Rocky llama a su pupilo y lo hace ponerse en guardia frente a un espejo. “Este es el oponente más duro que vas a tener”, le dice mientras señala al Adonis Creed del espejo. “Creo que esto es así sobre el ring y también debajo de el”, agrega antes de dejar sólo a los “competidores”. La fuerza de la escena es enorme. En el deporte y en la vida, primero es necesario enfrentarse con uno mismo, para superar los miedos y las inseguridades, pero también para conocer las virtudes y los defectos propios. Sin eso, no se puede competir contra ningún rival.
Es sólo una de las enseñanzas que le deja un veterano Balboa al hijo de su amigo en la última película de una de las sagas más populares de la historia del cine. Creed es una joya. Quizás la mejor película de Rocky desde la primera de 1976. El Semental italiano ya sólo existe en el recuerdo y en los afiches de otro siglo, pero lo que queda de él es casi tan potente como sus golpes. Todavía está vivo su espíritu inclaudicable, su forma de afrontar las dificultades, su tenacidad, sus ansias de autosuperación y, sobre todo, su pasión. Eso es lo que le transmite a su alumno. Y por eso su alumno progresa como jamás lo imaginó.
Rocky creció con nosotros. Su historia es la nuestra. Porque todos nos sentimos identificados al menos con un rasgo de su personalidad. Por eso lo amamos. Aquel pibe tímido con pocas luces que se mató para cumplir su sueño se transformó en este hombre con demasiados golpes como para contarlos. Y nosotros también cambiamos. En ese trayecto de cuarenta años se nos pasó la vida. Todos ganamos y todos perdimos como él. Será un personaje de ficción, pero también es mucho más que eso.
Es fácil pensar que Rocky es argentino, es muy fácil trasladar su casa, su vida, a cualquier barrio del conurbano y por eso lo entendemos tan bien. Se convirtió en campeón del mundo porque antes perdió una, dos, muchas veces. Esa es otra de las lecciones que le deja a Adonis: “para ganar, primero debes caerte, perder, ser golpeado”. Y eso es algo que aquí conocemos muy bien. Caerse no es el problema, siempre hay una oportunidad para hacerlo. Lo difícil es convertirse en Rocky.
La última película de la saga tiene el espíritu de la primera. Esta vez, Rocky se viste de Mickey Goldmill (hasta tienen la misma edad) y entrena al hijo de su amigo, que nació después de la trágica muerte de Apollo. Adonis creció a la sombra de un nombre y sufre por eso. Acercarse a su “tío” es la mejor manera de enfrentar esos fantasmas. No hay mejor maestro para superar adversidades.
El filme tiene todo lo que uno espera. Escenas de entrenamiento con la clásica música motivadora, espectaculares peleas, una historia de amor, guiños al pasado glorioso de la saga y emoción pura. Ningún alma sensible puede salir incólume tras estos 133 minutos. Creed apela a los sentimientos desde un lugar muy claro: para ganar, hay que luchar. Y mucho.
Para los amantes del deporte, es todavía más interesante que otras películas de la saga. Por primera vez, hay un claro guiño futbolero. Uno de los adversarios de Adonis es hincha de Everton de Inglaterra y la pelea final transcurre en Goodison Park. Ricky Conlan se entrena y pelea enfundado en los colores de uno de los equipos más tradicionales de la Premier League y es idolatrado por los hinchas toffees, que lo veneran como si fuera una especie de Duncan Ferguson del pugilismo. Para quienes amamos al fútbol, esto es más que un simple escenario. Es la unión de dos pasiones.
Como si fuera poco, tres boxeadores de fuste protagonizan la historia. El más importante es André Ward, campeón supermediano y dueño de un impresionante récord de 27-0. Además, el principal oponente de Creed, Ricky Conlan, es interpretado por Tony Bellew, un pugilista también nacido en Liverpool. El tercero es el estadounidense Gabriel Rosado.
Hay un dilema que está presente en las siete películas: ¿qué es el éxito? En una época en la que quien gana es el mejor y quien pierde debe ser lapidado, Creed nos da una lección valiosa. Importa mucho menos la victoria deportiva que los medios utilizados para conseguirla. Rocky perdió contra Apollo en 1976 y todos nos quedamos con la imagen de un hombre que le ganó a su destino, que pudo con sus propios fantasmas y que se ganó el respeto del mundo por eso. Algo similar ocurrió en Rocky Balboa, el filme de 2006 en el que un viejo Balboa pierde con un joven campeón pero se va feliz por su trabajo. Ganar es mucho más que levantar un cinturón o una copa.