Es cuestión de ponerse en contexto e imaginar las caras. Zurich, 1979. La FIFA celebraba no sólo el aniversario del Argentina 3-Holanda 1, sino que reunía a su cúpula dirigencial y a invitados célebres que iban desde dueños de medios hasta emisarios de la dictadura de Videla. El plan era compartir el estreno de la película oficial del Mundial 1978.
Un día antes de que un negrito zurdo holandés llamado Tahamata quedara en la memoria colectiva del hincha argentino como “el que volvió loco a Olguín”, Havelange, Neuberger, Lacoste y una extensa lista de secuaces se reunieron para disfrutar de lo que representaba algo así como el redondeo final de una empresa cuyos números, paradójicamente, jamás cerraron. No para el pueblo argentino, al menos. Nunca llegué a tener una versión cierta de cómo es que se filtró aquella película en el aniversario de Mundial 78.
Alguien aseguró que el video que les mostraron a los supervisores de la FIFA era diferente al que se proyectó. En concreto, apenas se apagaron las luces del auditorio, y sin que mediaran los títulos de presentación, apareció la imagen de dos personajes caminando de noche por una zona de Buenos Aires desde la cual se veía de fondo el Monumental. Uno decía ser periodista de L’Express. El otro, al cual se le preguntó si la organización Montoneros tenía prevista alguna acción militar durante el Mundial, decía ser Rodolfo Galimberti.
Es cuestión de ponerse en contexto e imaginar las caras de los que estaban presentes en la sala representando a la dictadura. Las versiones de la época tampoco coinciden en certificar si la proyección se cortó de inmediato o si llegaron hasta el final. Es decir, si llegaron a ver a Menotti mirando hacia el horizonte, y en una escena obviamente preparada para el film, asegurar casi a los gritos: “la victoria es lo único que importa”.
Las mismas versiones cruzan certezas acerca de si el Flaco actúo para la película a sabiendas del “sabotaje” o no. Como sea, para ser la película oficial del Mundial 78 la sola mención a un acuerdo entre la gente de Massera y Montoneros para evitar incidentes durante el torneo ya abría la puerta al escándalo. Y, dicen, también, a la investigación del asesinato de Elena Holmberg.
En mi a veces descerebrada persecución de viejas piezas del archivo –admito que me cuesta mucho más sostener la atención en un Boca-River del presente que en un All Boys-San Telmo del 76, si lo tuviera– llegué temprano a aquella película. Y confieso que no le presté la debida atención hasta comentárselo al magistral Ezequiel Fernández Moores, a quien, entre otras cosas, le estoy debiendo una copia. No termina de asombrarme –también me alegra– que sólo ahora Pablo Llonto tenga referencias al respecto.
Como sea, fue una muestra más del nivel intelectual de gente a la cual, si no era con plata o con vuelos de la muerte, se le escapaban todas las tortugas. Porque, francamente, hay que ser muy cómplice o muy boludo para que en la gala de la FIFA te cambien la copia de la película emblema del Mundial institucionalmente más turbio de la historia.
A propósito de capacidad intelectual, otro episodio de esos días califica a aquellos muchachos. Como en el estreno de la dictadura, el 24 de marzo, como en la recordada serie internacional de 1977, también aquel Argentina-Holanda de los penales fue transmitido por Canal 7. Ya no el viejo y entrañable edificio de Alem y Viamonte (todavía sueño con que alguien me llame y me diga que en aquellos sótanos con olor a pis de gato quedaron las cintas con los partidos que Don Diego me llevaba a ver cada domingo), sino en el canal que se llamaba Argentina Televisora Color (ATC), que por cierto emitió el partido en blanco y negro. Pepe D’Amato es no sólo un productor líder de televisión –excepcional, por cierto– y el responsable de que, hace no demasiados años, se empezara a mandar al menos una camarita a cada partido de fútbol. También es el hijo de Julio D’Amato, histórico productor de Deportes del 7 cuando el fútbol dejaba que la tele tapara la estática de las canchas con lonas alusivas al Gran Acuerdo Nacional o al mismísimo Mundial, según la época.
Apenas comenzado aquel partido y en cada ataque que se producía hacia la izquierda de las cámaras, un grupo de espectadores levantaba carteles armando la frase “Videla asesino”. Desesperado, el interventor del canal llamó a Julio para exigirle que sacaran esos carteles… Y a esa gente. Hubo que explicar lo imposible de tal empresa habida cuenta de que el partido se jugaba en Suiza y no en La Paternal.
La patética solución fue la de meter sobreimpresos cada vez que el juego se volcaba para ese lado. Jamás en la historia de nuestra televisión se anunció tantas veces en tan poco tiempo el especial de Les Luthiers que Canal 7 emitió ese mismo día, a las 22. Justamente a Les Luthiers, a los que algún otro interventor militar –de radio en este caso– quiso prohibir alegando que “esos no son músicos”. El archivo confirma en parte mi recuerdo. Lo que nadie supo confirmarme es si los penales se patearon en el arco de la derecha, también por pedido del interventor militar de Canal 7.
__________________________________________________________________________________
*Esta nota fue publicada originalmente en el número 17 de Un Caño, de septiembre de 2009.