Las calles de Monrovia se habían adentrado en un oasis de frágil dulzura. Liberia acababa de ganarle a Sierra Leona por la mínima diferencia y sólo debía esperar, entonces, que Nigeria no consiguiera un triunfo como local ante Ghana. La segunda guerra civil liberiana estaba en curso y faltaba poco más de un año para su momento más cruento. La dura represión policial y los diamantes de sangre eran noticia en aquel mes de julio de 2001 en la costa oeste de África. Aún en ese contexto, las estrellas solitarias, como se apoda al seleccionado que en aquel momento tenía a George Weah como jugador maduro y joven entrenador a la vez -además de su rol como financiador-, estaban en las puertas del Mundial Corea-Japón 2002. Pero Ghana, ya fuera de la pelea por una de las cinco plazas que FIFA había dispuesto para los africanos, tuvo una tarde escandalosamente oscura. Al minuto ya caía 1-0. Terminó siendo superado con holgura por el equipo de Jay Jay Okocha en un 3-0 que clasificó a Nigeria y enterró las aspiraciones de los liberianos, que jamás habían estado, ni estuvieron después, tan cerca de entrar a un Mundial.
La derrota caló hondo en el corazón de Weah. El mejor futbolista africano de todos los tiempos, al borde de las lágrimas, se lamentó y deslizó que el partido podría haber estado arreglado. Si bien nunca se pudo comprobar, años más tarde los nigerianos se harían conocidos por múltiples casos de corrupción en el deporte.
Liberia salió de su momentáneo estado de insomnio para volver a una normalidad enferma que se cargó cerca de 200 mil civiles desde 1989. Rey George se alistó para la batalla más difícil: la metamorfosis hacia la paz. Jugó su último partido como capitán de la Selección Liberiana en 2002, en la Copa de África. Y se retiró del fútbol profesional en 2003, jugando para el Al-Jazira de Emiratos Árabes. En ese mismo año, el presidente de Liberia Charles Ghankay Taylor se exilió en Nigeria y así se escribió el punto final a las guerras civiles iniciadas catorce años antes.
Taylor, quien estudió en Estados Unidos y alcanzó en 1997 la presidencia del país conformado en 1822 para albergar esclavos afroestadounidenses emancipados, fue juzgado y concenado en abril de 2012 por el Tribunal Especial de la ONU por crímenes de guerra y de lesa humanidad en Liberia y Sierra Leona. A los innumerables asesinatos, violaciones y mutilaciones corporales contra la población civil, el sistema de esclavitud y la militarización de niños, se sumaron los flagelos de los diamantes de sangre y el apoyo que le dio a la guerra en el vecino Sierra Leona.
Naciones Unidas jugó un rol importante interviniendo para acabar con el régimen del terror y fue George Weah quien venía insistiendo para que ello ocurriera desde 1996. Llegó a declarar en el New York Times que la ONU debía “entrar en Liberia por siempre, para hacer a los liberianos creer en la democracia y en los derechos humanos”. Esas palabras le costaron muy caro. Tres días después, los rebeldes de Taylor violaron a dos de sus primas adolescentes. También entraron en su casa, la rociaron con gasolina y la prendieron fuego, llevándose dos de sus autos.
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“Weah sí que fue una sorpresa. Igual que cuando un niño encuentra un huevo de chocolate el domingo de Pascua. No he visto a ningún otro jugador explotar como lo hizo él”. La frase es de Arsène Wenger, rememorando el paso de George por el Mónaco al que él dirigía. En 1988, el equipo del principado fichó a este liberiano de 22 años que venía de militar en el fútbol de su país y posteriormente en el de Camerún. Menos de cinco años atrás, Weah había podido por primera vez colaborar económicamente con su abuela, quien lo crió en soledad desde su nacimiento en Clara Town, un suburbio pobre de la isla Bushrod, cerca de Monrovia. Vivió en una choza precaria en esa zona inundable hasta su adolescencia, cuando empezó a generar algún ingreso jugando para Invincible Eleven, equipo multicampeón de la Liga Premier de Liberia.
El centrodelantero no tardó en mostrar su calidad en el Viejo Continente. Saltó del Mónaco al Paris Saint-Germain y después al Milan de Italia, adonde un nivel descollante lo llevó a ser nombrado el mejor jugador del mundo por la FIFA en 1995, en una época en que consiguió dos scudettos.
Weah logró en la década del ’90 lo que nunca antes había conseguido un futbolista africano: conquistar Europa. Podía llevarse a todos a la rastra y derrumbar el arco rival con el poder destructivo que sólo se le confiere a la naturaleza o eludir rivales con elegancia y definir con el trazo sutil de los artistas. Esos diez años lo transformaron en un deportista millonario y exitoso capaz de alejar a toda su familia del asedio que significaba vivir en Liberia. Pero contrariamente a ello, fue en esa misma década cuando el destino lo anudó a su patria. Un encuentro con Nelson Mandela, durante un campeonato con su seleccionado en Sudáfrica, lo cambió para siempre. El presidente sudafricano lo llamó “el orgullo de África” y a partir de entonces el espíritu político de Weah inició un camino ascendente que desembocó diez años más tarde en el triunfo de su fórmula en la primera vuelta de los comicios presidenciales de Liberia –iba como vicepresidente- en 2005. Sin embargo, en segunda ronda las urnas favorecieron a Ellen Johnson-Sirleaf, la primera mujer presidente en toda África y hoy premio Nobel de la Paz. En 2012 la mandataria lo nombró embajador de la paz en el país, a pesar de ser su contrincante.
Desde abril de 1997 Rey George es Embajador de Buena Voluntad de UNICEF. Tres años antes había empezado a prestar su imagen para difundir campañas de vacunación en Liberia, en la misma época en que fundó Junior Professionals, un club de fútbol en el que sólo juegan quienes asisten a la escuela, en una maniobra que intenta fomentar la educación en una nación futbolera. Varios chicos de su semillero llegaron a jugar después en el seleccionado liberiano.
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En 1998, mientras aún jugaba para Milan, George Weah participó de la grabación del disco de música Lively Up Africa, un proyecto que compartió con el cantante Frisbie Omo Isibor y ocho futbolistas de su mismo continente. Donaron el dinero para colaborar con programas de infancia en sus países. Esa experiencia lo acercó al mundo musical, y ahora, en medio de la crisis sanitaria que vive el oeste de África, sacó a relucir otra vez su costado artístico en pos de una buena causa.
El continente africano vive un presente trágico a causa del brote de Ébola más resonante desde el surgimiento del virus. Los muertos ya son cerca de 1700 y 700 son liberianos. La presidenta internacional de la organización Médicos sin Fronteras, la doctora Joanne Liu, reconoció tristemente que “el mundo está perdiendo la batalla”, y pidió a los líderes del mundo que abandonen su estado de inacción tras la declaración de emergencia de salud pública internacional por el Ébola que realizó la Organización Mundial de la Salud.
En Monrovia, la capital de Liberia, la enfermedad avanza más rápido que las capacidades de los médicos especialistas en emergencias de este tipo. Según George Weah, la causa principal de la rápida propagación en su país es el desconocimiento. Para concientizar a su pueblo compuso una canción que dice: “Sepan que el Ébola es nuestro enemigo común. Juntémonos y luchemos para erradicar esta enfermedad fuera de la madre Liberia. Gente mía, el Ébola es real y está en Liberia, nuestra dulce tierra de libertad, así es que tomemos todas las precauciones necesarias y pongámonos a salvo”.
La catástrofe se expande a una velocidad que sorprende al propio Weah, razón por la que ya armó su propio dream team para luchar contra la epidemia. “Todavía hay gente que cree que el Ébola no existe, que piensa que no es real. Tenemos que ir a decirles a nuestros vecinos que esto no es un chiste”, exigió. Y George, un incansable peleador por el bienestar africano, ya dejó en claro que hay tres a los que quiere en su equipo: “Ya le dije a Samuel Eto’o que África está afectada por este virus, que tenemos que hacer algo. Usen su voz, hablen en televisión o en la radio. Es importante que llamemos a nuestros amigos Drogba y Yayá Toure, a todos”.