Hay once de blanco en el césped con el brazo erguido, firme, puño cerrado, apuntando al cielo. Hay 40 mil también de blanco impoluto en las gradas, imitándolos. Orgullosos, pero tristes. Se fue Sócrates, recién nomás, y el homenaje de parte de jugadores e hinchas del Corinthians, previo al partido decisivo del Brasileirao 2011, es esperable y merecido. Es que se iba el líder de una revolución inédita en el fútbol mundial. Una revolución que transgredió incluso la frontera deportiva para convertirse en el bastión de la resistencia social frente a una dictadura sangrienta que entraba, en los comienzos de los ‘80, en su etapa recesiva.
La “Democracia Corintiana”, ese proyecto loco y hermoso ideado por Atilson Monteiro Alves, fue quizás la utopía más intensa que se vio en el fútbol. Comenzó allá por 1981, cuando Monteiro Alves, sociólogo con pasado de militancia universitaria, fue designado director deportivo del Corinthians. Desde allí sentó las bases de una rebelión que se llevaría a cabo en un país sometido a la mano de hierro del dictador João Figueiredo. En un Brasil donde las prácticas democráticas estaban suspendidas hacía casi veinte años, donde las voces disidentes eran silenciadas y reprimidas, donde las mayorías eran soslayadas, donde no había lugar para chiflados ni soñadores. Como Atilson. Como Sócrates.
“Se planteaba el asunto: jugamos mañana en Río, ¿cuándo viajamos, hoy o mañana mismo? De la respuesta de la mayoría salía la decisión”, supo explicar Sócrates, la bandera que encontró Monteiro Alves en aquel timao. Así se definían las cosas desde entonces en ese equipo de raíces humildes que colmaba estadios por su jugosa oferta futbolera (se coronó bicampeón del Paulista en 1982 y 1983), pero también, claro, por su propuesta política inédita de autogobierno que despertó el interés de intelectuales como Jorge Amado, de políticos como Luiz Inácio Lula da Silva (por entonces número 1 del Sindicato de Metalúrgicos), de artistas como Gilberto Gil, que hasta llegó a componer el tema Andar con fe en homenaje al movimiento. De gente de a pie que no simpatizaba por el deporte rey pero que de repente encontró en los partidos del Corinthians algo más que veintidós jugadores corriendo detrás de la pelota.
Y así, de la misma manera en la que se elegía cuándo y cómo viajar a los partidos, se escogían los refuerzos, se definía el DT, el lugar de entrenamiento, la decisión -o no- de concentrar. Se votaba “hasta si el autobús debía parar porque alguien quería hacer pis”, bromearía Sócrates. Y, gran detalle, votaban todos: desde el presidente hasta el chofer del micro que llevaba a la delegación a los partidos. “Yo era el único jugador del Corinthians que estaba en la Selección brasileña, y mi voto tenía la misma importancia que el del tercer arquero, o que el del lustrabotines”, remarcaría el legendario número 8. Incluso hasta los beneficios económicos se repartían en partes iguales y entre todos. Socialismo al palo: otros tiempos, otra historia.
“Ganar o perder, pero siempre en democracia”. La bandera que el plantel corintiano desplegó previo a la final del campeonato Paulista de 1983 que, finalmente, lo consagraría campeón, explicaba el pensar de aquel grupo. Más allá de que el proyecto corintiano no hubiera impactado como lo hizo, de no ser por los éxitos deportivos que se sucedieron -como admitiera Sócrates luego-, lo futbolístico siempre estuvo en segundo plano: “El mayor logro que conseguimos fue probarle al público que cualquier sociedad puede y debe ser igualitaria. Que podemos desprendernos de nuestros poderes y privilegios en procura del bien común. Que la opresión no es imbatible. Que es posible darse las manos”.
A fines de 1982, y luego de que la dictadura accediera a llamar a elecciones para elegir gobernador del Estado de San Pablo, los jugadores corintianos salieron al campo con la inscripción “Día 15, vote” en sus camisetas, instando a la gente a ir a las urnas. Y exigirían más tarde elecciones presidenciales directas y no a través de un Parlamento, mostrando el lema “Direitas ja” y desafiando las reglamentaciones de la FIFA. Un pedido que, lamentablemente, no prosperaría. La enmienda presentada por el diputado Dante de Oliveira no fue aprobada y Sócrates, como había prometido en caso de que aquello sucediera, emigró a Italia, donde jugaría para Fiorentina.
Tras el shock que significó la partida de su máximo referente, la “Democracia Corintiana” tuvo su golpe de knock out y terminó de desinflarse en 1985, cuando Monteiro Alves perdió las elecciones internas de manera fraudulenta. Sin embargo, la historia ya había sido escrita. La leyenda de un club que, al menos por un rato, abofeteó al miedo. Que desafió los límites, que miró un poco por encima de su ombligo y su mundo estrecho, que apostó por algo más que la suerte de una pelotita y su recorrido azaroso hacia la red. Que habían y siguen habiendo cosas más trascendentes que salir, o no, campeón. Eso, para aquel Corinthians, era un detalle.