Un error persigue a Juan Bava desde hace más de veintidós años y no quiere soltarlo. Ocurrió durante el superclásico del 5 de febrero de 1989, en La Bombonera. Tiro libre para River. Lo pateaba Daniel Passarella. Mientras la pelota iba como flechazo hacia el arco, Bava tocó el pito. Jorge Higuaín, defensor de River, estaba adelantado. La pelota se clavó en el ángulo y, la verdad, Higuaín no tenía ninguna influencia en la jugada. Era un golazo. Bava se dio cuenta en el momento de lo que había pasado, y Passarella también: alzó los brazos sin entender nada. “Se me fue el pito y ya está”, dice Bava, como queriendo borrar la escena. El partido terminó en empate, y lo ganó River por penales, porque así se definían las igualdades en ese torneo.

Fue el primer superclásico de Bava (dirigió once). Y aún se lo recuerdan. “Passarella todavía me lo echa en cara. Le pedí diez mil veces disculpas y cada tanto vuelve sobre el tema –dice el actual director del Instituto de Árbitros de la AFA que funciona en el club GEBA–. ¡Basta! Vamos a ser abuelos, no puede ser que siga con eso”. Passarella tampoco olvida que ese mismo año, cinco meses después, Bava lo expulsó de su último partido con River, también en un superclásico.

Pero la espina es aquel gol, que hubiese sido el número cien del Káiser con la banda roja. “Me lo anuló porque era de Boca”, dijo el actual presidente de River tiempo después. “Desde los cuatro años soy de Boca. Me llevaron a la cancha de Boca y me hice hincha de ese club. ¿Qué tiene que ver? Passarella es hincha de Boca y, sin embargo, es presidente de River. ¡Y me parece muy bien!”, dice ahora Bava, en un intento más de cerrar de una buena vez por todas aquella polémica.

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–¿Esos errores te perturban mucho?
–El problema es que cuando más te perturba el error, más errores cometés. Una condición que siempre damos como experiencia y enseñanza en el Instituto es que cuanto más rápido te sacás el error de la cabeza, más libertad tenés para ejercer la profesión. Quedarse con el error te lleva a compensar. Y lo que menos podes hacer es compensar.

–¿Por qué fuiste árbitro?
–De casualidad. Un novio de mi hermana dirigía en Primera y me invitó a hacer el curso. A mí me gustaba mucho el fútbol, iba a los torneos relámpago de Virreyes, el Bajo y San Isidro. La bronca que le tenía al árbitro era mundial. Cuando me ofreció, le dije que no. Pero me corté el pelo y fui. Era 1972. El primer año ya iba a dejar porque no me gustaba ser asistente. Pero a fin de año me ascendieron a juez de línea de Primera. Y eso ya tenía otro gustito.

–¿Cuál era el gustito?
–Estar adentro, con los jugadores. Yo lo había visto siempre desde la tribuna. En ese tiempo dirigían Barreiro, Ithurralde, Pestarino… Ser línea de esos monstruos era ser parte del espectáculo.

–¿Aunque sea el lugar más antipático?
–Sí, pisar la cancha con el estadio lleno es una sensación única.

–¿Vos a qué te dedicabas?
–Tenía fábrica de calzado y un aserradero de leña de mis padres.

–¿El arbitraje no te daba plata?
–No, yo hasta que llegue a Primera nunca tomé el dinero de AFA como algo sustentable para vivir. Era una propina, porque tampoco pagaban mucho.

“Desde los cuatro años soy de Boca. Me llevaron a la cancha de Boca y me hice hincha de ese club. ¿Qué tiene que ver? Passarella es hincha de Boca y, sin embargo, es presidente de River. ¡Y me parece muy bien!”.

–¿Hay un momento de maduración de un árbitro?
–Sí, el árbitro llega hasta internacional y a los 45 años le sacan la chapa. Cuando termina de -ser internacional por FIFA es lo mismo que ser general y pasar a ser sargento. Ya no sos lo mismo.

–¿El corte es arbitrario?
–Es por edad, una barbaridad. Porque hay árbitros que tendrían que dejar de serlo a los 40 y otros que puedan dar hasta los 50.

juan bava francescoli maradona lamolina–¿El retiro es difícil?
–Es muy fuerte porque estás en la plenitud de la carrera. El árbitro no nace para ser árbitro, se hace. No creo que nadie tenga vocación de árbitro. Los que hablan de la justicia terminan abogados. No tenés vocación de árbitro, menos para que te insulten veinte mil personas. Es antinatural que te insulten.

–¿Alguna vez reaccionaste?
–En un Platense-Boca una vez me insultaron todos. “Bava, Bava compadre, la concha de tu madre”, era la música. Me puse a aplaudir porque toda la cancha me insultaba. Una linda música. Hasta yo la acompañaba. Para el árbitro es un problema cuando lo aplauden todos. Ahí estás haciendo mucha cagada. El insulto personal sí te molesta. A los dirigentes que después te doran la píldora en el vestuario los conocés a todos: jueces, arquitectos, abogados… Todos están ahí. Y son más barrabravas que los que están en la barra brava.

–Vos dirigiste a varios pesados…
–Antes teníamos tipos con ocho o diez años en un equipo. Defendían la camiseta y la sentían de una manera especial. Hoy, a los tres años están afuera. Había jugadores como Giunta o Alonso, que eran líderes. Nos conocíamos más, había un trato, había un código.

–¿No era más difícil?
–No, porque ellos ya sabían quién eras vos y quiénes eran ellos. Y la pasábamos bien porque éramos una familia. Cuando había que poner las cosas en su lugar, ellos sabían que la ponías en su lugar. A la hora de impartir justicia ya sabían que tenías toda la libertad del mundo. Otros no tenían libertad y los apretaban. El árbitro no es que acierte más o menos, simplemente tiene que ser creíble. Por más que no tengas aciertos, si sos creíble, el jugador te comprende, sabe que te equivocaste y punto.

–¿Cómo se genera esa credibilidad?
–Por naturaleza. A través de los años y los partidos se dan cuenta si vos arrugaste o no. Todos se dan cuenta enseguida de quién es quién. El árbitro se da cuenta de los jugadores y los jugadores del árbitro.

–Alguna vez dijiste que “la camiseta del árbitro no se negocia”. ¿Qué significa?
–Eso va mucho para los dirigentes y la gente del entorno. Muchos llevan y traen mercadería, compran y venden árbitros. Sigue pasando actualmente. Dicen “mirá, si vos querés ganar, tengo al árbitro”. Y nunca se produce esa relación. Yo he estado vendido en un partido Sarmiento de Junín-Chicago. Ascendió Chicago. Dirigí la final, le dí un penal a Chicago y después me encontré, a los pocos meses, con el tipo había puesto plata para comprarme. El tipo salió convencido de que yo estaba arreglado porque le dí un penal, así que puso con todo gusto la plata. Y a mí no llegó.

–Hay empresarios, también.
–Y ex jugadores, gente relacionada con el fútbol. Yo he hablado con presidentes y me han dicho de frente: “mirá, Juan, me han pedido tanta plata por vos”.

–¿Y qué te pasaba cuándo te enterabas?
–En algunos casos me enteré a los tres meses. Si me pasaba antes de dirigir, hablaba con los dirigentes. Una vez, Pedro Iso, gran dirigente de Independiente, me llamó para contarme que le habían pedido plata. “Don Pedro, por favor, soy árbitro internacional”. Fue en la final de Supercopa entre Independiente y Boca. Me lo tuvo que preguntar él. Yo no pongo las manos en el fuego por nadie, eh. Digo que hay personajes de esos. Como debe haber árbitros…

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–¿El mundo del arbitraje no es corporativo para hablar de estas cosas?
–Antes éramos más. Hemos hecho varios paros. Una vez hicieron un paro por mí en Temperley, porque me quisieron ahorcar cuando se fueron al descenso. Tuvimos que salir disparados de la comisaría porque la querían prender fuego. Temperley tenía que ganar para salvarse del descenso y jugaba con Huracán. Terminaron perdiendo uno a cero y la pelota no entraba. Y bueno, ellos creían que yo estaba arreglado. Tiraron la tribuna abajo.

–¿Y ahora qué pasa?
–Ahora saltan menos porque los gremios están divididos. Cuando salta uno no salta el otro. Yo creo que en algún momento el arbitraje se tiene que unir. Los árbitros somos débiles, somos el primer fusible que salta en este espectáculo. Primero salta el árbitro, después el técnico, después el dirigente, y por último, el jugador.

–¿Los medios agigantan las polémicas?
–Es el trabajo del periodista. Si hacés un programa cultural fijate cuánto rating tiene, y fijate cuánto tiene uno con chimentos de fútbol. Somos morbosos. Ustedes viven con el error, no con el acierto. Si te pregunto un acierto, no te acordás nunca. De los errores se acuerdan al pelo.

–Vos participaste en televisión…
–Sí, bravísimos programas: Polémica en el fútbol, Tribuna Caliente, y El Equipo de Primera.

–A veces eran grandes circos.
–No, no, no, circo nunca. Hubiera sido más negocio el entretiempo que el programa en sí. En los cortes nos agarrábamos, nos levantábamos, nos pegábamos… Pero piñas de verdad, eh.

–¿Alguna que recuerdes?
–Uh, no, tengo que dar nombres… A Cherquis lo he tenido levantado con las patitas colgando. “Pará, Ernesto, pará”, le decía. Y Ernesto es un periodista de raza. Con Elio Rossi, con el Chavo Fucks, con el que después nos hicimos grandes amigos. De entrada nos tirábamos piñas. Era muy difícil. Y en vivo, encima. Yo no estaba acostumbrado a la televisión. Ellos sí tenían pasta, nacieron para eso. Yo iba medio como un regalito. Y me lo hacían a propósito. Nimo, por ejemplo.

“A los dirigentes que después te doran la píldora en el vestuario los conocés a todos: jueces, arquitectos, abogados… Todos están ahí. Y son más barrabravas que los que están en la barra brava”.

–¿Te provocaba?
–Un día me dijo: “vos estás a favor de Grondona porque te paga 600 pesos”. Lo levanté medio metro con la corbata y no me lo podían sacar de las manos.

–¿En el corte?
–En el corte, sí. “Te voy a matar, hijode puta, te voy a matar”. No me lo podían sacar.

–¿Y te gustaba hacerlo?
–No, para nada, no me gustaba. El año pasado me llamaron para el programa de Fantino y les dije que no. Buena plata, eh, pero era bravo.

–¿Te expone mucho?
–Te expone, y yo soy el director de la escuela. Para mí Grondona es un líder total, que habrá tenido errores pero ha tenido miles de aciertos. Yo tuve toda mi carrera con él y nunca sentí presión de nada ni de nadie. Y cuando tuve algún problema lo denuncié y siempre tuve su total apoyo. Así que todas esas pelotudeces que dicen de que está arreglado, y que esto y que lo otro… Ojalá el fútbol lo maneje cien años más Grondona.

–¿No es demasiado treinta y dos años al frente del fútbol argentino?
–Lo va a demostrar el tiempo, vamos a ver cuántos son perdurables, cuántos le conocen el paño. Porque acá los dirigentes cada uno quiere sacar ventaja. Y este es un negocio que hay que saber administrar. No por nada Grondona maneja la FIFA y es el presidente más fuerte.

–¿Cuántos años dirigiste?
–Tuve diecisiete años de árbitro internacional. Y he tenido rollos grandes: de sacarme la camiseta, de ir a buscar a un jugador en el entretiempo.

–¿Y con alguno te agarraste?
–Me agarré y otros me han dado. La más conocida fue la de Pedro Monzón, con el que nos desafiamos a pelear en la cancha de Independiente y me vino a tocar la puerta del vestuario. “¿Donde nos encontramos?”, me preguntó. “¿Todavía estás caliente?”, le digo. “No, no, usted me desafió a pelear”. Unos huevos bárbaros. Pero es la calentura. Nunca he visto a dos jugadores pelearse en la cancha. Yo he ido a buscar a tipos como Roberto Cabañas hasta la casa.

bava marangoni higuain river boca 1980–¿A la casa?
–En un Boca-Independiente cobré un penal que no sé qué fue. Para mí era penal. Lo pateaba José Luis Villarreal. Recé tanto para que lo tirara afuera…Y lo tiró arriba del travesaño. Y terminó uno a uno el partido. Dos fechas después se definía el campeonato, y con ese partido era campeón Boca. Islas me dijo “zafaste”.

–¿Y qué pasó con Cabañas?
–Me llamó Horacio García Blanco: “¿escuchaste las declaraciones de Cabañas?”. “No, ¿qué dijo”. Y me las hizo escuchar. Decía que jugar en Boca era distinto porque ese penal que le había cobrado el otro día lo cobran nada más que en la cancha de Boca. Ahhhh… Lo llamé a Cacho Loustau, un amigo de la barra, y le pregunté dónde paraba Boca. En el Hindú. Me fui para ahí y no estaba. Me fui a la casa, a una cuadra del Hyatt. Toqué y me atendió la señora. No estaba. “Dígale de parte de Juan Bava”. A las dos horas me llamó. “Profe, ¿qué pasó?”. “No, no, no, no me digas profe ni nada, decime un lugar a cualquier hora, cualquier día”. “No, profesor”. “No me rompas las pelotas con profesor, decime a dónde te voy a buscar”. Llamó a mi mujer, a la señora que trabajaba en casa, les pidió disculpas a todos… Después me lo encontré en un partido de Mar del Plata, y salió del vestuario a saludar a mi señora.

–En Colombia tuviste otros problemas, ¿qué te pasó allá?
Era muy jodido ir a dirigir. En ese tiempo los carteles manejaban los clubes. Además, contrataban argentinos para dirigir los partidos locales. Habían matado árbitros. Y yo fui a una semifinal de Copa Libertadores, Atlético Nacional de Medellín contra Danubio de Uruguay. Fui con Carlos Espósito y Abel Gnecco. Tiraron la puerta abajo de la habitación, con armas, una valija llena de plata, arrancaron el teléfono… Saltaban arriba de la cama, me metieron el revólver en la cabeza a mí y dijeron “acá está la plata; ustedes tienen un precio acá y un precio en Argentina, y si no gana Atlético Nacional son boleta”. Eran las cinco de la mañana y Espósito fumaba y fumaba. Y le dije “no te hagas problema, que si hace falta lo hago yo de cabeza. Yo de acá me voy, ponele la firma que de acá me voy. Tengo dos chicos
que criar”.

–Era la Medellín de Pablo Escobar.
–¿Me iba a hacer el valiente? Espósito cuando empezó el partido parecía un témpano. Cobró el primer foul y estaba a cuarenta metros. Entré a la cancha para ver a uno que estaba lesionado y le dije: “Carlitos, movete algo porque estás duro”. En el camino del aeropuerto a Medellín ya nos habían dicho adónde habían matado a un asistente, a otro, adónde se habían prendido velas a la Virgen. A las doce del mediodía nos sacaron para visar los pasaportes. Nosotros estábamos apretados hasta las tetas y el tipo que nos recibía nos paseaba por Medellín. El partido era a las cinco de la tarde.

–¿No denunciaron nada?
–No, recién cuando llegamos acá. Pero lo de los pasaportes no era así, estaba todo cerrado. Nos sacaron a pasear para mostrarnos cómo estaba la gente en la calle. El coche nos dejó a diez cuadras. Íbamos caminando y nos palmeaban, nos pegaban, parecíamos borregos.

–¿Y cómo terminó?
–Ganó Nacional seis a uno. Después me encontré en el aeropuerto con los jugadores de Danubio y a ellos también le habían entrado al hotel.

–¿No volviste a Colombia?
–No, no fui más. El arbitraje te da eso. Es lindo, pero en algún momento hay que tomar decisiones. Lo mismo me pasó cuando paré un partido porque faltaban pelotas.

–Un Vélez-San Lorenzo.
–Lo pienso ahora y me agarran escalofríos. Yo soy compadre de Plácido Domingo, y mi señora estaba con él en el Sheraton porque era su asistente. Me llama Plácido. “Juanillo, ¿qué pasó que paraste un partido porque no había pelotas?”. Mi señora estaba enojada porque había llegado tarde. A mi señora, lo que menos le gustaba era el fútbol. Los que te rodean odian al futbol. Mi hijo no quiso saber nada con ser árbitro. Un día lo llevé a un Ferro-River y me sacaron en un celular. Más trauma que eso…

–¿Y Plácido Domingo?
–Me llamó y le expliqué que no había más pelotas.

–¿Había antecedentes de un caso así?
–No, no había. Pero hoy no lo suspendo. Hubiera esperado más. El utilero me había dicho que los de San Lorenzo siempre le afanan las pelotas. “Mirá que te voy a dejar cinco pelotas reglamentarias, cierro la utilería y me voy”. Entonces las pelotas se fueron yendo para la tribuna y no volvían. Cuando se fue la última esperé cinco minutos. “¿Cuánto vamos a estar acá?”, me preguntaba Ruggeri. “Espera un minuto, Cabezón”. Espere un minuto más y me tiraron una pelota partida al medio con un cuchillo. Ahí me agarro la locura. “Me voy”, dije. “¿A dónde?”, me pregunta Ruggeri. “A casa”, le contesto. “Uy, qué quilombo se va a armar”, dijo él.

–¿Y qué podías hacer?
–Podía esperar. Cuando llegué al vestuario aparecieron treinta, cuarenta pelotas. Cuando ochocientos policías no habían encontrado una sola pelota en el momento en que las habían robado. Les dije “ahora es tarde, yo me voy para casa”.

–¿Te retaron?
–Sí, Grondona me dijo “te voy a rajar a la puta madre que te parió”. Me suspendieron porque había que tener ocho pelotas para empezar. A San Lorenzo lo multaron con entradas. Entonces yo dije que quería que me multaran con entradas a mí también. “Tomátelas de acá –me decía Grondona–. Ya hiciste demasiado quilombo”.