Los primeros registros -contó una vez el Gordo Soriano- fueron a través de las memorias que escribió su tío Casimiro. Casimiro fue juez de línea de William Brett Cassidy. Hijo del pistolero Butch Cassidy, William Brett era estudiante de filosofía, lector de Hegel y Spinoza, desertor del Ejército argentino y prófugo de la Justicia. Se ganaba la vida dirigiendo partidos en la Patagonia, a balazo limpio, porque sabía poco de fútbol, pero era rápido con el revólver, como su padre. En sus memorias, el tío Casimiro cuenta que la idea del Mundial surgió de electrotécnicos nazis que llegaron a la Patagonia en 1942 para instalar la primera línea de teléfonos del Pacífico al Atlántico. Tenían la primera pelota del mundo a válvula automática. Y propusieron jugar el torneo que nadie quería hacer, porque el mundo estaba otra vez en guerra. Se trata de “un Mundial que la FIFA todavía se niega a reconocer”, según dicen, textual, crónicas publicadas la semana pasada por numerosos medios, tras la exhibición de un documental en el Festival de Cine de Venecia. Su título es El Mundial olvidado.
Los italianos, piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio, rechazaron la propuesta de jugar el Mundial. Por un lado, los alemanes eran demasiado buenos. Por otro, si bien los italianos se jactaban de los títulos de 1934 y 1938, tampoco los querían reconocer de modo oficial. Para ellos, obreros antifascistas, esos Mundiales eran victorias de Mussolini. También vivían en la zona ingleses que alargaban el ferrocarril, curas y obreros polacos, intelectuales franceses, almaceneros españoles, guaraníes que podían representar a Paraguay, argentinos que avanzaban hacia Tierra del Fuego y mapuches. Una noche de juerga en un prostíbulo de Zapala bastó para quebrar la oposición italiana. El Mundial se convirtió en un hecho. Una compensación menor para una Argentina que, según registros oficiales, había pedido a la FIFA en 1939 la sede del Mundial de 1942. Hitler la había solicitado en 1936, feliz tras la experiencia de los Juegos Olímpicos de Berlín. La FIFA demoró la respuesta, hasta que estalló la Guerra y canceló el torneo, que recién se retomó en 1950 en Brasil. En 1942 el mundo seguía en guerra. En la Argentina gobernaba Ramón Castillo, La Máquina de River iniciaba su leyenda y en la Patagonia, según las memorias de Casimiro Soriano, se jugó un Mundial. Fue un torneo anárquico, con arcos de medidas aproximadas y sin redes, incidentes de arma blanca, piedrazos y el hijo de Buth Cassidy como árbitro.
La historia fascinó a Lorenzo Garzella y Filippo Macelloni. Los cineastas italianos, que hicieron documentales sobre Diego Maradona, Roberto Baggio y otros grandes cracks para La Gazzetta dello Sport, además de films de contenido social sobre inmigración o explotación de menores en Asia, profundizaron el relato. Su film, una investigación liderada por el periodista y sociólogo Sergio Levinsky, incluye entrevistas con João Havelange, Víctor Hugo Morales y Osvaldo Bayer, entre otros. “El mito está conectado con el misterio”, les dice Jorge Valdano. Hallaron el esqueleto de Guillermo Sandrini, abrazado a su cámara de 16 milímetros y con rollos de película. Sandrini, un fotógrafo de casamientos, había sido contratado por Vladimir Otz, un aristócrata de origen balcánico, iluminista y pacifista, cuyos dineros ayudaron a organizar el Mundial. Autores en 2010 del documental Rimet. La increíble historia de la Copa del Mundo, Garzella-Macelloni sabían muy bien que la verdadera Copa de la FIFA permaneció en los años 40 escondida debajo de la cama de Ottorino Barassi. El secretario de la Federación italiana y vice de la FIFA la ocultó para que no se la llevara el invasor nazi. El film cuenta que fue vista en la Patagonia. En sus memorias, el tío de Soriano dice que el partido más duro fue la semifinal que Alemania, con sus jugadores con cascos, ganó a Italia, que apeló al uso de alfileres y pimienta. Cassidy explicó antes del juego que no era bueno mezclar al fútbol con la política. Pero nazis alemanes y antifascistas italianos jugaron a matar o morir, y el árbitro debió recurrir al revólver. El Mundial olvidado devela a su vez que la final, arruinada por un aluvión, terminó en realidad con triunfo de los Mapuches sobre los alemanes. El gol decisivo estaba en el rollo de Sandrini.
“El Mundial nunca fue reconocido oficialmente por la FIFA”, dice, textual, un extenso cable que una de las agencias de noticias más importantes del mundo trasmitió la semana pasada, tras la presentación de Venecia. “Sacando a la luz esas imágenes, los autores de esta cinta pretenden que nunca más quede en el olvido ya no sólo la celebración de este torneo, sino tampoco el nombre de su vencedor, un combinado mapuche que consiguió recoger el trofeo instantes antes de que el agua arrasara con todo y ocultara su triunfo”, agrega el cable. Lo publicaron al día siguiente diarios de México, Perú, España y también de la Argentina. Algunos medios agregaron palabras y datos que dramatizaron la injusticia. Hubo lectores que reaccionaron por la Web. “Buena historia para el mundo futbolístico, especialmente el sudamericano… ¿Perú participó en ese certamen?”, pregunta, por ejemplo, un aficionado de ese país. Perú no jugó. No lo hizo porque el Mundial de 1942 es un formidable delirio del Gordo Soriano en el cuento El hijo de Buth Cassidy. Garzella-Macelloni lo llevaron al cine a través de un falso documental (“mockumentary”). El resto corrió a cargo de algunos periodistas distraídos. Donde quiera que ande, el Gordo Soriano, que murió en 1997, está a pura carcajada.
“Queríamos que la leyenda, la memoria y la fantasía se confundieran, que cada uno trazara sus propios límites, que experimentaran con la percepción”, me cuenta Garzella desde Italia. Garzella, hincha de Inter, admira al Gordo Soriano, igual que los integrantes de la selección de escritores italianos, que forman desde 2001 el “Osvaldo Soriano Football Club”. “El hijo de Buth Cassidy” de Soriano siguió su itinerario dirigiendo en la altura de La Paz y en la Amazonia. Y murió acribillado en Texas, haciendo el camino inverso al de su padre. A Garzella le fascinó el falso Mundial de 1942. “Mantuvimos hasta el final el lenguaje riguroso del documental y la primera parte es más que creíble, pero luego todo se hace un poco surrealista. Un árbitro que dispara, un arquero y un ejecutante que se juegan el amor de una mujer en un penal? Tan absurdo que, creíamos, no quedarían dudas. Pero encontramos mucha gente crédula, incluidos periodistas. Evidentemente -sigue Garzella- hoy la forma vale más que el contenido. Y esto es un dato interesante, y preocupante, para reflexionar.”
Colegas de medios que publicaron como cierta la noticia siguen sorprendidos cuando les relato la historia. “Moderen las carcajadas”, pide uno, el primero que avisó del papelón. “Sí, leí diarios mexicanos que se tragaron la historia como real. Un amigo holandés me preguntó, y yo le dije que no sabía bien”, me dice Levinsky, actor improvisado, y que todavía se recuerda remando nervioso en un bote de goma en la Carhué inundada, porque se hacía de noche. El film, me confiesa Garzella, sufrió numerosas amenazas de cancelación por falta de fondos. La última escena, que fue girada gracias al último dinero personal que les quedaba en el cajero, casi termina en desgracia cuando el caballo enfureció y arrojó al piso al actor, que en realidad era un asistente de la dirección. Bien de Soriano. Todavía recuerdo el día en que Eduardo Galeano vino a casa buscando precisiones para su hermoso libro El fútbol a sol y sombra. Tuve que aclararle que no era cierto que José Sanfilippo había sido el máximo goleador en la historia del fútbol argentino, que sólo un fana de San Lorenzo podía engañarlo así. “¿Quién te dijo eso?”, le pregunté. Y me respondió riendo: “El hijo de puta del Gordo Soriano”.
Publicado en La Nación, septiembre de 2011.