Si es cierto que al morir una secuencia de fragmentos de nuestra vida nos pasa frente a los ojos, en 1959, en una despojada habitación de un hospicio rural, Heleno de Freitas, encerrado en su mente, vio esta película antes que todos. Es que el film de 2011 -disponible vía torrent en la web-, que relata su caída desde el estrellato del fútbol brasileño, elige contar su historia a partir de pedazos, algunos relevantes y otros no tanto, desordenados cronológicamente para forzar el interés del espectador, en los que predomina, de forma sistemática, la mirada superficial del propio Heleno.
Una cosa es cómo fue su vida –vean nuestro perfil para eso– y otra -eso es la película- cómo debió recordarla Heleno al morir. La lujuria del Copacabana Palace, la pasión por Botafogo, la final perdida contra Flu sin el momento más triste, los amigos del loquero, el frío de Buenos Aires, la gloria del sudamericano con Brasil, las damas de compañía en Colombia. Escenas de una vida casi sin remordimientos.
Ególatra, altanero, loco, mujeriego, vicioso, violento; vemos a Heleno en todas sus facetas. Pero lo vemos como él mismo debía verse, más lindo de lo que era, más irónico y locuaz; o como le vería alguien desde una distancia sin intimidad. No hay introspección, ni reflexión. Sólo hay deseo y satisfacción, o frustración. La película muestra todos sus vicios, y el abuso de esos vicios -el alcohol, el tabaco, el sexo, la fama, la velocidad, el éter-, pero pierde cada oportunidad para hacer algo más que describirlos. El film decora la caída del ídolo pero no gasta un segundo en construirlo. Ni siquiera, de tanto ida y vuelta temporal, llegamos a identificarnos con él, para sufrir juntos la derrota. No hay motivos, no hay orígenes. No hay un niño Heleno y la madre es sólo una voz, que nunca escuchamos, en un teléfono. Heleno era así, siempre lo fue y siempre lo será.
La película dirigida por José Henrique Fonseca nos remite a Toro Salvaje, el memorable film de Scorsese. Es imposible no ver la relación, está filmada en blanco y negro, basada en la historia real de un héroe deportivo conflictivo que entra en decadencia y relatada de principio a fin por el protagonista, en mirada retrospectiva. Pero le falta la profundidad y la estructura dramática que ordena la poderosa historia que protagoniza De Niro.
Heleno también homenajea al cine clásico de la época, años ’40 y ’50, en la que está ambientada correctamente. Hay mujeres peinadas por el viento en descapotables, divas melenudas y encorsetadas, la voz de Billie Holliday, escenas de bar y de auto, y una eterna sucesión de cigarros recién encendidos. Todas postales de tono nostálgico. El fútbol, muy difícil de recrear como siempre recordamos, se reduce a un par de entrenamientos y a un partido clave bajo la lluvia, filmado con planos cortos y estética de anuncio de Nike. Los hinchas no existen. De nuevo, en la mente de Heleno era lógico, sólo él era Botafogo.
Rodrigo Santoro, protagonista del film y también uno de sus productores, se luce como Heleno y es el verdadero enganche a la película. Maestro del disfraz, quizás lo recuerden como el malo persa en la hollywoodense “300”, sus transformaciones para pasar de ser un Heleno joven y vivaz a otro decrépito y moribundo se subrayan en un montaje que las contrapone constantemente. Salvo alguna escena de vestuario, un tanto sobreactuada, Santoro compone con igual suficiencia al playboy y al inválido, que son los contrapuntos del film.
En las pocas escenas que Santoro está ausente la película parece una parodia barata de la edad de oro del cine. Angie Cepeda y Alinne Moraes, las divas del film, potencian al protagonista. En especial Moraes, que al acompañar al Heleno de celuloide en diferentes etapas de su vida en el rol de Silvia, su mujer, debe sacar su veta camaleónica y lo hace con naturalidad. Luego queda la relación cariñosa con su enfermero y sus compañeros de internado, poco más. El resto de los actores -salvo nuestro reconocible Jean Pierre Noher como médico que habla en portuñol- forman parte de un decorado que destaca, por contraste, la actuación de Santoro.
Heleno, la película, termina por dejarnos la impresión de que puedo ser mucho más de lo que fue. Un sabor amargo en el paladar, una idea de chance perdida. Lo mismo que Heleno, el futbolista. Involuntario, quizás sea el homenaje más correcto.