La epopeya del fútbol uruguayo es rica en episodios dramáticos, gestas, hazañas y milagros. Si algo distingue a los orientales es su rebeldía para no entregarse nunca y su capacidad para reponerse ante las mayores adversidades. Tal vez cierto fatalismo, explícito en aquella disyuntiva que plantea el primer verso de su Himno Nacional (“Orientales, La Patria o la tumba…”) los condicione para siempre y les impida resignarse a la muerte, aun cuando efectivamente ésta les sucediere, por ejemplo, en una cancha de fútbol.
Por lo pronto, una historia en la que interviene algo que podríamos considerar como del orden de la resurrección, le ocurrió -según nos cuentan los hermanos uruguayos-, a un tal Juan Eduardo Hohberg, delantero apodado El Verdugo, que vistió la gloriosa celeste en el partido semifinal del Mundial de 1954, que disputaron Hungría y Uruguay.
Uruguay nunca había perdido un partido en un Mundial y era el defensor del título. Hungría era Campeón Olímpico, y venía de un largo invicto que incluía el mérito de haber sido, un año antes, el primer equipo no británico en derrotar a Inglaterra en su tierra (6 a 3 en Wembley). Magiares y orientales habían arrasado a sus rivales en los partidos previos y el periodismo, con la originalidad de la que siempre hizo gala, bautizó al encuentro como El Partido del Siglo. Curiosamente, ni Obdulio Varela -lesionado en el partido de cuartos ante Inglaterra- ni Ferenc Puskás, las máximas figuras de cada equipo, estuvieron presentes aquella lluviosa tarde del 30 de junio en Lausana, Suiza.
El que sí integró el equipo uruguayo haciendo su debut en el torneo fue un delantero argentino, nacionalizado uruguayo: Juan Eduardo Hohberg. Era cordobés, formado en Central Córdoba de Rosario y tras un paso discreto por Rosario Central, había sido transferido a Peñarol de Montevideo, donde tuvo una larga y brillante trayectoria. Tentado de nacionalizarse uruguayo para integrar el seleccionado en el Mundial de Suiza, aceptó a pesar de saber que no sería titular.
El Partido del Siglo se presentó complicado para los uruguayos: al campo embarrado, la lluvia permanente y la ausencia del Negro Jefe se sumó un tempranero gol de Hungría, marcado por Czibor a los 12 minutos. Los europeos, de mejor condición física, se adaptaban sin problemas a los inconvenientes del terreno y al comenzar el segundo tiempo, tras una siesta que durmió en un centro el arquero Roque Máspoli, se pusieron 2 a 0. Uruguay resistió, trató de mantenerse vivo, aunque durante todo el complemento estuvo más cerca del 0-3 que del descuento.
Faltando quince minutos, en una contra perfecta, Schiaffino la filtró para Hohberg que desde el punto del penal, con cara interna del pie derecho, se la pasó a la red que defendía el gran arquero húngaro Gyula Grosics, La Pantera Negra. 1 a 2. A los 86 minutos, otra vez Schiaffino habilitó a Hohberg que dentro del área encaró al arquero, lo gambeteó, y aunque la pelota le quedó un poco atrás igual pudo empalmarla y mandarla a guardar. Era el empate que forzaba al alargue.
Hohberg, el héroe de la tarde, corrió para iniciar su festejo, pero fue interceptado por el abrazo de un compañero. Fueron llegando otros para sumarse a la celebración del agónico empate. Una montaña de camisetas celestes sepultó al goleador y cuando de uno en uno, los uruguayos empezaron a retornar a la mitad de la cancha para reiniciar el juego, Hohberg no se levantó.
Los compañeros no sabían que pasaba, el juez llamó a los asistentes del cuerpo técnico uruguayo para que lo atendieran. Permanecía inmóvil, desmayado. Masajes en el pecho, respiración boca a boca y hasta coramina fueron necesarios para que el delantero finalmente reaccionara. Había sufrido un paro cardíaco y según los médicos, durante quince segundos, estuvo muerto.
Juan Hohberg volvió a respirar, el partido continuó y él, increiblemente, se presentó a jugar el tiempo suplementario. Pero los uruguayos, agotados y con un hombre menos por la salida de Andrade lesionado, no pudieron soportar el asedio húngaro y terminaron cayendo por 4 a 2.
Esa extraña tarde en Lausana, Juan Eduardo El Verdugo Hohberg*, pasó en pocos minutos por la experiencia de marcar dos goles, morir, resucitar y seguir jugando. Los uruguayos no se permiten pasar por un Campeonato Mundial sin mandarse alguna de esas. Siempre tienen que dar la nota haciendo algo extraordinario.
*Juan Eduardo Hohberg murió -y esta vez de manera inapelable- el 30 de abril de 1996, a los 69 años en Lima, Perú.