Elizabeth Robinson estaba muerta.

Al menos eso pensó el hombre que encontró su cuerpo entre lo que quedaba de un avión en llamas. El accidente ocurrió en 1931, apenas tres años después de que -con apenas 16 años y 343 días- la jovencita se quedara con la primera prueba femenina de la historia olímpica en los 100 metros llanos. Fue en Amsterdam, donde se dio a conocer al mundo por su apodo, Betty, como la mujer más rápida del mundo.

betty_robinson_977576929La leyenda dice que un profesor del secundario en Riverdale, al que la atleta aún concurría en Illinois, la convenció de competir en las pruebas de velocidad tras haberla visto correr para alcanzar el tren. Otro mito, más hermoso todavía, asegura que cuando se presentó en el estadio Olímpico para competir en la final, tenía puestos dos zapatos correspondientes al mismo pie: el izquierdo. Su corrida hasta el vestuario le sirvió de entrada en calor: se cambió el calzado, llegó justo a tiempo para la largada y marcó un tiempo de 12,2 segundos. Récord mundial. En esos Juegos también logró una plata integrando la posta 4×100 de los Estados Unidos. Había nacido una estrella.

Encontraron su cuerpo tras un accidente de avión y, al ver que había fallecido, la arrojaron junto a otros cadáveres en el baúl de un auto. Por eso la llevaron hasta el cementerio. Por eso se dispusieron a enterrarla. Pero no. Vivía. El enterrador se dio cuenta del detalle y Robinson fue trasladada al hospital.

Y ahora -no llegaba a los 20 en edad- estaba muerta. O al menos eso pensaban. Por eso la arrojaron junto a otros cuerpos en el baúl de un auto. Por eso la llevaron hasta el cementerio. Por eso se dispusieron a enterrarla.

Pero no. Vivía.

El enterrador se dio cuenta del detalle y Robinson fue trasladada al hospital. Estaba inconsciente, en un coma profundo. Había sufrido severas lesiones.

Pero vivía.

Cuando la realidad nos regala semejante fábula, no necesitamos adornarla. La deportista pasó siete meses en coma. Cuando despertó, aún estuvo un año y cinco meses sin poder caminar. Se perdió los Juegos de 1932. En 1936 estaba lista para volver.

No pudo correr en los 100 metros, porque aún no tenía la capacidad para arrollidarse de manera adecuada en la partida. La invitaron, entonces, a participar del relevo 4×100 de su país. Berlín la vio consagrarse otra vez: se llevó el oro y regaló una historia tan impresionante como emotiva.

En mayo de 1999, con 87 años cumplidos, Betty murió por segunda y última vez. El enterrador no tuvo nada que decir al respecto.