circula, y atravesábamos el infinito de la zona lindera de la Chacarita para palpitarnos los pepinos de los cracks que jugaban entremezclados como compañeros por la mañana y por la tarde como rivales…
Era el tiempo del fútbol del potrero, aunque también se jugara en primera división. Cuando Molteni se fue a San Isidro, la chiquilinada rotosa del barrio que ya había estirado años y levantaba los hombros, fumaba e imitaba los “cortes” de “El Mocho”, “El Carhafaz” o “La Lora”, se reunía con él en el boliche esquinero para jugar al truco o al tutte o bien comentar el último partido que había perdido San Isidro. Entonces, el que fuera un auténtico crack de la barriada, relataba la jugada del gol. Volvía a vivir el momento culminante del “fusilamiento” posesionado como un actor. Se tiraba de los pelos y lloraba. Por algo le decíamos “El Llorón”.
–iEpa! ¡Epa! … No te pasés, pibe… Te quiero ver a vos en el arco frente a Ochoita o a Perinetti…
¡Qué macanudo! Todo pasó. Pero, ¿quién me quita ese recuerdo que de tanto en tanto ilumina mi memoria y me lleva a la esquina de Freire y Zabala, al recodo de la cancha de Belgrano, a Nuñez o a La Paternal, dónde los ídolos domingueros me dieron vida para volverla a vivir, emocionado, ahora que peino caras y que mi pibe no tiene potrero para romper sus zapatos, y gritar como un loco: ¡pasámela! o llevarle los timbos a un crack, como se los llevé yo tantas veces al “Llorón” del Roma o al Balmaceda de Platense.
- Crónica publicada en Historia del fútbol argentino, de editorial Eiffel, 1958, Tomo III, páginas 248 y 249.