Con energía popular, cultural y lúdica, el fútbol va fortaleciendo su poder de seducción año tras año. Atravesando el mundo, las generaciones y los prejuicios sociales, se fue adaptando a todos los vehículos de información: la charla del café, la radio, la televisión, internet…
En cada país, al juego se le fue pegando un modo de ser. Pero esta foto nos lleva un poco más allá: el fútbol no solo se adapta sino que también se mimetiza. Es una de sus claves de supervivencia: se parece tanto al lugar que lo acoge que termina siendo resistente como una mala hierba o, quizás, como un cuento de hadas.
Esta foto me llegó por correo electrónico y me pareció un malentendido; la escena que mostraba contradecía la tecnología. ¿De qué planeta llegaba este testimonio? ¿De qué siglo? ¿Dónde se había ido el resto de la humanidad? ¿De dónde habían salido estos jugadores? ¿Qué tipo de honor se defendía en este duelo? ¿Qué placer se sentía jugando en medio de la dureza de este paisaje? Sólo sabía la respuesta a la última pregunta: el placer que sienten es el placer del fútbol.
Encajada la sorpresa, familiarizado con esa atmósfera abrasiva, sin vida, desmentida la sensación de irrealidad al saber que este partido es actual, es frecuente, y se juega en el Marruecos rural, comencé a reparar en los detalles. Algunos reales, como ese camino apenas perceptible por el que habrán llegado, ilusionados, los aspirantes a cracks; otros imaginarios, como la sospecha de que es domingo. Esta metáfora de estadio seguramente requirió del esfuerzo de algún directivo inquieto. La tierra movida y elevada sobre la superficie para marcar los límites del terreno de juego y simular una tribuna, seguramente necesitó de un elemental proyecto arquitectónico, de una máquina, y de la buena voluntad de la gente del lugar.
El campo es un poco más grande que el de fútbol sala, juegan seis en cada equipo, doy por descontado que el terreno deja mucho que desear, y a la pelota se la adivina en el cuarto de campo más alejado, porque sólo su poder de fascinación puede atraer a tantos jugadores en un mismo sector. Los que atacan van perdiendo y falta poco para el final. De lo contrario hay que hablar con el entrenador, porque nadie podría entender tanta imprudencia. Ese equipo es carne de contragolpe. De hecho, el portero está alejado de su área no porque quiera achicar espacios, sino para gritarle a sus compañeros que vuelvan de una puta vez.El partido, hay que reconocerlo, no atrajo a mucha gente. Y los que fueron a verlo deben de tener una buena razón, por ejemplo la de ser los padres de los jugadores. Casi todos eligieron el mismo sitio para ver el encuentro porque necesitan tener testigos de sus grandes conocimientos en materia futbolística. Incluso aquí: ¿Qué es el fútbol sin la palabra? Más allá hay un campo pequeño donde, quizás, se curte la cantera. Como en esos clubes en los que al lado de la piscina de mayores, hay otra para niños donde el agua no cubre (necesitaba decir la palabra “agua” porque desde que vi la foto tengo la boca seca). Aquellos pequeños, decía, sueñan con jugar en el campo de sus hermanos mayores. Y los hermanos mayores… ¿con qué soñarán? Seguramente con el Maracaná, San Siro o el Bernabéu porque aunque ninguno de ellos haya oído nunca la palabra globalización, conocerán los grandes escenarios del fútbol como también la marca de botas que usa Messi o el nombre de la novia de Casillas.
Pero de momento toca correr detrás de la pelota en este partido infernal donde el fútbol está despojado de toda escenografía: ni balón brilloso, ni verde césped, ni fondo de multitudes. Pero así, desnudo, es más fácil entender la esencia. En la nada, sólo es visible la pasión por jugar.
Fuente: Revista Líbero