Ahí va ese perro. Entra a la cancha, huele el césped para orientarse y mueve la cola. Los jugadores pasan y lo palmean. Le roban suerte. Él da una vuelta por el campo. Hay mucho ruido pero no se asusta, la gente parece alegre. La rutina. En dos patas. Aplausos. Flashes. Mimos. Nunca deja de morder el palo que lleva entre los dientes. Le cuelga un banderín de Independiente. A veces una bandera argentina, el escudo del rival o algún mensaje.
El perro entiende todo. Que está en una semifinal de la Libertadores, o en una final. Lo que cuesta conquistar un Nacional. Que Independiente es el Rey de Copas. Porque lo consideran cábala. Que todo muy lindo pero siempre hay que ganarle a Racing. O quizás no. Quizás no entiende nada. Pero seguro se da cuenta que su vida ha cambiado mucho en los últimos años.
No más privaciones. Frío. Mugre. Hambre. Los peligros de la calle, los autos, los trenes, otros perros, otros humanos. Ahora viaja por el Continente. Come todos los días. Le dan alimento balanceado o, quizás mejor, el desbalanceado que comemos nosotros. Vive en una casa. Lo visten: chaleco rojo, con el escudo de Independiente y otros parches coloridos, collar amarillo cargado con medallas.
La historia de Boneco, el perro que acompañó a Independiente durante buena parte de la gloriosa década del 70, tiene mucho de leyenda. Las fotos están ahí, los testimonios también. El can existió. Salía del túnel con los jugadores. Posaba con las copas. Pero ni Internet, reino del copiar y pegar, termina de ordenar las versiones del mito.
El punto de partida es común. Certeza: Un brasileño vive en la calle. La etiqueta varía, “linyera”, “indigente”, “vagabundo”, “mendigo”, “croto”. Tiene problemas circulatorios en una pierna. Úlceras, la gangrena acecha su carne. Está cansado, abatido. Un perro, callejero como él, se acerca a su refugio. Lo acompaña. Lame sus heridas. Su piel sana. El hombre lo ve parecido a un muñeco, a un títere. Lo bautiza, en portugués, Boneco. Serán inseparables.
Primera duda: Según varios portales, el tipo se llamaba Juan Carlos Malodin. Wikipedia lo confirma, o viceversa. La página partidaria Somos Diablos lo menciona como Juan Carlos Musladín Alumá. Acuerdan en el apodo: Lolo. La mayoría de las versiones dicen que Boneco rescató a Lolo debajo de un “viejo puente” -otros dicen “bajo un arco”- del ferrocarril Mitre en el barrio de Palermo. Mariano Jesús Camacho, en la revista Vavel, dice que fue en Martínez. Cerca de la costa del Río de la Plata, en “una vieja estación abandonada del ferrocarril Mitre”. Estación Anchorena.
¿Pero cómo llegó Boneco del ramal Mitre al Roca? Los relatos confluyen en que agradecido, Lolo amaestró al perro. Que le enseño trucos y piruetas. Que el can aprendía rápido. Que le vio la veta comercial al asunto. Que dieron espectáculo en fiestas infantiles y cumpleaños. Incluso circos. Que recorrieron el país. Para llegar a la Doble Visera las leyendas se bifurcan.
Según Vavel, los descubrió el periodista Hugo Doliani “en los bajos fondos de Martínez”. Lolo había escrito en una pared: “Aquí vive un hombre solo, como si estuviera en el destierro, pero tal vez lo tenga todo, porque tiene a su perro”. Larga vida al periodismo. Pipo Mancera leyó y los llevó a su programa. En 1972, Boneco empezó a participar en la novela de Canal 13, Gorosito y Señora. El sueldo del perro pagó una casa en Palermo -para ellos según unos, para la madre de Lolo según otros-, y un Fiat 600, en el que viajaban juntos.
Lolo era fanático del rojo. Auto y fama, los hicieron habitúes en las prácticas de Independiente. Las piruetas del perro ganaron la confianza del plantel. “Lolo le daba un pañuelito y le decía, por ejemplo, ‘lleváselo a Bertoni’ y Boneco se lo llevaba. Todavía no entendemos como lo hacía”, dicen que dijo alguien del plantel.
Otra versión, la de Somos Diablos. En febrero de 1974 el plantel de Independiente corría por los bosques de Palermo y se encontró con Lolo y Boneco. El perro asombraba con sus pruebas, el hombre recolectaba las monedas. Los futbolistas se acercaron, curiosos. Caricias. Preguntas. Foto colectiva. Invitación al estadio. Días después, visita a Avellaneda y sesión fotográfica con el plantel y las copas. Primera de muchas fotos iguales.
Contradicción. Versiones dicen que Independiente puso al perro en la TV. Problemas con las fechas. Boneco salió por primera vez con el equipo, acuerdan, en marzo de 1974. La TV, afirman, fue años antes. El plantel, encariñado, decidió entrar a la cancha con el can. Ricardo Pavoni lo llevaba, puntualizan. Acreditación de AFA. Goleada 4-1 ante Racing. Amuleto eterno.
Javier Lanza habló con Pavoni, para Pasión Fútbol. “Un día entró Lolo al vestuario y nos comentó que su sueño era que Boneco entre al campo con nosotros. Se permitía entrar con animales así que como era un perro amaestrado no tuvimos problemas en aceptar”. Nueva contradicción. La idea fue del hincha, no de los jugadores.
“Boneco era un integrante más y cuando Independiente viajaba tenía un pasaje y un pasaporte para él. Se cansó de salir campeón”, Roberto Ferreiro, DT. “Cuando llegábamos a otro país siempre todos querían conocer al perro famoso de Independiente, en el Perú todavía se lo recuerda”, Percy Rojas, integrante del equipo. “En el mundo del fútbol las cábalas existen y son muy fuertes, Boneco era un talismán de la suerte, y cuando nos falta sentimos su ausencia como la de uno de nosotros”, Ricardo Bochini, figura. Testimonios repetidos que unifican las versiones.
Un perro mágico. Una anécdota. Aporte de un hincha a Somos Diablos. Sexta fecha del Nacional del 75. Independiente cae en cancha de Vélez. Los locales meten un perro en el campo para frenar el partido. Un auxiliar del rojo va al vestuario y vuelve con Boneco. El can diablo corre, encara al intruso y lo saca sin gestos de violencia. El partido sigue. Independiente gana. Un perro campeón. Seis títulos (dos Libertadores, dos Interamericanas y dos Nacionales) entre 1974 y 1978, probable fecha de su última aparición con el equipo.
Olé contó la historia de Boneco en 2010. Como manda la web, en tres párrafos. Sin menciones a otros perros históricos del fútbol, al tullido Can, del CASI, o al malabarista Napoleón, de Atlanta. Sin firma, sin precisiones, sin matices. Y sin el poético final. “Cuando murió Lolo, sufrió de pena y no sobrevivió mucho más”. Remate raquítico. La leyenda es otra. Amantes de perros, abstenerse.
Boneco inmóvil. Todo el velatorio debajo del cajón de Lolo. Acompañó el féretro hasta el cementerio. Esperó a que lo entierren. Se sentó junto a la lápida. No se movió. No comió. “Se dejó morir al lado de la tumba de su gran amigo”, repiten. Un largo luto. Independiente recién puedo volver a ser campeón en 1983.