“Tenía mucho odio por el Arsenal. No puedo pensar en ninguna otra palabra. Siempre te caen bien uno o dos jugadores en cada rival que enfrentás. No recuerdo que me cayera bien nadie en el Arsenal”, dice Roy Keane.
“Cuando terminabas tu partido, lo primero que hacías al salir era ver el resultado del Manchester United. Es que para ganar la Premier tenías que terminar arriba del United. Era tan simple como eso”, asegura Patrick Vieira.
Keane, volante central irlandés de Manchester United, fue el motor a partir del cual se fabricó un equipo -dirigido por Alex Ferguson-, coronado en Europa y siete veces campeón de la Premier League. Vieira, francés del Arsenal, fue el elegante cinco que apareció en el desafiante conjunto londinense que -de la mano de Arsene Wenger- interrumpió la hegemonía del United y ganó varias FA Cup y tres ligas, una de ellas sin perder un solo partido.
Keane y Vieira se odiaban. Diría uno que se odian, incluso. Futbolísticamente, filosóficamente, discursivamente, están en las antípodas. Eran, como dicen ellos y dicen los técnicos de aquel momento, el símbolo de una rivalidad que los trascendía, que enmarcaba a todo el fútbol inglés. Pero en la cancha tenían que rasparse mutuamente y ganar su duelo personal para lograr una ventaja para su equipo. Se exigieron. Se empujaron para mejorar. Y sin querer se convirtieron en algo más que rivales íntimos. “Era mi enemigo favorito. No sé si eso tiene sentido para vos, pero lo tiene para mí”, arroja Vieira al periodista que le pregunta por su némesis.
Quizá por eso el mini-documental Best of Enemies, que intenta con bastante éxito reconstruir ese enfrentamiento permanente y duradero, resulta tan interesante. Porque es revelador y es profundo, porque está lleno de frases notables por parte de ambos futbolistas, que tienen una lucidez fuera de lo común para hablar tanto de sus buenos momentos como –esto es importante- de sus errores. El resultado es una hora de video disponible en YouTube (sólo lo encontrmaos con subtítulos en inglés, lamentamos), que realmente vale la pena ver.
Se nota la cabeza conciliadora de dos tipos que se tomaron cariño desde el disenso absoluto. Que se chicanean y se ríen entre ellos, de ellos mismos, incluso cuando no pueden ponerse de acuerdo. Hasta en las cosas que elogian del otro traslucen dos ideologías enfrentadas. Las respuestas son muy distintas porque su forma de pensar es opuesta. Se entiende por qué en la cancha se llevaban tan mal.
En principio, es difícil enmarcarlo como documental. Parece más bien una entrevista. O dos. Porque los que hablan son los protagonistas, y en su voz se va desenredando el ovillo de su competencia. Quizá se podría hablar de una tercera entrevista: los dos juntos, mesa de por medio, revisando y repasando su grieta personal. Se notan las diferencias. Se nota, también, la cabeza conciliadora de dos tipos que se tomaron cariño desde el disenso absoluto. Que se chicanean y se ríen entre ellos, de ellos mismos, incluso cuando no pueden ponerse de acuerdo. Hasta en las cosas que elogian del otro traslucen dos ideologías enfrentadas. Las respuestas son muy distintas porque su forma de pensar es opuesta. Se entiende por qué en la cancha se llevaban tan mal.
Efectivamente cada uno parece encarnar de manera aproximada el carácter del equipo del que formaron parte.
Uno, Keane, habla como si fuera una suerte de gurú empresario, un Simon Cowell con acento irlandés, ultrapragmático e hipersincero. Sigue caliente con su DT de siempre por un viejo conflicto que lo alejó del club, habla de profesionalismo, eficiencia, progreso. Acepta que tiene que estar enojado para llegar a su mejor nivel. Acepta que el miedo (a perder, a decepcionar a su gente, al público) lo lleva a competir al extremo. Acepta que el disfrute dura poco.
El otro parece un maestro zen, reposado, sereno, reflexivo y más afecto a hablar de momentos, energías y valores que de cuestiones específicas del juego. Sonríe más. Se ríe más. Concede más. Se lo ve menos punzante y un poco más suelto. También más feliz, para qué mentir. Con los dientes menos apretados y un sentido de la responsabilidad más difuso, bastante opacado por el triunfo de la estética como valor fundamental.
El resultado del film es realmente atrapante. Frase a frase, nos va metiendo en la intimidad de ese pasado reciente que tan bien conocemos y nos hace conocerlo muchísimo mejor, porque nos ayuda a comprenderlo.
Las charlas abarcan duelos históricos entre Arsenal y Manchester, papelones notables en partidos entre ellos, triunfos inolvidables de uno sobre el otro y hasta traspiés personales o momentos de gloria de cada uno de los jugadores sin relación particular con la rivalidad.
“Eran dos animales competitivos que estaban listos para hacer lo que fuera para ganar, eran una extensión de la rivalidad entre los clubes, entre los entrenadores… Estos dos muchachos eran un símbolo de todo eso“, resume Wenger.
Y puede ser que se odien, sí. Pero hay una lección de diálogo atrás de ese desacuerdo de base. Una enseñanza de admiración y respeto en el enfrentamiento, muy bien contada por cierto, en la que pese a todas las apariencias el amor le gana al odio.