“El destino baraja las cartas, pero nosotros las jugamos”. William Shakespeare.

Vamos a decirlo de entrada para sacarnos esta vergüenza ajena de encima lo más rápido posible: Independiente fue a jugar a la cancha de River con una camiseta gris por… cábala.

¡¡¡Independiente!!!

Decir Independiente es decir Rojo. Acá y en Afganistán.

El Rojo es pasión, es sangre, es corazón. ¡Es el Diablo!

El gris es otoño, es tibieza, es aburrimiento.

¿Qué genio creyó que por haber ganado los únicos dos partidos del semestre con esa camiseta era una buena idea usarla en un choque decisivo? Independiente, vestido de gris, ganó la Suruga (una copita de leche) y un partido rándom contra Colón. Pero el cruce del martes en el Monumental eran palabras mayores.

Independiente tenía la gran oportunidad de reencontrarse con su historia. Después de muchos años volvía a coquetear con las instancias decisivas de su torneo preferido. Porque decir Independiente es decir Rojo y también es decir Rey de Copas.

¡Siete Copas Libertadores! ¡Siete! Vestido de Rojo. Pero alguien decidió despreciar la historia y el color de la camiseta terminó siendo el color del fútbol de Independiente. Y peor: de la actitud también. Porque Independiente fue un equipo tibio, aburrido, otoñal.

Un buen ejemplo fue lo que sucedió segundos después del planchazo de Pinola a Benítez. A ningún jugador de Independiente se le ocurrió agarrar la pelota y ponerla en el punto del penal, que fue lo que debió cobrarse, pero a otro sí se le ocurrió esperar mansito la decisión del VAR listo para sacar un lateral. Más allá del fallo arbitral pareció que los futbolistas de Independiente empujaron a la injusticia.

Después de la patriada de Gigliotti (el único que no se contagió la tibieza porque jugó con ánimo de revancha) que provocó el empate, Independiente no fue leal con su historia. Con todavía un mundo por jugarse se dedicó a hacer tiempo como si fuera un equipo chico de Guatemala y no el equipo argentino con más títulos de Libertadores. Triste. Con el 1-2 y apenas a un gol de meterse en las semifinales de la Copa, no mostró reacción de ningún tipo. Claro, no había pasión. Ni sangre. Ni corazón.

A veces hay partidos que se ganan con la camiseta. Independiente inauguró los partidos que se pierden por la camiseta.