Golpea con fuerza mi corazón desde adentro como queriendo abrirme el pecho. Yo no sé, pero resulta que el pecho se siente latiente y triste. Que quiere abrirse. Que lo necesita.
Horas escuchando, viendo. Nunca pensé que podría estar llorando su muerte de este modo, así… sin final.
Tomé notas, líneas. Todas ellas dicen algo que yo quisiera decir.
Todo el día escribiendo este texto en la cabeza, en papeles. Yendo y viniendo a mi memoria emotiva. Tratando de entender por qué el fútbol convoca, conmueve, interpela, nos expone, nos vuelve fuertes, lábiles y valientes en una misma jugada. Tratando de entender qué pasa entre el pueblo y el fútbol. Qué hilo rojo los une. Nos une.
Todo el día trabajando en la computadora como para no darme cuenta. No es que no caí; no es que no entendí; no es que lo negué. Tuve que irme a otro lugar porque en este lugar, se murió un ídolo.
Diego, con sus goles a Inglaterra, encarna la reconquista de las Islas Malvinas. Una épica sin ejército. Una guerra sin armas. Capitán adentro; soldado afuera. Yo no sé si “el que no salta es un inglés”, pero sé que esos goles unifican a todos en ritmos de cancha en donde cambiamos hijo de puta por hijo de yuta diciendo de qué lado de la mecha nos encontramos. Cantan en la calle y en todos lados que “El Diego no se murió. Que vive en el pueblo. La puta madre que lo parió”.
Yo lo vi en la final del Mundial del 86, filtrando un pase a Burruchaga que terminó en gol y eliminando la esperanza de Alemania en un abrir y cerrar de ojos en el Azteca de México. Lo vi en una tele a color de ocho botones.
Yo lo vi a Caniggia en el Mundial del 90 haciéndole el gesto de “pasámela, dámela, Diego”. Y lo vi a Diego haciendo magia. Y recuerdo los gritos felices de tamaña jugada. Y lo escucho a Charly cantando que “la alegría no es sólo brasilera; no mi amor”.
Yo lo vi gritando el gol del Mundial del 94. Un gol gritado a cámara. Un gol como el grito de William Wallace gritando freedom. Un grito recóndito y profundo. Un grito diciéndolo todo.
Maradona forma parte de esos relatos orales que se transmiten de generación en generación. A Maradona se lo enseña. Hoy, los hijos nos consuelan. Hoy, se fue el Capitán. El indomable.
No sabemos si es una fiesta o un velorio. La alegría entregada al fútbol vuelve en forma de canciones, bengalas, platillos, redoblantes y trompetas. A algunos muertos, se los despide cantando y bailando. ¿Por qué Maradona iba a ser distinto en esto también?
Dijo que no era fango; que era barro. Le puso nombre a la diferencia de clase. De origen. La gente lo ama porque salió de una villa y conquistó el mundo. La gente lo ama porque se identificó con él: todos tenemos un infierno. Y también lo odió por eso. Messi es el argentino que queremos ser. Maradona, el que somos.
Maradona es Fiorito, La Paternal, Argentinos Juniors, La Boca, Barcelona, Newell’s, la Selección, la Argentina.
Maradona es un cebollita. Maradona, es la pelusa del durazno.
Es clamor. Es sentimiento. Es piel. Es bandera. Es el sonido del fútbol. Es trascendencia. Un barrilete cósmico. Un marciano. Un confiado. Un angustiado de la vida. Un fanático de otros deportistas. Un admirador. Un pasional. Un corrido del eje de las cosas normales.
Maradona, ha sido nuestro, pero ahora es del mundo. Sólo algunes pocos podrían/pueden generar una conmoción mundial con su muerte. O tal vez, sólo él.
El tipo más amado del mundo murió solo y, aun así, en esa soledad fulera, el mago de los magos, cerró por un rato la grieta porque hoy estamos todos tristes. O casi todes que no es lo mismo, pero es igual.
Se preguntó a sí mismo qué diría Claudia en su despedida. “A la mierda… ¿Qué me gustaría que diga? Aunque estés muerto te sigo amando”. Necesitó una mujer que lo ame así: en una forma descarnada y pura. Todos fuimos la Claudia de alguien, o alguien fue la nuestra. Maradona está en la línea te amo, te odio; dame más.
Somos esclavos emocionales de Diego: a todos nos dio algo, como la Escuela. Fue el hombre que nunca dejó de ser y de sentir como un futbolista. El compañero, la fuerza. Los cordones estaban desatados porque los botines eran sus pies. Es quien supo cuánto pesa la Copa del Mundo. Es el ADN del fútbol. De esa forma del arte que se llama fútbol. Un pintador de goles. Un hacedor de alegrías. Es la infancia. La infancia como patria.
Hay mucho del pueblo en Diego. Maradona es el himno. La bronca en Italia. El reality show que duró 45 años. Hoy somos todos un poco Diego. Hoy Diego “es tristeza… papá”.
Para hablar de Maradona, la gente tiene que explicar que es agnóstica porque no puede explicar a una deidad.
Lo amamos tanto que no podía vivir. Hoy, Maradona, ha muerto y el pueblo no olvida a quien no lo traiciona ni a quien le dio una voz y llorando a Maradona, estamos un poco llorando nuestra historia personal.
¿Qué corazón no se estruja ante esta noticia? Sólo quien no siente o quien no tiene.
Se acabó la fiesta eterna, la inmortal. No hay gambeta que esquive esta tristeza.
No se puede ir: quedará en todas las canchas del mundo. “Nos deja, pero no se va, porque el Diego es eterno”.
¿Qué nos queda? Nos queda el Diego.
“Y cuando el pueblo llora, que nadie diga nada porque está todo dicho”.
*La autora de esta nota no es periodista profesional. Es algo más y mucho mejor: maestra de cuarto grado en la Escuela Pública.