POLAROID 1Faltaban pocos minutos para el inicio del partido y el sonido sensurround de un trueno interrumpió de pronto la ansiedad de la espera en la fría tarde soleada del Monumental. “Yo estaba en la platea baja que está detrás del arco del tablero electrónico y vi de frente a mí como el avión hizo como una U. Apareció desde el norte, o sea a mi derecha, hizo como una panzada y cayó varios metros, después aceleró los motores y tomó altura. Todos nos quedamos boquiabiertos, imagino la gente que estaba en la San Martin alta el zocaga que se debe haber pegado al ver que el avión se les venía encima. Pasó muy muy finito.” El azorado testimonio de un espectador explicaba la indignación con la que Gerardo Horovitz, fotógrafo de El Gráfico y aviador aficionado, trataba de explicar a sus colegas desde el campo de juego, el riesgo que había generado la estúpida idea del piloto del Boing  MD-83 de Aerolíneas Argentinas, al desviarse de su ruta y sobrevolar de forma rasante por encima del estadio colmado por 70.000 personas para el entretenimiento de sus pasajeros.

En ese momento nadie lo advirtió pero dos horas más tarde, con el resultado puesto, muchos espectadores interpretaron el episodio como una premonitoria y metafórica señal de lo que ocurriría en la cancha.

 

POLAROID 2A medida que la goleada se consumaba y los colombianos, al ritmo del pibe Valderrama, se divertían frente a los paralizados jugadores argentinos, una irónica paradoja quedó en evidencia: la 10 de los nuestros la vestía Simeone, que no daba pie con bola, mientras que en la platea baja Maradona, con su camiseta argentina con el 10 en la espalda, presenciaba la hecatombe. Un contraste de proporciones. Pero lo cierto es que en una de sus clásicas idas y vueltas, Diego se había considerado, a sí mismo, poco tiempo antes, un ex jugador. La impensada dinámica de la realidad hizo que esa misma noche todos empezáramos a fantasear con su regreso.  Años más tarde Diego le contó a Daniel Arcucci sus recuerdos de aquella noche. “Yo me fui muerto de la cancha, ¡muerto! porque esa del Coco Alfio Basile era una selección muy creíble, una selección querible. Por algo la gente había llenado la cancha: había ido, como yo, a una fiesta,  a un nuevo galardón,  a festejar que estábamos en el Mundial… Y nos quedamos ahí, colgaditos de un hilo”.

 

POLAROID 3“Mirá Pana, mirá cómo se acercan los caranchos a comer su carroña”. El Coco Basile compartía su angustia con el Panadero Díaz, quien, entre dientes, murmuraba: “hijos de puta, son unos hijos de puta”. Hablaban de los fotógrafos, que a medida que se acercaba la pitada final, cautelosamente se fueron hacia el banco de Argentina, abandonando las alternativas del partido, para registrar la imagen del responsable del desastre de Núñez. El público había pasado del desconcierto a la indignación en muy pocos minutos. Un silencio horroroso empezó a transformarse en óles que acompañaban los toques magistrales de los colombianos. Y sobre el final el Maradooo, Maradooo… y la rechifla al equipo. El Coco no se lo merecía, apenas quince días antes había caído por primera vez desde que estaba a cargo del equipo (1 a 2 en Barranquilla contra el mismo rival) tras una racha de 33 partidos sin perder. La marca más grande de partidos invictos alcanzada por la Selección Argentina en su historia.

 

POLAROID 4Ese domingo a la noche en la redacción de la revista El Gráfico el aire se cortaba con cuchillo. Estaba todo preparado para salir con una edición consagratoria al grito de “U.S.A. allá vamos”, pero no. Y no era sólo el amor por los colores lo que ponía muy nerviosos a los directores. La chance de ir al Mundial todavía estaba viva: gracias a que Paraguay no le había podido ganar a Perú en Lima, Argentina tenía derecho a un repechaje a dos partidos contra Australia. Pero después de un resultado tan adverso la oportunidad de vender una parva de ejemplares triunfalistas se escurría como agua entre los dedos. Constancio Vigil, el dueño de Editorial Atlántida, se mostraba consternado, perplejo. “¿Y ahora qué hacemos?”, le preguntó a Aldo Proietto, director de la revista. “No se preocupe, Constancio, vamos a vender mejor que si hubiéramos ganado”, fue la respuesta.

La tristemente célebre tapa negra con la palabra VERGUENZA y una serie de preguntas sin respuestas, partió esa noche al taller y el lunes a la tardecita estuvo en todos los quioscos de la ciudad. Su competidora de entonces, la revista Goles que dirigía Fernando Niembro, interpretó mejor el sentimiento del hincha de a pie en aquel momento: puso una foto de Diego alentando en la tribuna, dio cuenta de que había sido pedido por la hinchada y tituló con la frase ¡Fue un papelón!

En ese tiempo El Gráfico todavía conservaba el liderazgo en el espectro de la información deportiva. Ya no era lo que había sido, pero todavía no existía el diario Olé, la TV por cable estaba en pañales y los suplementos de los diarios iban en piloto automático. La tapa negra fue tal vez la última oportunidad en que El Gráfico ocupó el centro de la escena periodística, pero ese ensañamiento, que ya había puesto de manifiesto en el episodio de la detención de Maradona en un departamento de Caballito, no fue bien recibido por los lectores y marcó el comienzo del desprestigio y la larga agonía que padeció la revista.

 

POLAROID 5Por esos días Jorge Lanata era un periodista progre que desde Página 12 daba batalla al neoliberalismo de Menem, mientras Bernardo Neustadt lo defendía a capa, operaciones y espada desde la pantalla de Telefe. Los martes por la noche el país se detenía para ver lo que pasaba en Tiempo Nuevo. El olfato de Neustadt percibió que había mucha tela para cortar con el 5 a 0 y armó una mesa que sirvió para que Sanfilippo se revelara como un polemista de fuste y le reprochara a Goycochea toda la responsabilidad de la derrota con su famosa frase “¡te comiste todos los amagues, pibe!”, ante una tibia defensa de Gatti y de Alonso. Por suerte, con mucha dignidad y en su caricaturesco estilo, Bilardo salió a bancar al arquero sin dejar de pasar la oportunidad de reafirmar una vez más sus polémicas convicciones futboleras. Al maestro Adolfo Pedernera, sentado en esa mesa, le pedimos perdón humildemente en nombre de todos los argentinos, por haber tenido que presenciar semejante bochorno.