Germán Bermúdez es árbitro y cantante. El sábado fue noticia porque suspendió el Talleres-Español a los 12 minutos del primer tiempo. Entre los incidentes que había afuera de la cancha y la deficiente iluminación, “el jefe del operativo no da garantías”, explicó el árbitro. Algo muy normal en el fútbol argentino. Entonces, ¿por qué fue noticia? Porque un rato más tarde, Bermúdez estuvo cumpliendo con su otro trabajo: el del cantante. Entonces los medios aprovecharon las “críticas” de “los hinchas” (sin un nombre propio y con menos pruebas), que acusaron al árbitro de suspender el partido para cumplir con su otro compromiso, para transformarlo en noticia.

Hace unos años, Un Caño charló con Bermúdez y le contó cómo compaginaba las dos actividades. De los insultos a los aplausos…

Se sacude. Va, viene. Las pulsaciones a mi, la mirada puesta en cada detalle, la presión por que todo salga bien, por saberse observado por cientos de ojos. Germán Bermúdez no está dirigiendo. Eso le tocará el domingo. Hoy es jueves, y este árbitro de 36 años interpretará canciones de Joan Manuel Serrat en el Teatro Porteño de la calle Corrientes. La pilcha negra de juez está sobre una de las sillas de su camarín. La campera de la Asociación Argentina de Árbitros en el perchero. A su alrededor, una botella de agua, un espejo y restos de decorados de otras obras: vestidos colorinches, pelucas y hasta un ataúd con un muerto que impresiona. “No se asusten. Es lo que hay”, dice el árbitro, que ya se puso los zapatos acharolados. “Ojo -aclara-, porque uno puede sacarse la pilcha de árbitro o hasta incluso no ponérsela más, y sin embargo, nunca dejará de ser árbitro. El arbitraje es una forma de entender la vida”. Y así es la vida de Germán Bermúdez: a las corridas. De escenarios alambrados, chori y tablón a las tablas de un teatro. Dice que no es fácil combinar las dos profesiones, que se le complica porque a veces los horarios se cruzan. “Los martes se designan los árbitros. Si sé que el sábado tengo un show a la noche, debo pedir por favor que me pongan el domingo. Y corro riesgos, porque como somos quince para diez partidos, por ahí sacan la bolilla de Bermúdez y me quedo sin dirigir. Sé a lo que me expongo. Pero cuando se termina la carrera arbitral hay que seguir viviendo de otra cosa. Por eso apuesto profesionalmente al canto y a mi trabajo como locutor”.

–¿Los hinchas o los jugadores saben que sos cantante?
–Una vez, en Zárate, un hincha me empezó a gritar “cobrá bien o no compro más un CD tuyo”. Y hasta algunos jugadores en medio del partido me dicen “¡Qué hacés, Joan Manuel!”. Pero con onda. Yo me río. Otra vez me encaró un hincha al final de un show y me recriminó un fallo contra su equipo, pero bien, eh, muy respetuoso.
Son cosas que pasan. Y algo acaba de pasar en el escenario. Una falla en el sonido. “Estamos acostumbrados, son detalles de último momento que te hacen correr a lo loco”, explica mientras se asoma para ver cuánta gente hay. “Lo bueno es que acá no te escupen; como mucho, no te aplauden”, se ríe y respira aliviado: esta noche no tendrá que irse corriendo por la calle Corrientes escoltado por diez policías de la Federal.
–¿Por qué elegiste ser árbitro y no futbolista?
–Algunos eligen la profesión porque son jugadores frustrados, y la manera de vincularse al fútbol es a través
del arbitraje. Yo siempre supe de mis limitaciones como futbolista: soy un 2 rústico y por eso nunca lo intenté. Lo que me lleva a ser árbitro es la justicia deportiva, darle a cada quien lo que le corresponde.

Faltan apenas minutos para que Germán salga a escena. Dice que no se pone tan nervioso porque sus años de
estudio en el ISER como locutor lo ayudaron a superar todo tipo de miedos. Aunque, confiesa, no está en su mejor momento: “Hace días que arrastro un resfrío. Y encima el fin de semana hago de cuarto árbitro. Hice muchos partidos de cuarto árbitro y ahí te congelás”. Además de ser juez desde el ‘95 e intérprete desde el
‘96, Germán es locutor nacional y secretario de relaciones públicas de las tres A. Fue la voz del estadio en Vélez, condujo un noticiero en Canal 26, trabajó como profesor de fonética e inglés en el ISEC y hasta en Crónica, su primer trabajo siendo locutor de piso.
–Sos el primer trabajador…
–La verdad es que hice y hago de todo. Pero eso hace
también que cada laburo que tengo sea más sano. Y también lo hago porque me da libertad. Como no vivo sólo
del arbitraje, tengo más margen para equivocarme. Con lo cual tengo más confianza, estoy más tranquilo al momento de pitar. El árbitro de Primera, en cambio, es profesional y vive de eso. Si no dirige, no cobra lo mismo. Por eso, si te paran lo sentís mucho. Cada error, o lo que los demás consideren un error, influye en tu fuente laboral. Y es mucho más difícil, además de todas las complicaciones que tenemos, dirigir con esa presión.
–Mirá lo que le pasó a Brazenas.  
–Es tremendo. No sólo que no dirigió más, sino que no apareció nunca más. O lo de Diego (Abal, el de la
jugada del semestre en San Lorenzo-Colón). Lo de él me duele porque es un compañero de trabajo y porque lo
conozco y sé por lo que tuvo que atravesar este año. Es un desgaste muy grande. Y es como te digo: si no dirige,
no cobra. Yo vivo de mi trabajo como locutor, de cantar y del arbitraje, entonces no siento esa presión.

Las luces se encienden. Se levanta el telón. Llegó el momento de brindar espectáculo. Bermúdez se acomoda
el saco blanco y sube al escenario. Se pone en la piel de Serrat. Canta Mediterráneo, Aquellas pequeñas cosas, Pueblo blanco… Y hasta mete chistes. El público se divierte. Esta noche se irá aplaudido.

“Uno está expuesto a la gente y no hay vuelta atrás –dirá después del show-. Si te olvidaste la letra, ya está. Te
la olvidaste y tenés que seguir adelante. Si no, de verdad arruinás las cosas. Y en el fútbol es lo mismo: si te comiste un penal, ya está. Te lo morfaste. La diferencia es que cuando salgo a cantar sé que voy a cosechar aplausos y en la cancha, por más que hagas las cosas bien, aplaudido no te vas a ir nunca. Los que te critican ven el partido por televisión: yo también dirigiría mejor por TV. Tenés perspectiva desde arriba y panorama. No tenés a los jugadores apilados uno detrás del otro”.

–¿Te molesta que ex árbitros los analicen por TV?
–No. Su palabra es positiva porque se humaniza más el arbitraje. Ellos tienen llegada a la gente. Me parece bien que expliquen un montón de cosas que muchas veces los que estamos trabajando no podemos decir porque nos piden que no hablemos. El tema es cuando ese árbitro retirado se olvida de que estuvo en una cancha y alguna vez le costó salir. Ahí está el problema…
–¿No te parece que hay algunos errores tremendos?
–Sí, ¿pero vos creés que alguien quiere equivocarse adrede ante diez cámaras de televisión y 50 mil personas? No creo que alguien sea capaz de eso. En todas las actividades hay gente que va por un lado incorrecto. Debe haber habido situaciones turbias, las hay y las habrá. Pero yo nunca me enteré. Si pasa, no creo que se tantee a cualquiera. A mí, jamás. En 15 años que llevo en la AFA nunca me hicieron una propuesta de ese tipo.

Ya son casi las 11 de la noche. Germán repasó el repertorio de Serrat de punta a punta, la gente cantó, bailó
y lo despidió con aplausos. La noche perfecta ya pasó.

Domingo a la tarde: la camisa y el saco se reemplazan por la remera y el shorcito, aunque el procedimiento es el mismo que cuando sale a cantar. “Entrás a tu camarín con la ropa doblada y planchada. Te preparás, te concentrás”, explica Germán. Eso sí, esta vez, afuera no lo esperan señoras de brushing ni parejitas acarameladas. Todo lo contrario. Poca dulzura. Germán cuenta que una vez, en un clásico provincial, casi lo linchan, incluso los policías querían golpearlo y debió dejar el campo de juego a las corridas hasta llegar al vestuario, una garita ubicada a una cuadra de la cancha. “Me golpean la puerta y era el delegado del club local, ¡uno de los que me querían matar! Todo había empezado porque un defensor me arrancó el silbato después de que cobré un gol. Entonces yo le abro la puerta y le digo al tipo que ese defensor suyo no podía jugar más, que era un criminal. Lo busco en la planilla, y resulta que ¡el delegado era el padre del jugador! Por suerte, me admitió que su hijo era una bestia y hasta me acompañó a la puerta para que no me lincharan. Si no me acompañaba, no salía vivo”.

–¿Cómo manejás esto de que en la Argentina se cuestione permanentemente a los árbitros?
–En la Argentina no se respeta al policía, no se respeta al maestro. ¿Pretendemos entonces que se respete al árbitro? ¡Es imposible! Nosotros hacemos justicia en el campo de juego, con nuestros aciertos y errores, y cargamos con un condimento tremendo: la pasión del hincha, que es algo totalmente irracional. El hincha ve a través del color de la camiseta. Es mucho más difícil lo que hacemos nosotros. Porque un juez se toma tiempo para analizar los fallos. Nosotros tenemos que decidir en milésimas de segundos y no hay vuelta atrás.
–Y no debe ser fácil convivir con el error.
–El tema es olvidarte del error para no trastabillar después. Porque si no lo superás te vas a empezar a equivocar. En el entretiempo te pasa que por ahí te enterás de que te equivocaste o cobraste mal algo. Y te digo que es mejor no enterarse… Pero si es así, tenés que dejarlo atrás. Porque la naturaleza del ser humano es decir “ay, la pucha, ¿cómo te compenso el mal que te hice?”. Es una sensación de culpa natural. Pero eso no existe en el arbitraje. Si me equivoqué, perdón. Pero lo dejo ahí. Eso es lo que más debe trabajar el árbitro. Si no podés dejar atrás el error, sonaste. Pero no para favorecer a un equipo en particular. Porque para el juez no juegan River, Boca o Ferro. Vos decís: blanco, azul o verde. Son colores, no equipos.
–¿No hay presión de cobrarle un penal en contra a Boca en la Bombonera?
–Eso se dice en charlas de café. Un mito. A la hinchada, en un momento no la escuchás más. Con todo lo que
pasa en el campo de juego, no tenés ni tiempo de escuchar a la gente. Hoy la única presión que se siente es la propia que se pone el árbitro, y muchas veces la presión es por querer hacer todo bien. No es el mejor árbitro el que no se equivoca, sino el que menos se equivoca. Equivocar nos vamos a equivocar siempre porque somos humanos. El tema es que decimos “tal árbitro no cobró un penal”. Pero nunca se dice que tal jugador se comió un gol y no pudo ganar el partido… Siempre es “pobre el jugador que se equivocó”. ¡Pero el árbitro nunca es pobre! El árbitro siempre es culpable. ¿Cuántos pases erran los jugadores por partido? ¿Cómo no nos vamos a equivocar nosotros?