Antes del Mundial 2002, el arquero Santiago Cañizares demostró cierta fragilidad de manos y dejó caer una botella de perfume en su habitación de hotel, en la concentración de España. Los vidrios tras el estallido le cortaron el pie y se perdió el torneo de Corea y Japón: atajó Iker Casillas.
La versión generó muchísimas dudas en el ambiente del fútbol. Lo acusaron de irse de juerga, de falsear las causas de su ausencia. Básicamente, ¿quién puede ser tan imbécil como para lesionarse así? Bueno, habría que preguntarle al inglés Dave Beasant, ex futbolista de Chelsea. También arquero, dejó caer una botella (aquella vez, de condimento para ensalada) e intentó salvar la caída con el pie. Al recibir el impacto, se lastimó el pie, y se perdió toda la pretemporada. Esto ocurrió en 1993: mismo puesto, misma situación, nueve años antes.
La anécdota sirve para graficar una cuestión fundamental: las lesiones en el fútbol ocurren habitualmente de la manera más disparatada. A veces, incluso, increíbles.
El noruego Svein Grondalen, jugador de selección en los años 70, tenía como costumbre correr en el bosque cercano a su pueblo. Una tarde cumplía con su rutina cuando -desgracia nórdica– fue embestido por un alce y quedó fuera de las canchas por casi un mes.
Ejemplo: el alemán Jerome Boateng se había lastimado levemente la rodilla en un amistoso de su seleccionado ante Dinamarca. En el vuelo que lo llevaba de vuelta a Inglaterra para sumarse al Manchester City, la dolencia empeoró: una azafata lo golpeó con un carrito de bebidas y él se perdió el arranque de la temporada.
Otro ejemplo: el noruego Svein Grondalen, jugador de selección en los años 70, tenía como costumbre correr en el bosque cercano a su pueblo. Una tarde cumplía con su rutina cuando -desgracia nórdica– fue embestido por un alce y quedó fuera de las canchas por casi un mes.
Otro caso extraño es el que tuvo como protagonista a Emilio Hernández, aquel jugador de Argentinos Juniors que tuvo que estar quince días parado porque se le cayó agua hirviendo sobre los testículos. También es conocido el momento en que Ever Banega fue atropellado por su propio auto, que le pasó por encima del pie cuando quería cargarle nafta.
Una vez que uno mete un poquito la mano en ese mar ridículo, las historias se multiplican.
En mayo de 2009, Kirk Bradfoot quiso cocinar un huevo en un microondas. Ocho segundos después, cuando abrió la puerta, el huevo explotó en su cara y le provocó graves quemaduras. Tampoco le fue bien a Kasey Keller, arquero de Estados Unidos: perdió los dientes frontales al golpearse la cara con una bolsa de palos de golf que se resistía a salir del baúl del auto.
El inglés David Batty sufrió la rotura del tendón de Aquiles cuando su hija de dos años lo pisó con un triciclo. El brasileño Fabio Aurelio se esguinzó la rodilla jugando a la pelota con sus hijos en el jardín de su casa. Se perdió los tres primeros meses de la temporada con Liverpool. El argentino Julio Arca se entrenaba en la costa británica con Sunderland cuando un aguaviva lo picó en el pecho. Para peor, era una especie rara y peligrosa conocida como “fragata portuguesa”. Fue hospitalizado y estuvo un mes entero con una fuerte picazón.
El arquero francés Lionel Letizi se provocó una lumbalgia al agacharse a agarrar una carta en un partido de poker que estaba jugando junto a sus compañeros, en una concentración del Niza.
El británico John Durnin se accidentó con su carrito de golf en 1991: se dislocó el codo y estuvo seis semanas sin jugar. Darius Vasell, un delantero poco sutil, se descubrió una ampolla debajo de la uña del dedo gordo del pie y la quiso drenar con un taladro. Se le infectó y casi pierde el dedo. Peor suerte corrieron Charlie George, en 1993, y Frank Talia, en 2004. Ambos se rebanaron un dedo del pie mientras cortaban el pasto.
Incluso las actividades rutinarias pueden terminar con daño físico. Los británicos David James y David Seaman, el italiano Carlo Cudiccini y el irlandés Robbie Keane tuvieron lesiones musculares por hacer un mal movimiento al buscar el control remoto. Leroy Lita, congolés del Reading, se desgarró la pierna desperezándose y bostezando en su cama. Aún más insólito resulta lo de Alan Mullery, que se perdió una gira del seleccionado inglés alrededor de Sudamérica en 1964 por un tirón en la espalda mientras se cepillaba los dientes.
Pero el caso más gráfico del azar mezclado con la desgracia es el del ex arquero del Brentford inglés, Chic Brodie. En un partido contra Coclhester United, en Noviembre de 1970. Durante ese juego, un perro invadió la cancha y se puso a perseguir la pelota. Ni el árbitro ni el juez de línea tomaron cartas en el asunto, y la bola fue de un lado al otro del campo de juego mientras el animalito la perseguía como un poseído.
En un momento, y un poco cansado del asunto, el volante Peter Gelson dio un pase atrás para que la agarre el arquero –algo todavía permitido por el reglamento-. La idea era parar un poco el juego para sacar al perro de la cancha. Pero claro, el chucho tenía otra idea: quería correr atrás de la pelota, todavía. Y cuando el arquero la levantó, el perrito impactó directamente contra su rodilla. La pelota fue al corner, y el arquero, lesionado, básicamente enfrentó el final de su carrera.
El muchacho nunca se recuperó del todo y pudo jugar apenas cinco partidos más. Después dijo: “El perrito era chico, pero resultó que era sólido”. Igual que Ricardo Enrique Bochini, Brodie se encaminó al retiro lesionado por un perro.