Faltan veinte minutos para que todo termine en Belo Horizonte. Argentina no encuentra la pelota en un estadio que se retuerce con el ardor de un volcán. Brasil ya hizo tres goles y en ese partido eliminatorio palpita la idea de una goleada histórica. Un chico de 21 años de barrio Las Flores está parado en la raya del lateral, girando la cabeza a los costados y esperando entrar. Sus gestos leves, sin inquietud, lo distancian de las caras trémulas en el banco de suplentes, del deseo visitante de llegar cuanto antes al vestuario, de irse de allí. Nada de esa hostilidad parece rozarlo. Un mal resultado en un partido de fútbol es algo llevadero. Para él, la adversidad es otra cosa.
Ese chico reconcentrado, al que le deja su puesto Ángel Di María, entra volcado sobre el lateral izquierdo, recibe la primera pelota y arrastra a su marcador hasta la línea final donde la jugada se diluye. La contrariedad, si significa algo, no es estar en esa confrontación de atletas millonarios que se transmite en vivo para todos los países del mundo. Problemas eran otros, como estar solo en una pensión a los diez años, o haber nacido en una calle de barro cubierta de basura, a cinco cuadras lineales de la casa del Pájaro Cantero.
Suele ocurrir que las semillas de la catástrofe se siembran en el momento del optimismo. Los Monos progresan de una forma increíble en lo material y con ello van templando un sentimiento de invencibilidad. La maquinaria de los búnkeres, los cobros por seguridad, las máquinas viales alquiladas para realizar obra pública, los departamentos para renta, el negocio de los remises del casino, las licencias de taxis que giran las veinticuatro horas. Hacia 2012, las actividades combinadas van dejando un rendimiento de cuatrocientos mil pesos por día. Pero hay un terreno con un encanto de doble filo al que los Cantero sucumben. A todo lo demás lo iban controlando. El lugar en el que dejaron de pasar inadvertidos, donde resultaron señalados y perdieron, fue el campo del fútbol.
Los abogados les habían recomendado guardar distancia, pero el magnetismo de ese mundo era duro de resistir para quien tiene no solamente la aspiración de hacer dinero sino también la vocación, incluso por cuestiones de negocios, de demostrar autoridad. Los Monos se metieron en las hinchadas de Rosario Central y de Newell’s porque en la tribuna se abría la más eficaz línea de distribución de su mercadería hacia los barrios. Pero también querían mandar sobre los jefes barrabravas. Y a la vez explotar negocios que se veían atractivos para su arrolladora capacidad de invertir, como el de las promesas futbolísticas que se mueven dentro del campo de juego.
De los potreros de Las Flores brotan parvas de jugadores que atiborran las canchitas de infantiles. Muchos quedan en el camino, pero decenas llegan a primera y algunos, a los mayores clubes del país. Los cazadores de talentos están al acecho de las novedades. Pero no se les escapa nada de aquello que se mueve en la zona capaz de generar dinero a los dueños del territorio.
El 30 de agosto de 2013, Marcelo Tinelli, vicepresidente de San Lorenzo, fue consultado por la venta de un chico de 18 años que era seguido por Real Madrid, Manchester City y Barcelona. “Es el mejor jugador de fútbol del país y no está a la venta”, dijo.
Hablaba de Ángel Correa, nacido el 9 de marzo de 1995 en Las Flores sur. Su desenfado con la pelota, cuando no superaba el metro de estatura, le valió un prematuro desarraigo. A los 10 años emigró del mundo de gente de a caballo y de la humareda del vecindario de Los Monos para recalar en River. A los 15 llegó a San Lorenzo. Cuando no había debutado en el club del Bajo Flores, el Cholo Simeone envió un veedor del Atlético de Madrid a seguirlo. Terminarían pagando diez millones de euros por el sesenta por ciento del pase. Martín Lammens, presidente de la institución, declaraba a la prensa: “Es una de las operaciones más grandes de la historia del club”.
El representante por entonces, el que lo manejó desde los diez años, es un hombre astuto, de conversación chispeante, sentido del humor infantil y más conocido que la ruda en el ámbito del fútbol de inferiores. Se llama Francisco Rafael Lapiana, es dueño de una flota de camiones en Paraguay y propietario también de un edificio de departamentos a veinte cuadras del Monumento a la Bandera. En varias ocasiones estuvo preso por falsificación de moneda. A los 58 años, en el momento que su última joyita debutaba, lo mandaron a juicio acusado de lavar dinero de Los Monos con la compraventa de jugadores.
Cuando Tinelli dijo que no vendería a Correa, el juez Vienna paró las antenas y consideró que más allá de la voluntad de transferir había que frenar el pase del volante ofensivo más promisorio de la cantera local. El ruido de la declaración hizo pensar al magistrado que esa frase estaba, en realidad, destinada a elevar la cotización del chico de Las Flores.
Decidió entonces embargar los derechos federativos del volante por entender que las escuchas eran claras con respecto a que Lapiana compartía un porcentaje del pase con Monchi Cantero. La noticia del embargo dio vuelta el país. Se creía que una banda narco era dueña del pase de un jugador de San Lorenzo. Lapiana fue detenido y lo llevaron a indagatoria al despacho del juez, imputado formalmente como miembro de la banda en carácter de lavador del dinero producido ilegalmente. Allí, este hombre de baja estatura, calvo y ocurrente hizo un larguísimo descargo en el cual además de decirse inocente contó su historia como pescador de talentos. Dijo algunas cosas que reforzaron las sospechas del juez de que Los Monos y Lapiana compartían intereses en unos ciento veinte futbolistas. Pero la hilaridad de este hombre carismático y con más calle que un semáforo enamoró a los sumariantes que lo escuchaban y que a cada rato miraban para abajo para contener la risa.
“Le preguntábamos si alguien de los Cantero le había entregado plata para aplicar a operaciones con futbolistas. No decía ni que sí ni que no. Ante cada pregunta que podía comprometerlo decía: ‘Olvidate’. Nos sonreía y nos decía: ‘Como me tiran el prestigio abajo querido, como voy a estar acá, yo soy una persona conocida, yo le vendí a Ever Banega al Valencia, por favor…’.”
Lapiana en definitiva negó los hechos que se le atribuían. Contó que a Ángel Correa se lo había llevado un entrenador de infantiles del club 6 de Mayo, del barrio La Granada, llamado César Ibalo. El papá de Ángel había muerto e Ibalo se lo llevó a vivir con él. El chico tenía un talento increíble, pero Ibalo no tenía resto y entonces le pidió una mano para mantenerlo. La familia de Ángel estaba compuesta por su madre y sus nueve hermanos. Vivían en la calle España al 7000, en la zona más humilde del barrio, donde los ranchos de cartón y lata siguen la línea de un vertedero a cielo abierto.
Lapiana había intervenido en los pases de dos rosarinos de pie magnifico y con decenas de partidos en la Selección nacional. Ever Banega, volante central de Boca, Newell’s, Valencia y Sevilla, y César Delgado, delantero de Rosario Central, Cruz Azul y Paris Saint-Germain. Los dos futbolistas son de la zona de Los Monos, los dos surgieron de Alianza Sport, el club que Lapiana manejaba. Ibalo le pidió que lo llevara a Correa por el mismo destino que a los otros.
En 2007 por pedido de Marcela Martínez, la muy temperamental madre del chico, Lapiana lo sacó a Correa de River y se convirtió en su mánager. Le pagaba un dinero a Marcela a cambio del ciento por ciento de los derechos federativos del chico. En su oficina están los recibos firmados de los dos mil pesos que le daba por entonces. Semanalmente le mandaba cajones de verdura y de pollo para una familia que, según decía el cazatalentos, estaba cansada de comer pan y tomar mate cocido como única dieta.
En 2012 lo cedió a San Lorenzo, reteniendo el treinta por ciento del pase. Para entonces, Lapiana – según contaba en el juzgado– le pagaba el contrato de alquiler al futbolista en un departamento de la calle Thompson, en Caballito. Lo veía dos veces por semana, conversaban y comían juntos.
El sumariante le empezó a nombrar a jugadores de los que, en los diálogos con Monchi Cantero, aparecían como dueños de los pases. Con su particular mordacidad, Lapiana hablaba de su actividad de captador: “Yo me levanto a la mañana, no me peino porque no tengo pelo, agarro el autito y me voy a los pueblos. Los sábados y domingos veo los partidos. Si me gusta un jugador, le hablo al padre para que saque el pase del club, lo llevo a los clubes de Buenos Aires, lo dejo una semana para que lo prueben. Si queda, me entregan el pase del club del que venía el chico y arreglo un porcentaje con el club grande. Por ahí me dan algo para los gastos. Lo hago para Lanús, para River. Por ahí, algún dirigente se enamora conmigo y me pide que le lleve todos los jugadores a él. Eso es lo que pasó con Angelito en San Lorenzo”.
Las sospechas de que el pase del Correa pertenecía a la familia Cantero surgieron a partir de escuchas telefónicas entre integrantes del grupo y Lapiana, representante del jugador, que firmó el 21 de septiembre de 2012 un contrato por cuatro años con San Lorenzo. Y se acrecentaron cuando hacia principios de mayo varios miembros de Los Monos acordaron viajar al estadio del Bajo Flores.
Fue el 11 de mayo de 2013, y San Lorenzo recibía a Boca en el Nuevo Gasómetro. Era el segundo partido de Correa con la camiseta azulgrana. El chico tuvo ese día su primera jornada gloriosa. En el minuto 59 de ese encuentro televisado en horario central clavó un derechazo alto entrando al área, lo que sentenció el partido. Con ese gol, San Lorenzo ganó 3 a 0.
Esa noche de sábado, Monchi Cantero, Ema Chamorro y Mariano Salomón estuvieron en la platea. Las escuchas telefónicas revelan la euforia de los miembros de la banda y la enorme satisfacción por el desempeño de Correa. A tres horas del partido, desde su departamento en Puerto Madero, Lapiana habló por teléfono con Monchi. “¡Un golazo se mandó el pupilo, eh!”, le dice. “Jugó rebién”, respondió Monchi, que estaba en el departamento del jugador junto a él. Lapiana le contó que Marcelo Tinelli había querido comprarle el diez por ciento del pase en un millón de dólares. Enseguida le dijo que se fijara si quería venderlo.
Muy divertido, Monchi le cuenta una escena en la zona de camarines que protagoniza Marcela, la inefable madre del futbolista: “Escuchá, Pelado, después te voy a mostrar una foto. La mamá del Ángel, estábamos ahí en los vestuarios y salió Tinelli. ‘Tinelli, Tinelli, ¿me puedo sacar una foto, Tinelli?’, empezó ella. Y como Tinelli no le daba cabida, lo encaré yo, le dije que era la mamá de Correa, y ahí se sacaron una foto. En una está saludándola de costado. Se la mostré a Ángel y le dije: ‘Mirá el muñeco que se apretó a Marcela’. No le gustó pero no dijo nada”.
El juez Vienna lo implicó a Lapiana como lavador de dinero procedente del delito producido por la asociación ilícita. Los dirigentes de San Lorenzo empezaron a sentirse incómodos cuando el magistrado prohibió inscribir o transferir derechos sobre el jugador y depositar en una cuenta judicial cualquier suma relacionada con negociación alguna que lo involucrara. No lo atribuyeron a una cuestión penal sino de otro tipo: el Newell’s dirigido por el Tata Martino, del que Vienna es hincha, estaba en la definición del campeonato cabeza a cabeza con el equipo de Boedo. Un encuentro entre los dos equipos estaba pendiente en Rosario, y armar un batifondo sobre Correa, gritaban en la comisión sanlorencista, era la mejor forma de sacarlo mentalmente de la cancha. Para colmo de presiones, decían, el delantero había sido citado a Tribunales al día siguiente del partido. Correa fue a declarar, en efecto, a veinticuatro horas de jugar. Si estaba preocupado por el trámite, sobre el césped no se notó. El partido terminó 1 a 1, y el gol de San Lorenzo, matando con el pie derecho un pase de cuarenta metros, lo sirvió él.
El lunes posterior llegó al primer piso de los Tribunales y se sentó en un banco enfrente del juzgado a esperar que el juez lo llamara. Cuando entró, varios empleados le pidieron autógrafos que él firmó con aire pudoroso.
Le dijeron que no estaba imputado de ningún delito, pero que se sospechaba que en la integración de su pase había dinero de actividades delictivas. El jugador escuchaba callado. Le expusieron las escuchas telefónicas en que Monchi Cantero le pedía que hablara en el club para estacionar los autos del grupo dentro del estadio el día que fueron a verlo debutar, y Correa le respondía que le había dejado reservadas seis entradas en un sobre, en que mencionaban a jugadores de la reserva que son de Rosario, las concentraciones antes de los partidos, la relación con Osvaldo Coloccinni, el entrenador general de inferiores, asuntos que parecen concernir a quien tiene intereses comerciales en el fútbol. Claramente hablan, además, de las intimidades propias de lo que parecen ser dos buenos amigos del mismo barrio.
Correa habló de todo ello sin asumir que había algo extraño en cada cosa. Parecía razonable. Explicó que Lapiana tenía un veinte por ciento de su pase y que lo había llevado a todos los clubes en los que jugó en Buenos Aires y antes le facilitaba dinero o lo que precisara.
A Monchi dijo haberlo conocido en unas vacaciones en las que volvió a Rosario a jugar un torneo en unas canchitas del barrio, que le dejaba entradas a él, quien se ocupó de llevar a su madre y a su hermana a la cancha por ser del barrio. Lo veía a Monchi como un representante de futbolistas más, dijo, como a Lapiana, dado que cuando se juntaban estos dos hablaban de jugadores, de chicos de inferiores, como trabajando juntos.
Un chico agudo –como dejó la impresión de serlo en el juzgado– no podría dar el paso en falso de simular desconocer qué tipo de aureola rodeaba a los Cantero. Imposible haber nacido y haber sido criado en Las Flores, La Granada o 17 de Agosto e ignorar quiénes son Los Monos. Solo dijo que a los Cantero no los había conocido personalmente. “Luego sólo los conocí por Monchi, después me fui dando cuenta, claro, todos los conocen ahí, supe las cosas que él manejaba en la zona, esto me lo comentaban mis amigos.” Un comportamiento típico de personas del barrio, decir todo sin decir nada.
“Olvidate…”, le decía el pelado Lapiana al sumariante judicial que le preguntaba si admitía tener jugadores en sociedad con los Cantero. “¿Para qué iba a compartir? Si yo conseguía a los jugadores de pibes, les pagaba la pensión, les daba para gastos y me aguantaba a los padres vividores de algunos de ellos cuando no eran nadie…”, decía en la indagatoria. Algo parecido a lo que le había dicho a Monchi, en una conversación que quedó grabada, el día que Tinelli quiso comprarle un porcentaje mayor del pase de Correa, después de la tarde del golazo a Boca: “Son todos charlatantes, viste, tienen ganas nomás. Mientras al pibe hubo que aguantarlo cinco años dándole de mis cosas, no había ninguno. Ahora, cuando está ahí subiendo aparecen todos los vivos…”.
Ese día del final de 2016 en que Correa entró a jugar con Brasil, parte de su familia siguió el partido desde Las Flores. No era la primera vez que lo veían trabar los dientes y arremeter en un mundo con todo en contra. El fútbol de alto nivel es un circo universal, y la televisión restituye cada rasgo. El esfuerzo de un futbolista, su reputación y sus relaciones.
Meterse en el fútbol fue la tentación a la que la banda Los Monos no debería haber sucumbido nunca, decía en algún momento alguien que asesoró legalmente a los Cantero, alguien que los admiraba por ese instinto que los frenaba siempre una pulgada antes de meterse en el camino inconveniente o peligroso. Los Cantero mandaban mensajes a los medios de prensa cada vez que un artículo conectaba ese apellido con Los Monos. Querían pasar inadvertidos. Pero el fútbol fue el rescoldo de una hoguera que los puso en los horarios centrales de los noticieros porteños y en las ediciones impresas de los diarios. Una notoriedad forzosa que viene con el deporte más popular. Los asesores legales sabían que no debían meterse ahí y fueron desoídos en sus consejos. Ellos intuían que en ese espacio de transparencia aplastante, el fútbol, estaban las semillas de la catástrofe.
(Capítulo 16 del libro Los Monos, historia de la familia narco que transformó a Rosario en un infierno. Editorial Sudamericana.)