Hace poco más de 12 años a Germán Burgos le diagnosticaron un cáncer de riñon. El Mono, un luchador de corazón gigante, salió jugando desde el arco. “Fue una sorpresa, pero no tiendo a dramatizar nada. No sé por qué. Tiendo al humor. Sólo me hicieron cagar un poco los médicos cuando me contaron lo que me iban a hacer. Que me iban a sacar el riñón, ponerlo en hielo y tenían un cierto tiempo para operar. Así que los paré y les dije: ‘Vayan a concentrarse, cuiden las manitos y mañana nos vemos’”. Los resultados, más de una década después, están a la vista.
Eran tiempos en los que el Mono había enamorado a los aficionados del Atlético de Madrid con su estilo desenfadado. Adentro de la cancha con su ídolo Hugo Gatti siempre como referente. Afuera, con su música. Para España era una rareza. “¿Si tuviera que elegir? El fútbol llegó primero. La música es encontrarle un puente al fútbol. Porque la vida sigue después del fútbol”, explicaba Burgos en aquel momento aunque, luego, la vida siguió pero por otros caminos.
“Me pusieron el contador en cero. Después de esto ya no me jode nada”, avisó Germán una vez que le extirparon el tumor del riñón. Se sintió liberado. Y, paradójicamente, como parte del agradecimiento por el cariño recibido (le mandaron cartas hinchas del Real Madrid, le colgaron una bandera de apoyo en la cancha de Boca…), Burgos aceptó una propuesta de la organización “Solidarios” para ir a dar un concierto en una cárcel de Madrid. “Lo quería hacer en Argentina, pero había que hacer mucho papelerío. Acá hay una organización que se encarga de darles cosas para que se vayan reinsertando”, contaba el Mono.
Burgos llegó a la cárcel de Valdemoros una tarde de un martes del 2003. Y revolucionó el ambiente. El salón de actos del penal se fue poblando de a poco pero en el momento que arrancó el show tenía los 200 asientos ocupados. The Garb (por las iniciales de Germán Adrián Ramón Burgos) formó ese día con el Mono de cantante, Oscar Kamienomoski a la guitarra, Gustavo Dones al bajo y Walter Sidotti a la batería, todos argentinos.
Con las luces apagadas y apenas tres focos de colores, el recital tuvo un clima apropiado. “Hola, qué tal, salud la barra”, se presentó Burgos. Y dentro de un orden sorprendente hizo mover a los presos en sus asientos, ya que no estaba permitido pararse. “Es que si les dejas un poquito…”, explicaba Pilar, la subdirectora.
Al anunciar el segundo tema (Ruta 2), el Mono hizo levantar al puñadito de argentinos. “Es la carretera que me lleva a mi casa en Mar del Plata”, les avisó a los demás. El rock a veces bluseado y a veces más duro de The Garb no hizo decaer al personal en ningún momento. Sonaron temas de sus tres discos, algunos covers (El tren de las 16, de Pappo’s Blues; El rock del gato, de Los Ratones; y Ropa sucia, de Los Redondos, en una gran versión dark) y recibió una ovación cuando antes de Será un Rolling Stones dijo: “Esta va dedicada a todas las familias de ustedes”.
Sin embargo, alguna familia no estaba ni enterada de que tenían a alguien en una cárcel de Madrid. “Mis viejos no saben nada”, nos relataba un argentino que, lógico, no quiso dar su nombre ni sacarse fotos. “Me agarraron bien, con 12 kilos de cocaína. Me dieron 15 años”. Así y todo, el pibe era optimista: “Tengo una enfermedad y espero que me dejen salir a los dos años”. Mientras tanto, pasaba el tiempo entre cursos de dibujo, cerámica, deporte y, esa tarde, un poco de música.
Con el último acorde se escucharon los aplausos del final y se encendieron las luces. Una vez afuera del salón, la gente se prendió un cigarrillo y se fue a continuar con su rutina. Antes, muchos se acercaron al escenario para hacerse firmar la remera por Germán y darle las gracias. El Mono, pese a ser como es, estuvo a punto de quebrarse ante las muestras de cariño. Las gracias fueron y vinieron. Como la música. Y las vueltas de la vida.