Juan Carlos Demaro se levanta a las seis de la mañana. A las siete y media, maletín en mano, se lo ve llevando sus 68 años por las calles Tribunales. “Demaro, ¡cuánta guita habrás agarrado, eh!”, le gritan. “¡Agarré tanta que estoy acá!”, responde él. Acá: un estudio sobrio, muy prolijo, con un escritorio despejado, los papeles, libros y carpetas repartidos con mucho orden, y una PC midiéndose a duelo con una máquina de escribir muy nostálgica.

Demaro es abogado y, durante catorce años, fue árbitro de Primera, un oficio que eligió como muchos jugadores frustrados. “No tuve condiciones, y vi ahí la posibilidad de estar en una cancha”, explica. Pero hay una razón, sin embargo, que puede unir sus dos caminos: “También para aplicar justicia. Vengo de una familia muy pobre, entonces posiblemente las dos cosas que hice tienen que ver con la justicia. Cuervo total, faltaría que sea de San Lorenzo…”. Pero no, Demaro es hincha de Racing. Y, dice, lo enaltece haber sido muy puteado por sus colegas de pasiones: “decían que los perjudicaba”, explica.

Demaro se reivindica como un hombre de izquierda. Sus ideas, cuenta, lo perjudicaron en el arbitraje. En su juventud militó en el Partido Socialista Argentino de Alfredo Palacios. En el retorno democrático, participó del Partido Intransigente y, más acá, se acercó a Autodeterminación y Libertad, de Luis Zamora. “Por eso –explica–, no llegué a ser internacional. Me pusieron muchas trabas. Yo nunca practiqué la obsecuencia, y eso rompe las pelotas”.

demaro2–¿Cómo evolucionó el poder de Julio Grondona sobre el arbitraje?
–Hay un punto de inflexión que es la llegada de Guillermo Marconi con el SADRA. En las elecciones de 1986, presentamos la lista Jorge Vigliano-Juan Carlos Demaro. Marconi va por el otro lado y les ganamos. ¿Qué hace él? Se va de la Asociación Argentina de Árbitros y arma el Sindicato de Árbitros Deportivos de la República Argentina (SADRA) en connivencia con Grondona. ¿Por qué digo esto? Porque en la misma entrevista en la que Grondona dijo que no podía haber árbitros judíos, también dijo “me tenían cansado la tres A, y tuve que formar otro sindicato”. Que es una sociedad clandestina. El SADRA debuta, hace su bautismo rompiéndonos la huelga a nosotros. Y Grondona decía “hagan huelga cuando quieran”. A mí me suplió Daniel Giménez.

–Es curioso: un sindicato que nace para romper una huelga.
–Y, lo que es Marconi…

–Había sido Secretario de Trabajo du¬rante el menemismo…
–Con Jorge Triaca como ministro. Y Director de Legales de la Municipalidad de Buenos Aires con la dictadura, además de secretario adjunto de un sindicato de personal no docente de la enseñanza privada, que ya tenía un sindicato de docentes particulares. Donde va él, arma un sindicato.

–¿Cuál es el poder de SADRA?
–Muy hábilmente, se llama Sindicato de Árbitros Deportivos de la República Argentina, lo que le abre un panorama en todo el interior. Pero además no tiene sólo futbol, sino también básquet y hockey, cosa que no tenemos en las tres A, que además nos quedamos en Capital. Él tiene todo el país. SADRA la cobra el 10% a cada afiliado sobre cada partido que dirige. Es una fortuna, lo que recauda. Y Marconi es vitalicio, igual que Grondona. Nunca hubo elecciones en ese sindicato.

–¿Hoy las tres A se diferencian mu¬cho del SADRA?
–No existe. Está Alejandro Toia, que es un buen tipo. Pero hay algo que dejar sentado, porque yo fui dirigente: es muy difícil dirigir un sindicato con un hombre como Grondona en el poder. Prácticamente, termina tu carrera.

–¿Por qué?
–Porque no te lo va a permitir. Grondona es amo y señor. Con Grondona, seas ordenanza o del Comité Ejecutivo, si no le hacés la venia, no tenés posibilidades. De mí saben que yo soy anti-Grondona, y no me van a venir a buscar. No les conviene.

–¿Qué opina de Javier Ruiz?
–Todavía es cliente mío por una quiebra. Era de las tres A, y cuando consideró que no tenía más futuro se fue al SADRA. Ahí logra ganar una categoría y empieza a dirigir Nacional B. Hasta que Marconi le suelta la mano, entonces acumula bronca, lo echan y ahora empieza a decir cosas…

–¿Y es creíble lo que denuncia?
–Yo, potencialmente, creo todo.

–Se lo pregunto por su conocimiento del arbitraje: cuando alguien dice que se compran árbitros, ¿usted le cree?
–Sí, pero yo como abogado no puedo dar pruebas. Pero sí… Tengo conocimiento de cosas, secretos a voces. Cuando surgieron este tipo de cosas, todos dijimos que se comenzaba a destaparse algo. Yo sé muchas cosas… Pero no tengo pruebas. Y cuando se va a sobornar a alguien, ¿vos vas con un escribano? Es una de las cobardías que ocurren cuando a alguien lo compran. Y lo más importante es que quien te compra, con el tiempo, es quien te vende.

demaro–¿Y es algo nuevo?
– El arbitraje tiene una seria dificultad, porque debería ser comandado por un ex árbitro, no por un dirigente. Acá hubo un personaje que no se puede creer cómo llegó al lugar que llegó: Jorge Romo es la persona más inepta que he conocido. Es el amiguismo de Grondona… El 19 de marzo de 1994, yo me voy del arbitraje en un Ferro-Deportivo Español. Entonces me hacen un reportaje y digo “me voy contento porque cumplí un ciclo, pero amargado porque el arbitraje se cae. Tie¬ne de presidente del Colegio a un incapaz como Jorge Romo, y de director de la Es¬cuela de Árbitros, a Roberto Goicoechea, excelente árbitro pero un incapaz para ser director”. Goicoechea eliminaba las eses y otras cosas…

–¿Cómo era su trato con Romo?
–No tenía trato con nosotros. Pero el mío era pésimo. Coincidimos tres años. Cuando llegó, Romo nos reunió a todos y nos dijo lo siguiente: “señores, yo de arbitraje no sé nada, pero voy a limpiar este ambiente”. No sé qué quiso decir. En mi caso personal de dirigir mucho –30 partidos sobre 38– por cada año, dirigí en el primer año de Romo, limpió a diecisiete; en el segundo, a trece; y en el último, a once. Me mandaban al Nacional B y al interior.

–¿Cómo fue la relación con Grondona?
–No hubo problemas con Grondona porque es un tipo que sabe muchísimo de fútbol y sabe quién es quién en este ambiente. Sabía que yo no estaba manchado. Y arbitraba como debía arbitrar. Nunca fui un fenómeno, y no sé quiénes son los fenómenos…

–¿Nunca tuvo un intento de soborno?
–Jamás, porque la gente que soborna sabe a quién va a sobornar. En el ambiente del fútbol, todos nos conocemos, y saben a quién tocar. No arriesgan. Jamás se acercó nadie, nunca. Y dirigí campeonatos importantes, en los que se jugaron ascensos y descensos, pero todos muy lindos, y en todas partes del país.

–¿Y algún mensaje desde el poder?
–En la temporada 88/89 dirigí un partido donde eché a Claudio Rodríguez porque se trepó al alambrado. Boca ganaba tres a cero, y el tercer gol lo hizo el Rata. Yo lo tenía amonestado. Había salido la resolución 345 de FIFA, que establecía que a todo aquel que se trepara al alambrado al hacer un gol, se lo debía amonestar. Lo tuve que echar. Se fue de la cancha llorando. Vélez empató el partido tres a tres. A mí nadie me dijo nada. El veedor era Ángel Coerezza, y me puso un buen informe. Pero en dos años no dirigí más a Boca. Y no dirigí más… Durante un mes, me mandaron al Nacional B. Ése fue el mensaje.

–Eso, además, condiciona al resto.
–Sin dudas… Y ningún árbitro lo va a decir, pero dirigir a Arsenal no le gusta a nadie. Y dejalo ahí…

–¿Con Grondona, no tiene solución el arbitraje?
–No, mientras esté él, no hay solución.

–¿Y sin Romo?
–Cuando estaba Romo, el que decidía era Grondona. Ahora está Lamolina y el que decide es Grondona. A fines del año pasado, Lamolina había hecho una lista de árbitros que tenía que echar. Y ahí quedó, por Grondona… En especial se protegió a los de SADRA, sostenidos por el secretario general.

–¿Le sorprende el nivel de vida de algunos árbitros?
–Muchísimo. Sería tan fácil darse cuenta de ciertas cosas. Porque no pueden hacer ese tren de vida. Es imposible…

–Sin embargo, hoy se gana más que en su época.
–Es verdad, pero no para llevar el tren de vida de algunos. Yo en mi carrera ganaba el 30% como árbitro y el 70% como abogado. Por supuesto, me tapaba agujeros, me permitió vivir bien. Pero no me salvé. Tengo 68 años y sigo trabajando todos los días, de lunes a viernes.

–¿A qué árbitro contemporáneo suyo respetaba?
–A Teodoro Nitti, excelente persona. El único que quiso tirarse contra Grondona. Yo lo respetaba mucho. Y otro, no como árbitro, sino como persona y como profesor, era Claudio Busca. Junto con Francisco Gómez y Ernesto Binda, son las tres personas que a mí me enseñaron. Y cuando hubo que votar para internacional, Busca siempre me votó en contra.

–¿Y cómo se considera usted cómo árbitro?
–Yo era un buen árbitro que fundamentalmente quería salvar el espectáculo. En 1991 dirijo Boca-Estudiantes. A los seis minutos se produce una jugada clave. A Marcelo Yorno, arquero de Estudiantes, se le escapa la pelota, y el Manteca Martínez se la quiere sacar. El arquero la vuelve a agarrar, y el Manteca le pega. Yorno se levanta y le toca la cara. Era expulsión de Yorno y amarilla para el Manteca. Pero era una injusticia, porque alguien había provocado esa situación, y los amonesté a los dos. Fue lo peor que hice en mi carrera arbitral. El partido se me despelotó y no lo pude arreglar. Los partidos no se emparchan, una vez que cometés errores, ya está.

–¿Por qué lo trae como ejemplo?
–Porque eso era romper el espectáculo. Por eso, nada que ver con el “castrillismo”. Castrilli no era el único que no perjudicaba a los visitantes. Le pondero que fue valiente, pero el día que echó a los cuatro jugadores de River fue por protagonismo. Eso no es autoridad.

–¿Y el “siga siga”, qué le parecía?
–Algunos se lo adjudican y no es verdad. Hay un árbitro que –aclaro que me cuesta reconocerlo porque no me gusta como persona– fue quien marcó el “siga siga”: Guillermo Nimo. Después, los que vinimos lo mantuvimos de alguna forma u otra. Pero, ojo, porque es un arma muy peligrosa, hay que saberla aplicar. Algunos se jactaban de aplicarla pero creaban nerviosismo. Otros la aplicaban de una forma, hasta que había un penal. Es relativo… El árbitro tiene que dirigir.

–¿Cómo fue que paró un partido porque Ferro no atacaba?
–Yo había visto el Alemania-Austria de 1982, que con el uno a cero de los alemanes dejaba afuera a los argelinos. No se atacaban, y era una injusticia. Todos los deportes tienen un final. En el vóley, los tres pases; en el básquet, los veinte segundos; en el boxeo, hay que pelear… ¿Y por qué no en el fútbol? Ferro tenía la pelota y Huracán no salía. El público silbaba. Entonces consideré que el equipo que tenía la pelota era el que debía jugarla. Y cobré un indirecto. Vino Juan Domingo Rocchia y me empezó a increpar: amarilla, por protestar. Cuando se va, me insulta, y ahí lo echo. Esa medida no trascendió porque la hice yo, pero si la hubiera hecho alguno de los preferidos de Coerezza hubiera trascendido. Me vinieron a ver y me dijeron “Demaro, no la haga más”. Pero llegó el caso a FIFA y, tiempo después, reconocieron que estaba bien lo que yo hacía. Si un equipo no jugaba, se lo podía sancionar con un indirecto.

–¿Es cierto que lo denunció una persona porque un fallo suyo le impidió ganar el Prode?
–¡Ah, sí! (risas) Eso fue en un Newell’s-Platense, en Rosario. Yo cobré un penal que para este hincha no fue. Está bien, él lo puede decir… Y decía que por ese penal no ganó el Prode. A mí nunca me llegó nada, pero fue de lo más simpático eso. Se consideró estafado por mí (risas). Ni siquiera me acuerdo de esa jugada. Y es raro, porque en general te queda la duda.

–¿Qué ocurre cuando esa duda queda?
–Lo peor que podés hacer es tratar de compensar. Porque ahí te equivocás dos veces.